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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Contra la parálisis del terror, que vuelva la música

Vuelve al Olympia de París la banda que actuaba en la sala Bataclan cuando fue atacada por el terrorismo yihadista

Milagros Pérez Oliva

Sonaba con fuerza la provocadora Kiss the Devil cuando tres hombres armados irrumpieron en la sala Bataclan de París donde actuaba la banda californiana Eagles of Death Metal y comenzaron a disparar contra el público. La música cesó, ahogada por un estallido de gritos y dolor. Murieron 90 personas. La ciudad —y con ella, toda Europa— quedó en estado de shock, paralizada por la magnitud de la barbarie. Eso era precisamente lo que el terrorismo yihadista perseguía. Socializar el terror. Y en el caso de atentados masivos e indiscriminados como los que dejaron 130 muertos en las calles de París aquel 13 de noviembre, dejar claro que cualquiera puede ser alcanzado por la ira de quienes se consideran con derecho a disponer de la vida de los demás.

El terrorismo yihadista busca alterar por completo la vida cotidiana de una sociedad que considera enemiga por permisiva y plural, por ser capaz de albergar en su seno, y de respetar, las más diversas creencias y sensibilidades. Pretende también hacer sentir a las víctimas culpables de las consecuencias de su fanatismo y sembrar la semilla de la desconfianza en el futuro, un temor permanente y difuso. París ha demostrado que la mejor forma de conjurar la parálisis del terror es proclamar que la vida sigue y que lo hace en las mismas condiciones de libertad y tolerancia que los terroristas tratan de destruir. Por eso era tan importante reanudar el concierto que se interrumpió aquella noche en la Bataclan. La banda interrumpió su gira europea, pero prometió que volvería a París. Volvió el martes, para actuar, no en la sala Bataclan, que quedó destrozada, sino en el teatro Olympia, y con un público muy especial: supervivientes y familiares de las víctimas.

El momento era delicado. Para algunos era tal vez demasiado pronto para revivir aquel horror, para otros demasiado duro recordar a los hijos, hermanos o amigos perdidos aquella noche. Por eso entre los asistentes había psicólogos llamados para ayudar a vivir la catarsis de un concierto que nunca debió interrumpirse de aquella forma. No volvió a sonar Kiss the Devil. El momento pedía otros registros. Otras complicidades. El concierto comenzó con los acordes de Il est cinq heures, Paris s’éveille, de Jacques Dutronc. Hubo música y emoción compartida —Let’s Take a Moment to Remember—, afirmación colectiva frente al miedo —Don’t Be Scared— y grandes dosis de resiliencia por parte de una ciudadanía que no se deja amedrentar.

La música volvió a sonar y la ciudad se sintió, aunque vigilada, libre. Tan libre, abierta y tolerante como siempre, incluso con las muy discutibles declaraciones del líder de la banda, Jesse Hughes, acérrimo defensor de la libertad de armarse. Cree que cualquiera debe poder llevar armas para defenderse mientras haya otros que las lleven, y en una entrevista llegó a decir que si en la sala Bataclan hubiera habido gente armada, no hubieran muerto tantas personas. Europa, por suerte, no comparte este pensamiento, pero esa es precisamente la grandeza de la libertad que, a diferencia de lo que pretenden los terroristas, las opiniones son libres.

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