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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sin ‘Carol’ y sobreexpuestos a Chris Rock

La discriminación a los artistas negros en los Oscar procede de la demografía y el mercado, no de la Academia

Jesús Mota
Alejandro González Iñárritu se abraza con Leonardo Di Caprio
Alejandro González Iñárritu se abraza con Leonardo Di CaprioMARIO ANZUONI (REUTERS)

¿Qué se hizo de Carol, una película brillante y rodada con micrómetro? ¿No ha llegado el momento de resucitar los opulentos melodramas al estilo de Douglas Sirk, Vincente Minnelli o Leo McCarey? ¿Entiende la Academia que Ennio Morricone merece más el Oscar por atronar The hateful eight que John Williams? ¿Era falsa la misericordia caída sobre Sylvester Stallone en los días previos a la gran gala del cine de Hollywood? Estos y otros misterios quedaron preteridos ante Chris Rock. Monologuista divertido en el Saturday Night Live, actor prescindible tirando a pésimo —de la escuela de otras maldiciones bíblicas como Martin Lawrence, Eddie Murphy, Owen Wilson o Ben Stiller—, Rock sometió a los espectadores a una sobreexposición, dentro y fuera del Dolby Theatre, con un discurso prometedor como denuncia y de comicidad mejorable.

Cada roto tiene su ojal, y así lo entendió la Academia. Diluyó en la verbosidad de Chris el amago de motín de la comunidad negra, justificado por la estúpida violencia contra los negros e impelido por una discriminación evidente pero mal analizada. Poco tiene que ver con la Academia la ausencia de artistas negros entre los nominados y mucho con el mercado. Dicho sea como resumen del funcionamiento industrial del cine, pocos actores tienen la capacidad hoy de soportar el peso de grandes inversiones; casi todos son blancos (hombres y mujeres, con Leonardo di Caprio, en primera línea; sin su presencia no hubiera sido posible la inversión requerida para The Revenant); las únicas excepciones reseñables son Denzel Washington y, quizá, Idris Elba. La industria produce calculando quiénes son sus espectadores potenciales y qué figuras pueden atraer capitales.

Las causas de la discriminación están en la raíz del negocio y no en la Academia; y en la raíz del negocio hay marketing, demografía y avidez de capital. Los hispanos, los chinoamericanos o las tribus indias podrían esgrimir argumentos similares a los que utiliza Spike Lee. Los chistes de Rock, algunos sangrientos, aunque sin llegar a Ricky Gervais, esterilizaron la protesta al tiempo que la convertían en oficialmente pública. La cuestión nodal —¿hacia dónde camina la producción cinematográfica según la dirección de los premios?— queda, como casi siempre, para la trastienda de las fiestas.

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Los Oscar 2016 se han manejado con tiento entre la superproducción y el drama de contenido. Spotlight, la investigación del Boston Globe sobre la pederastia eclesial, está bien contada, pero carece de contrapeso dramático; vale exactamente lo que cuenta. Carol es un producto más inteligente y decisivo para el cine de los próximos años que Spotlight. El descarte de The Revenant emite un mensaje a las superproducciones (“ganaréis en taquilla, pero no aquí”); Di Caprio, sumo sacerdote de la hermandad de los dicaprinos o dicapriosos, movilizados para exigir el tributo debido a su cofrade mayor, ha tenido mejores performances, según reza el cliché; y Brie Larson, bien sin excesos. La ceremonia del año que viene vivirá de otra polémica y aclarará quizá un poco más el porvenir del negocio.

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