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La ‘nariz’ del automóvil

EL objetivo es que el coche no huela a nada, que el olor interior sea lo más neutro y discreto posible. A nuevo y nada más. Porque hay tantas narices como personas, y mientras a unos les puede gustar percibir madera o pimienta, otros lo rechazan”. María José López lleva media vida en Seat junto a un equipo de profesionales que se dedica a olfatear los coches para que no despidan ningún aroma. “Yo no elegí esta profesión, me eligió ella a mí. Antes los coches viejos olían a rancio o a cerrado, porque las emisiones que producían algunos materiales al envejecer afectaban al confort. Pero a mediados de los noventa, cuando llegué aquí, se empezaba a trabajar en estos detalles y me dediqué a ello”.

La nariz de Seat entró en la compañía en 1992 como ingeniera técnica de laboratorio y en 1996 se licenció en Químicas compatibilizando estudios y jornada laboral. Lo que no imaginaba entonces es que años después su profesión le permitiría reconocer aquel perfume característico de la casa de una tía a la que visitaba de pequeña: “Desprendía algo especial, pero no sabía qué era. Y un día, evaluando un coche, me di cuenta de que olía igual: era escay, la tapicería de sus butacas”. María José trabaja en uno de los edificios del Centro Técnico de Seat en Martorell (Barcelona), el cerebro tecnológico de la única marca que desarrolla en España todo el proceso de fabricación de un automóvil, desde el boceto del diseñador hasta la producción en línea. “No soy perfumista, pero este es un sentido que se educa igual que el gusto o el oído. Hacen falta unas cualidades básicas y mucha práctica. Y un control exhaustivo en el día a día para venir a trabajar con un olor lo más neutro posible. No podemos fumar ni usar perfumes o suavizantes en la ropa. Y tampoco puedes hacer pruebas después de comer o lavarte los dientes, ni si has tomado café. Se trata de eliminar todo lo que distorsione tus sensaciones. Y al final tu olfato se acaba volviendo muy sensible”.

El coche se calienta con focos desde arriba hasta que el interior llega a 60 grados y entran en acción las ‘narices entrenadas’.

Su lugar de trabajo, el Laboratorio de Tecnología de Materiales, resulta un tanto atípico para lo que se espera en una fábrica de coches: un pequeño módulo acristalado que recuerda a las salas de prácticas de las universidades de ciencias, con probetas, pipetas, hornos y todo tipo de instrumentos para evaluar cualquier material susceptible de utilizarse en un coche. “Analizamos uno a uno todos los componentes y evaluamos que sus olores y emisiones sean agradables y saludables. Parte del equipo se encarga de las piezas metálicas, y yo, en particular, de las no metálicas: plásticos, pinturas, tejidos, gomas, barnices, etcétera. Todo huele, hasta el agua, y tratamos de minimizarlo para buscar la neutralidad y que la mezcla final no sea excesiva o molesta. La excepción son las tapicerías de piel. Tienen que oler a cuero bueno, porque aporta un plus de calidad al vehículo. Pero la idea es que el cliente personalice  su vehículo con ambientadores”.

Una de las pruebas habituales consiste en introducir el coche en una cámara cerrada. Después se calienta el techo desde arriba con lámparas hasta que el interior alcanza 60 grados: “Así simulamos la acción del sol sobre el habitáculo, porque si calentáramos toda la cámara, el olor de las piezas exteriores, como neumáticos, pintura o aceites, falsearía el resultado. Con el interior ya caliente es más fácil distinguir los matices, así que entramos y olemos lo que queremos verificar. Si su nota supera los valores máximos, se activa un protocolo para sustituirlos”.

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