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en primera persona

¿Tengo en casa unos pequeños psicópatas?

¡Qué bonito tener niños! Que te digan cosas bonitas.. Siento decepcionaros, pero cuando ya los tienes, resulta que no es así

Cecilia Jan

¡Qué bonito tener niños! Que te digan cosas bonitas, qué guapa estás, mamá, cuánto te quiero, que se preocupen por ti, te den besos y abrazos... Siento decepcionaros, pero cuando ya los tienes, resulta que no es exactamente así. Si a David (6 años) y Natalia (4,5 años) les dices que te duele en un pie, pues en ese pie te pisan. Si uno de los hermanos o un compañero llora, siguen tan panchos, a lo suyo, incluso si han sido ellos los causantes del llanto. Es decir, cero empatía y remordimientos. Incluso han hecho planes para cuando Eduardo y yo muramos. Dios mío, ¿tendré en casa unos pequeños psicópatas?

Consulto a varios expertos sobre el tema. Jesús Jarque, pedagogo y orientador escolar, me tranquiliza de entrada y me dice que David y Natalia están en la media. La que resulta rara es la pequeña, Elisa, que con dos años y poco se acuerda de preguntarte de un día para otro si te sigue doliendo la pierna, o mira con preocupación cuando otro niño llora.

La empatía, me explica, es la capacidad de reconocer y entender las emociones de los demás, es decir, de saber ponerse en el lugar del otro. Y para ello, es necesaria cierta madurez, cierto desarrollo del cerebro, porque, de nacimiento, los niños son egocéntricos y solo entienden las cosas desde su perspectiva. Jarque (que tiene en su web multitud de folletos de ayuda a padres sobre los problemas más habituales) dice que, hacia los 6-7 años, ya están más dispuestos, aunque echa en falta mucha empatía en el mundo actual, tanto en adolescentes como en adultos. Orlanda Varela, psiquiatra, me cuenta que la empatía no se corresponde con una sola función específica del cerebro, sino con varios componentes, por lo que se desarrolla a lo largo del tiempo al igual que otras capacidades complejas.

Hay una parte innata, biológica, condicionada por las neuronas espejo, que nos hacen reaccionar de la misma forma cuando vemos a otra que sufre una emoción intensa. Pero además, el niño "ha de desarrollar la teoría de la mente, es decir la capacidad de pensar, intuir, anticipar las reacciones del otro", explica Varela. Es la capacidad que hace que el niño prevea, por ejemplo, que si no ordena, su madre se va a enfadar, o que pueda detectar el engaño. También es necesario tener desarrollado el lenguaje, fundamental para comunicar la empatía; y la capacidad de manejar sus propias reacciones emocionales, como calmarse cuando está enfadado. Rocío Fernández, psicóloga y compañera de Varela en el gabinete de terapia multilingüe Sinews, añade que para ser empático hace falta tener tus necesidades físicas y emocionales cubiertas.

Pero además, depende del temperamento y la experiencia que haya vivido cada niño. Así, hay niños que preguntan con frecuncia a su padre si está bien porque son un poco obsesivos y tienen tendencia a preocuparse, y lo hacen por su propia tranquilidad, dice Varela. O al revés, un niño muy inquieto o impulsivo es normal que no se acuerde de que al padre le duele algo. También si en casa se ha premiado el cuidado, la protección del otro, es más fácil que el niño sea empático.

Los tres expertos coinciden en que los adultos podemos ayudar a los niños a aumentar la empatía. Tiene su importancia en que está en la base de las habilidades sociales, aunque, como recuerda Varela, éstas también se pueden entrenar aunque no se corresponda con un sentimiento real, como se hace con las personas con trastornos del espectro autista (si me sonríen sonrío, si me traen algo dar las gracias, etcétera).

Jarque y Fernández me explican algunas estrategias para desarrollar la empatía en mis pequeños psicópatas:

- Ayudarles a reconocer en ellos mismos las emociones, nombrarlas y saber las causas, antes de poder reconocerlas en los demás. Hay que empezar por las básicas, como alegría, enfado, tristeza, miedo, asco, sorpresa), para luego ir complicándolas.

- Hacerles pensar, cuando sucede algo: "Imagina que te pasa a ti". También repetirles la norma universal "trata a los demás como te gustaría que te tratasen a ti".

- Escuchar y atender a las otras personas, y que los propios padres muestren empatía y la valoren y refuercen cuando el niño la muestra, con atención, elogios, muestras de satisfacción...

- Al leer un cuento o ver una película o serie, preguntar al niño cómo cree que se sienten uno y otro personaje o qué cree que necesitan.

- Hacer juegos de rol, en el que el niño haga de papá, de mamá, etcétera, para que tenga distintas perspectivas.

- Ayudarles a descubrir qué tienen en común con los demás, ya que es más fácil empatizar con quien te identificas. Fernández cuenta que funciona con niños que no se llevan bien, a los que se hace una serie de preguntas, como qué les gusta comer, dónde viven, con quién, etcétera, para mostrar sus semejanzas.

- Animar a los niños a que pongan la cara del otro cuando ven que a alguien le pasa algo. Por ejemplo, "pon la cara de ese perrito al que acaban de regañar". Según Fernández, está comprobado que cuando cambias los gestos faciales, también se refleja en el cerebro.

- Con niños más mayores, ayudarles a que entiendan y cuestionen el por qué de las cosas, a distinguir cuándo hay que ser empático y cuándo no.

¿Y tiene sentido obligar al niño a pedir perdón cuando ha hecho daño a alguien? Eso que hacemos todos los padres en el parque cuando nuestro pequeñín empuja o pega a otro, aunque más bien para no quedar de permisivos ante los padres de la víctima. Jarque y Varela coinciden en que es más efectivo hacerle pensar cómo se hubiera sentido él, para que comprenda por qué tiene que pedir perdón y que salga de él mismo. Si no, advierte la psiquiatra, en vez de un valor, se convierte en algo artificial.

En fin, la parte de la empatía seguiremos trabajándola. No sé si habrá algo que hacer para quitarle a David la idea de embalsamar a su padre y guardar su cadáver sentado en el sofá cuando se muera.

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Sobre la firma

Cecilia Jan
Periodista de EL PAÍS desde 2004, ahora en Planeta Futuro. Ha trabajado en Internacional, Portada, Sociedad y Edición, y escrito de literatura infantil y juvenil. Creó el blog De Mamas & De Papas (M&P) y es autora de 'Cosas que nadie te contó antes de tener hijos' (Planeta). Licenciada en Derecho y Empresariales y máster UAM/EL PAÍS.

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