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CONVERSACIÓN GLOBAL

El mosqueo de Renzi ante la carcajada de los periodistas

El presidente italiano asegura que terminará las obras de una autovía mil veces aplazada

Hará un par de semanas, el primer ministro italiano, Matteo Renzi, acudió a la sede de la Stampa Estera, la centenaria asociación que reúne a los corresponsales extranjeros acreditados en Roma, y se sometió durante casi dos horas –con buen humor y sin rehuir la pelea— a todas las preguntas que se le formularon. Es difícil para un español imaginar una escena así, mucho más si se tiene en cuenta que el líder del Partido Democrático (PD) se las apañó para responder en inglés y en francés cuando así se le pidió, e incluso se permitió bromear sobre su acento sin ningún tipo de complejos. Renzi, en suma, salió airoso del envite, salvo en el momento en que prometió que, antes de fin de año, se completarán por fin los trabajos de la autovía Salerno-Reggio Calabria, iniciada en los años cincuenta. Nada más asegurarlo, una carcajada —se podría decir que global dado el auditorio— atronó en la sala, dejando constancia de la incredulidad general ante una promesa mil veces hecha y mil veces incumplida por todos los Gobiernos las últimas décadas.

Aunque en aquel momento lo disimuló, aquellas risas sentaron como un tiro al joven primer ministro. Tan es así que, hace unos días, aprovechando precisamente una visita a Reggio-Calabria, la región más pobre y aún más olvidada, Renzi intentó sacarse la espina: “No voy a pasar los próximos meses discutiendo sobre la autovía Salerno-Reggio Calabria. Quiero terminarla. Para luego ir donde aquellos periodistas que se reían de nosotros y decirles a la cara: ¿Perdonad…? Podéis reíros de mí, pero no podéis reíros de Italia”. Renzi sabe que la risa de aquellos corresponsales —muchos de ellos con más trienios en este país que él en el mundo— no es ni mucho menos de desprecio hacia Italia. Se trata más bien del síntoma de un problema mucho más profundo. La falta de credibilidad de los gobernantes italianos. Ante el resto de Europa y, sobre todo, ante sus propios ciudadanos, desesperados desde antiguo ante una clase política incapaz de cumplir su palabra.

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