¿Qué haces después de la orgía?
Iglesias sabe el efecto que produce retirarse de un lugar en el que nunca se ha estado
Una de las virtudes de Pablo Iglesias es la comunicación, por tanto la capacidad de instalar en el ambiente una realidad paralela gracias a sus poderes de persuasión. De esta manera, durante unas semanas Iglesias fue vicepresidente del Gobierno ante el escándalo de unos y la euforia de otros. Como siempre ocurre, fue el empecinamiento de sus enemigos el que más contribuyó a darle verosimilitud a su fantasía. El último fin del odio es convertir la ficción en realidad para no dejarlo huérfano; si el odio se queda en tierra de nadie, regresa a su lugar de origen como un bumerán.
Iglesias le dijo al Rey que en un Gobierno con Podemos él sería vicepresidente, y el Rey hizo con Pedro Sánchez lo que la prensa hacía con González: contárselo. Algo ha avanzado el PSOE en 20 años. Esta semana, sin embargo, Iglesias dimitió de su cargo. Dejó la cartera en la puerta del ministerio y se fue a su casa, trasladando una imagen de humildad que ha hecho estragos entre sus fans, acostumbrados a que los políticos del PP se mantengan en su cargo pase lo que pase.
Podemos ha ganado una baza negociadora. Da igual que el juego sea de rol: lo que importa es la sensación. El amor siempre se construye desde arriba, como el desamor. Ya se sabe que el cocido maragato consiste en comerse primero lo bueno por si viene el enemigo. Hace unas semanas Fernando Savater relató lo ocurrido a un personaje de Umberto Eco, que se encontraba participando en una orgía (en las orgías, como en el casino, se participa). Cuando estaba en faena con una mujer empezó a darse cuenta de que la chica le gustaba de verdad, le resultaba interesante y le apetecía mucho conocerla. Así que dijo, mientras hacía el amor con ella, una de las mejores frases de la historia: “¿Qué haces después de la orgía?”.
El personaje de Eco quería algo tan romántico como tomar el primer café con ella, o encontrársela por la calle casualmente, o quizás no haberla conocido nunca. Un amor Benjamin Button en el que se empieza haciendo el amor y se acaba dejando en la primera mirada. Iglesias sabe el efecto que produce retirarse de un lugar en el que nunca se ha estado. No habrá nadie que le reproche su vicepresidencia: ha sido, en consecuencia, la más ejemplar de la democracia. Dentro de dos semanas empezará a reivindicar su gestión y habrá quien se lo reconozca. Quizá tenga razón; quizá la mejor manera de no corromperse en España sea gobernar así. Claro que se puede.
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