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MIRADOR
Columna
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El disfraz

Las declaraciones de los políticos son como tinta de calamar sobre cualquier deseo de claridad y transparencia

David Trueba
El presidente de Manos Limpias, Miguel Bernard, al ser detenido por la policía.
El presidente de Manos Limpias, Miguel Bernard, al ser detenido por la policía.JAIME VILLANUEVA

Tiene toda la razón la expresidenta madrileña Esperanza Aguirre cuando asegura que un ministro de Hacienda británico se habría visto obligado a dimitir por las filtraciones de declaraciones de la renta de particulares. Una de las bases del acuerdo entre ciudadanos y recaudadores estatales es la confidencialidad. Lo raro es que a ella le preocupe solo que esa filtración se haya producido en su caso o el del expresidente Aznar. ¿Por qué callaba cuando las filtraciones afectaban a rivales políticos o cuando el señor ministro acusó en el Parlamento a actores y periodistas de no pagar impuestos con la única finalidad de dañar su imagen de grupo sin ofrecer nombres concretos? El eximente de las últimas filtraciones podría hallarse en que durante décadas los personajes investigados han ejercido cargos públicos de enorme relevancia. Deberían ser por tanto ejemplares y ahorrarse los llamamientos descarnados en favor de esquivar impuestos o trampear fiscalmente y, por contra, contribuir a la pedagogía nacional para explicar lo positivo de la declaración de renta.

Vivimos un periodo muy confuso, donde la investigación periodística termina cuando se cobra la pieza, pero no profundiza en las ramificaciones de su corrupción. Cae un ministro, pero en días se corre un tupido velo aclaratorio sobre sus negocios familiares. Así funcionan también las declaraciones de los políticos, como una polución interesada a modo de tinta de calamar sobre cualquier deseo de claridad y transparencia. Qué triste fue ver que una asociación de derecha radical robaba el nombre de Mani Pulite, asentado sobre los esfuerzos procesales del magistrado Antonio Di Pietro por desvelar la tangencial corrupción política italiana, y lo transformaba en un Manos Limpias protoespañol, listo para amedrentar a enemigos ideológicos, desde jueces progresistas a muñecos infantiles.

Hemos sabido que Ausbanc cobró subvenciones de la Comunidad de Madrid, pero por eso quizá no dimite ningún presidente británico ni por nombrar de segundo a Granados o engordar la trama Gürtel. Subvenciones en España solo reciben los del cine, según interesada manipulación de ciertos periodistas y un partido político que por año cobra en subvención directa el triple que toda la industria audiovisual nacional junta. Desinformar a los españoles es una tarea ardua, que requiere insistencia y disfraz. La insistencia no hace falta señalarla, es obvia. El disfraz cuesta más distinguirlo. A veces es indignación, otras oportuno asociacionismo, en ciertos casos fingido liberalismo y en la mayoría solo zafiedad y rebuzno.

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