Cambio de reinado en Balenciaga
Demna Gvasalia convence con su debut iconoclasta como diseñador de la marca, mientras Céline y Nina Ricci apuestan por una elegancia sobria pero creativa
Cuando Demna Gvasalia, figura ascendente de la moda parisina más alternativa, fue nombrado director creativo de la marca que Cristóbal Balenciaga fundó en 1919, tuvo un reflejo habitual en estos casos. Se sumergió durante meses en los archivos de la maison parisina para impregnarse del patrimonio legado por el modisto guipuzcoano frente al que Coco Chanel y Christian Dior solían arrodillarse. “Estudié todas sus colecciones, de la primera a la última”, afirmaba ayer Gvasalia tras su primer y triunfal desfile, algo abrumado pero visiblemente feliz. Nacido en Georgia hace 34 años, de nacionalidad alemana y formado en Amberes, el modisto protagonizó ayer un contundente debut con una colección ideada como “una traducción” de esa inestimable herencia.
La misión de Gvasalia ha consistido en adaptarla a los tiempos que corren. “Es importante conocer el pasado, pero siempre se debe mirar hacia el futuro. Uno no conduce fijándose solo en el reflejo del retrovisor. Lo principal es mirar hacia delante”, sostuvo el diseñador. Gvasalia, jefe de filas de esa nueva generación de creadores surgidos del antiguo bloque del Este que hoy invaden las pasarelas, dirigió las colecciones femeninas de Maison Margela hasta 2013 y fundó con otros seis modistos el colectivo Vetements, que en los últimos tiempos había causado sensación en París. Su propuesta consistía en reinventar prendas de segunda mano como productos de lujo, a menudo surtidos de logotipos deformados y eslóganes traviesos. Pese a todo, en un tiempo no muy lejano, su nombre todavía resultaba prácticamente desconocido. Probablemente, ese tiempo terminó ayer. Su debut, muy aplaudido, parece anunciar una personalidad rotunda y un digno sucesor al venerado Nicolas Ghesquière, que dejó la marca en 2013 tras quince años al frente y que hoy oficia en Louis Vuitton. También cierra el decepcionante episodio protagonizado por Alexander Wang, que se marchó en otoño tras dos años poco convincentes como director creativo.
El acercamiento de Gvasalia a la moda es técnico y conceptual. Si se le pregunta qué le impactó mas durante los meses que pasó estudiando a Balenciaga, su joven sucesor responde sin dudar: “Su método”. Quedó admirado ante su manera de “trabajar con el cuerpo femenino”, casi como si fuera una materia prima a la que debía moldear, y ante su forma de erigir los vestidos, igual que si fueran “obras arquitectónicas”. Reparó también en la sutileza de sus cortes, que ofrecían pequeños puntos de escape a un cuerpo femenino todavía enclaustrado: las mangas tres cuartos dejaban parte del brazo a la vista, los cuellos ovalados hacían lo propio con el trapecio, y el dobladillo de las faldas consentía un amago de movimiento libre. Gvasalia decidió entonces diseñar una colección donde el diseño de cada prenda tuviera un efecto “en la postura y la psicología” de quien la viste.
En las antípodas de la colección con aires de lencería con la que su predecesor se despidió en septiembre, Gvasalia presentó una colección de espíritu urbano y de cortes anchos, fundamentalmente realista pero con algunas licencias poéticas. El diseñador reinventa prendas básicas como el tailleur, el abrigo de piel, la gabardina o los vestidos de estampado floral, sometiéndolos a nuevos cortes, estructuras complejas y volúmenes sorprendentes. Gvasalia se atreve incluso con una propuesta de sportswear “ennoblecido”. En su casa, los anoraks, impermeables y plumones se visten con tops de lentejuelas y tacón alto. Las modelos caminaban sin maquillaje alguno y un andar tirando a tosco, como si fueran alienígenas recién aterrizadas en la Tierra que decidieran apropiarse de un vestuario de lujo que hasta entonces ignoraban.
No cabe duda de que Gvasalia ha orquestado este debut con la clara intención de distanciarse de las rígidas convenciones que siguen guiando a las grandes maisons parisinas. El propio lugar escogido para el desfile parecía escogido para diferenciarse: un estudio de grabación recubierto de esa espuma blanca que absorbe el sonido, en una zona limítrofe de París sin pasado glorioso ni interés aparente, que podría pasar por uno de esos no-lugares sobre los que teorizó Marc Augé. De fondo, sonaba la música de Einstürzende Neubauten, grupo experimental surgido en el Berlín de los ochenta. De hecho, el vanguardismo del desfile emanó más de su aparataje que de los propios diseños, cuyo potencial comercial parece innegable. Solo un par de excepciones, más cercanas a la línea conceptual, confirman la regla: los trajes de chaqueta de volúmenes insólitos que abrieron el desfile y una serie de gabardinas que, si se quisiera, podrían vestirse con miriñaque. Gvasalia parecía resolver así la cuadratura del círculo: respetó la historia de la marca y sus necesidades empresariales de gran multinacional del lujo, pero lo hizo sin traicionar su concepción personal de la moda.
Partidario del anonimato del modisto, Gvasalia prefirió no salir a saludar al terminar el desfile, distinguiéndose una vez más. “No he salido a decir hola porque debe hacerlo el trabajo que hemos hecho. Ese elemento tendría que ser siempre el más importante en la moda”, afirmó Gvasalia en primera persona del plural, otro exotismo en ese monumento al ego que supone todo desfile.
En un registro menos iconoclasta, la siempre aplaudida Phoebe Philo presentó su nueva colección para Céline, entre rumores que apuntan a su despedida inminente de la marca que ha dirigido desde 2008. Tal vez a causa de ese contexto, hubo quien vio en los diseños una especie de retrospectiva de sus grandes éxitos hasta la fecha. Philo presentó una colección vehiculada por un lujo cómodo, neutro y diáfano, en la que destacaron piezas como camisas largas y semitransparentes, pantalones acampanados y capuchas inspiradas en los paracaídas. La diseñadora británica logra distinguir tantos tonos de blanco como los esquimales, en una gama que abarca del nuclear y el marfil hasta el crema y los tonos nude, interrumpida por inusuales brotes de colores más intensos, como el amarillo limón, el verde bambú y el azul petróleo. “Es una colección sobre el hecho de encontrar nuevas posibilidades, sobre hallar una apertura y reencontrar la placidez”, dijo Philo en el backstage, lo que no contribuyó a ahuyentar los augurios sobre su supuesto adiós. Curiosamente, su colección incluye sandalias y vestidos sin mangas, pese a que supuestamente esté pensada para la próxima temporada otoño-invierno. Tal vez se haya querido adelantar a los desperfectos provocados por el cambio climático en un futuro cada vez menos hipotético.
También convenció Guillaume Henry con su tercera colección para Nina Ricci, en la que propone abrigos y vestidos de terciopelo en negros, grises y rojos, con algún desvío hacia el verde y el lavanda, a partir de cortes clásicos y sin estridencias. Henry parece dejar atrás la juguetona ingenuidad de su etapa al frente de Carven para abrazar una moda más madura y sensual, que dibuja a una mujer burguesa y noctámbula, imponente por su inmensa elegancia, pero nunca ostentosa ni amenazadora. Tiene sentido que la máxima inspiración del diseñador responda al nombre de Romy Schneider.
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