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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Ser negro y marroquí, trabajar el fuego y el desierto

Analía Iglesias

En castellano suena aun más incorrecta que en francés la palabra 'negro' y, sin embargo, creo que es importante resistir la tentación del eufemismo, incluso del juego poético o lo políticamente correcto: nunca 'nigger'. Podríamos decir que la piel de las gentes del Gran Sur de Marruecos destella el sol que abrasa el desierto. Pero queremos abrazar la negritud con todo lo que ella enuncia. Y decir el Sahara como camino y no como interrupción al paisaje.

Hay un continuum africano que en el Magreb se actualiza, en estos tiempos, con los migrantes de paso hacia el Mediterráneo, pero que siempre estuvo ahí, en sus habitantes autóctonos, y al que algunos artistas magrebíes 'de color' le rinden homenaje, en estos días, a raíz de la cuarta edición de los Encuentros Ibn Rochd 'En busca del espacio público', que acaba de celebrarse en Rabat.

Un niño de Tamegroute, en el valle del río Draa (Marruecos), a la sombra de la acacia del desierto, árbol típico de las estribaciones del Anti-Atlas, a las puertas del Sahara.

Hablamos de la negritud, o lo negro, en el espacio público de un país en el que se calcula que más del 30% de la población es de color y que, sin embargo, ocupa lugares poco visibles en el espacio público urbano, de Marrakech al norte.

Mencionábamos, aquí, la negritud, ese concepto que contribuyó a acuñar el poeta Aimé Cesaire, como una reacción a la asimilación cultural que imponían los colonialismos blancos y como manera de nombrar el orgullo africano. Un concepto que honró también otro poeta (y político) senegalés: Léopold Sédar Senghor.

A propósito de esto de "ser negro en Marruecos", le preguntábamos, hace unos días, al artista visual M'Barek Bouhchichi (Akka, Marruecos, 1975), que es una persona de color y de origen bereber: "significa muchas cosas. Por ejemplo, ser invisible o hacerse visible a través de esta coyuntura como tierra de pasaje de la emigración subsahariana. Ellos son 'africanos', pero hay una comunidad marroquí negra que vive vallada. Hay pueblecitos solo de negros en la región de Merzouga. No hay integración en algunas regiones del sur. También hay barrios de negros y de blancos, o cementerios exclusivamente de negros, en las pequeñas ciudades del valle del Draa. Es un hecho del que formo parte. Y el arte me permite ver y me permite una proximidad con esas comunidades".

Aprendiendo el oficio, en una carpintería de Amzrou.

De ahí que Bouhchichi, que vive y produce en Tiznit, acudiera al llamado del curador Omar Berrada, cuando -tras ver una obra suya en París- lo invitó a hacer la experiencia de recorrer la provincia de Zagora en busca de 'Manos negras', que son las que ayudaron a construir -literalmente- los objetos artísticos de la exposición que puede verse en la galería Kulte de Rabat (hasta el 8 de mayo).

"La búsqueda intentaba rastrear la huella histórica de estas realidades, sobre el terreno. Me acerqué a esa gente, que me ayudó, modelando los materiales de su región, con técnicas que han ido heredando las familias de artesanos de cerámica de la zona de Zagora. Allí hay pueblos que mantienen la separación y así como hay draauis, también hay descendientes de esclavos", apunta el artista.

Un trabajador en una fábrica de cerámicas de Tamegroute. La cerámica de Tamegroute, reconocida y reconocible en los zocos de todo Marruecos, es una de las principales fuentes de ingresos de las familias de artesanos de la región de Zagora.

"Los negros en Marruecos siguen ligados a la herencia de la mirada del otro, es decir, la que los asocia a la idea de la servidumbre... no hay familias negras ricas", dice Bouhchichi. Un negro es un cuerpo. Es un trabajo duro. Ellos pueden con el fuego, trabajan en los hornos de cerámica, no poseen la tierra.

De la mano de obra de esas fábricas de cerámica verde que cualquier turista reconocerá en los objetos de los zocos, viene la utilidad o la inutilidad del gesto de modelar algo que tiene la forma del vacío de la mano, y da como fruto una obra llamada Manos negras, que da título a la exposición de Berrada-Bouhchichi.

'Manos negras', la obra hecha del vacío de muchas manos de la región de Zagora, en la galería Kulte de Rabat, hasta el 8 de mayo.

Dice el crítico de arte y comisario Omar Berrada: "La objetivación que supone un apelativo como 'los africanos' (para referirse a las personas subsaharianas) es una violencia benigna pero altamente reveladora. Ese racismo exterior tiene una contracara interior: el silencio que rodea la historia racial del país y la invisibilización que golpea a los ciudadanos de color en el espacio público, desde hace décadas. Desde su independencia, el Marruecos oficial parece haber privilegiado una identidad árabo-musulmana, dejando a la sombra los otros componentes de su cultura".

Niños jugando en la 'kasbah' de Amzrou, en el valle del Draa.

"Desde el siglo XIX y el principio de las conquistas europeas en la región, se ha construido progresivamente una imagen del Sahara como barrera infranqueable, despreciando siglos de intercambios comerciales y de conocimiento (...) Las migraciones actuales han reactivado el Sahara como espacio de circulación, otorgándoles a los marroquíes la posibilidad de reconciliarse con su propia historia plural", afirma Berrada en el prefacio del libro de ensayos Los africanos, publicado con el apoyo de la activísima Asociación Racines, en el marco del último Encuentro Ibn Rochd. Escriben: Stefania Pandolfo, sobre el cisma de la memoria y el trauma de la pérdida, mostrando las interacciones entre los harar blancos y los haratin negros en el valle del Draa; el cineasta Ali Essafi, que se encuentra investigando en la imagen del negro en el cine hecho en Marruecos, por marroquíes o extranjeros, y el escritor nigeriano Emmanuel Iduma, que pasó una temporada en Rabat, y vivió (o malvivió) con sus compatriotas de paso.

Entre los croquis y los objetos de la exposición 'Manos negras', destaca esta obra inspirada en las tumbas de los cementerios que segregan a la gente por el color de su piel, en vida.

Los niños del Sahara le ayudaron a Bouhchichi a dar forma a los pequeños rectángulos de cerámica que ahora cuelgan de la blanquísima pared de una galería de arte, componiendo una obra inspirada en las tumbas que el artista vio claramente separadas por el color de la piel de los vivos.

"Con este conjunto de textos y de imágenes proponemos dar un paso al costado que permita poner en perspectiva ciertas transformaciones recientes de la sociedad marroquí -sugiere Berrada-. A partir del interrogante sobre la segregación y la desigualdad, se trata de mantener viva la posibilidad de transformar los estigmas del racismo, a través del arte y la investigación".

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Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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