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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

La negritud: ser, hacer, bromear

<span >El ex presidente francés Jacques Chirac, cultor del arte primitivista, saluda al jefe Laukabi, durante la inauguración del museo Quai Branly, en París, en 2006. ©Service photographique de la Présidence de la République</span>
El ex presidente francés Jacques Chirac, cultor del arte primitivista, saluda al jefe Laukabi, durante la inauguración del museo Quai Branly, en París, en 2006. ©Service photographique de la Présidence de la République
"Nos llaman los hombres del algodón/, del café, del aceite/ nos llaman los hombres de la muerte/ Somos los hombres de la danza/ cuyos pies recobran fuerza/al golpear el duro suelo".

Un concepto y las imágenes, las que uno asocia a ese concepto. En mi caso, acude una y otra vez lo que me sugirió la prosa de Joseph Conrad en las camisas blancas almidonadas de aquellos belgas de Congo, en el siglo XIX, promoviendo la miseria en un continente del que extraían todo lo que podían, sin mancharse los puños ni los cuellos acartonados. Desde finales del siglo XIX, Conrad nos viene incrustando en la cabeza postales desde El corazón de las tinieblas, un territorio que él bien conocía por sus viajes entre colonizadores.

Sé que a Conrad se le ha cuestionado lo plano de los personajes africanos en contraposición a la riqueza de detalles que ofrecía de los blancos… ahora, vaya detalles.

Pronto, la negritud al otro lado del Océano se llamaría Aimé Cesaire. A este poeta y político de Martinica, que nació en 1913 y murió en 2008, le atribuyen justamente la creación del término ‘negritud’ como una reacción a la asimilación cultural que imponían los colonialismos blancos y como manera de nombrar el orgullo africano.

De ahí su poesía contra la indiferencia, incluso la de sus propios compatriotas:

"Ustedes/ Oh ustedes que se tapan los oídos/ les hablo a ustedes, hablo para ustedes/ para ustedes/ quienes/ descuartizarán mañana, hasta las lágrimas, la paz/ apacentada de sus sonrisas./ Para ustedes quienes una mañana amontonarán mis/ palabras en su bolsa y tomarán a la hora en la que los/ hijos del miedo sueñan,/ el camino oblicuo de las huidas y de los monstruos".

Esta Vieja Europa no es aquella Vieja Europa (ni la de Conrad ni la de Cesaire), ni África es aquella de la Conferencia de Berlín (1884), pero ambas llevan sus genes. En esta nueva vieja Europa, el arte primitivista chic está libre de toda sospecha de ‘blanquitud’ discriminadora (por cierto, ¿quién podría resistirse a la belleza de un museo como el Quai Branly, en París?) y en el África actual cantamos ya a poetas mayores como Léopold Sédar Senghor:

"Ustedes/ Oh ustedes que se tapan los oídos/ les hablo a ustedes, hablo para ustedes/ para ustedes/ quienes/ descuartizarán mañana, hasta las lágrimas, la paz/ apacentada de sus sonrisas./ Para ustedes quienes una mañana amontonarán mis/ palabras en su bolsa y tomarán a la hora en la que los/ hijos del miedo sueñan,/ el camino oblicuo de las huidas y de los monstruos".

En esta Europa hay historias de África como Abandon de Poste, el cortometraje del director marroquí Mohamed Bouhari, que condensa –en blanco y negro– varios siglos de preguntas sobre la negritud. Un guardia negro en una Bruselas gris trabaja de estatua mientras soporta, de pie, la burla muda de una estatua africana de verdad (literalmente, con el culo al aire), plantada en la acera de enfrente.

La exposición de arte primitivista se desarrolla en la galería al otro lado de la calle, así es que el guardia de seguridad es testigo de las bromas que hacen los niños sobre los antepasados, la admiración de los habitués a las vernisages por la figura en tamaño real y el cuidado con el que el curador biempensante amarra su objeto para que nadie se lo robe.

‘Abandone de poste’, cortometraje de Mohamed Bouhari.

Agudo, Bouhari –que trabajó varios años como periodista en Níger y ahora reside en Bruselas– enlaza fotogramas llenos de objetos fetiche (como las cadenas, que pasan de mano en mano, una y otra vez, o se disimulan convenientemente) con personajes que responden a trocitos de historia, de parentesco y territorios. Afortunadamente, nos ahorra las conclusiones fáciles y los golpes bajos (no vemos al perro levantar la pata). La textura de esa Bélgica gris (de un gris que aplana todos los volúmenes) pone distancia y no deja que el espectador tutee a nadie.

Me quedo dándole vueltas a la negritud después de ver este cortometraje que, entre otros galardones, ganó el gran premio de la pasada edición del Festival de Jóvenes de Meknés, en Marruecos, un festival que a partir del 23 de mayo celebrará su 4ta. edición, dedicada a los Derechos Humanos. Quiero preguntar. Y de tanto preguntar llego a Oumar Ndao (Dakar, 1966), escritor (C’est idiot d’aimer y Corps et âme) y crítico literario senegalés que reside en Costa de Marfil y que prodiga su ingenio en las redes como Blanko Gbich. Ángeles Jurado nos lo presentaba en el blog Eros, hace algún tiempo.

"La negritud -para Senghor- era la suma de los valores del mundo negro", me dice Ndao. Pero aclara que –como réplica a la definición – otro gran autor nigeriano se resistía al término, diciendo que el tigre no tenía que explicar su ‘tigritud’. "Como la lluvia no sabe que llueve", añado. "Somos lo que hacemos, somos nuestros actos", coincidimos.

Claro, pero nosotros tenemos consciencia y eso nos pone en relación y contraste con los demás. Y entonces existe la paradoja que denunciaba Césaire, y que hace que los dominados vacilen entre la tentación de imitar a quienes los obligan a obedecer (tanto fueran imperios extranjeros o amos locales) y el deseo de no renunciar a su identidad y al orgullo de ser africanos.

Imagen de la reciente campaña contra la discriminación en Marruecos: 'Yo no me llamo negro'.

Y en esto llegan las bananas y el fútbol y, también, las campañas contra la discriminación, como la que recientemente se lanzó en Marruecos; y se renuevan las discusiones en torno a quién puede reírse de qué o quién puede cuestionar a quién. Sobre el humor le pregunto a Ndao y me dice que él sí puede bromear sobre la ‘negrine’ (término que engloba todos los pecados que avergüenzan a los propios africanos), "porque soy africano".

Nada de tuteos ni de ‘nigger’, si no lo eres (aunque hay quien dice que el excesivo celo en el uso de las palabras alienta el racismo).

A propósito, ¿cuántas veces hemos escuchado que la palabra ‘nigga’ solo puede ser escrita en un guion por un negro y no tienen derecho a usarla ni Quentin Tarantino ni nadie que quiera hacerse amigo?

El director de cine Spike Lee protestó alguna vez por el excesivo uso de la palabra 'nigger' por parte de Quentin Tarantino en 'Pulp Fiction'.

La discusión en el cine americano sobre la ausencia de gente de color en los roles protagónicos o el hecho de que las estrellas negras tengan asesores financieros, dentistas y médicos blancos viene de lejos, al menos desde que el ‘nigga’ Spike Lee se puso a hablar, con el peso de sus trofeos por detrás.

Cada tanto, el debate se actualiza y pasa como un ‘breve’ más entre las noticias de la farándula de los periódicos. Como las bananas en los campos de fútbol...

Siempre nos queda Senghor:

"Lo importante no es ser asimilados, sino asimilar".

Porque antes que nada somos acción.

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