Para la libertad
Debemos repetirlo: los artistas tienen que ser libres para que así lo sean los ciudadanos
Juicio del caso Nóos, la Infanta y el exduque en el banquillo. Juicio a Jordi Pujol y a su descendencia. Cerco a Rita, la mamma valenciana. Esta semana ha sido un festín judicial, pero la noticia que abrió varios días los informativos de TVE, la que pagamos, fue la de la célebre obra de los titiriteros, que esta semana parecían tener sobre sus hombros la entera responsabilidad de la decadencia moral de España. Lo de Rita y sus blanqueadores es, a juicio de ciertos editores, algo secundario. A los muchachos de los títeres les han sacado hasta en la portada del Financial Times. Y eso ha hecho que algunos medios ultraconservadores toquen el cielo: ¡Pasen y vean, no exageramos, el FT también considera filoterroristas a los titiriteros y a la alcaldesa de Madrid!
Y es que a desinformar no nos gana nadie. El FT hacía referencia a los jardines en los que se ha metido últimamente el Ayuntamiento de Madrid, eso es así. Sin más. También lo es, y hubiera debido reseñarlo, que se trata de polémicas megadimensionadas a fin de que comprendamos que si en España no gobierna el PP nos vamos todos a la mierda y arrastramos al resto de Europa y a la civilización Occidental. Eso es lo que va diciendo el ministro de Exteriores en funciones allá por donde va, con ese peculiar sentido del patriotismo que consiste en declarar: Si aquí no gobernamos nosotros esto se hunde.
Son tiempos preocupantes para la libertad de expresión. Los mismos a los que se les llenaba la boca defendiendo el derecho de los dibujantes de Charlie Hebdo a hacer chistes soeces sobre Mahoma ahora se rasgan las vestiduras por una obrita sobre la que les gusta exagerar y mal informar. Ellos son Charlie unas veces sí, y otras pues no. Unas veces exhiben una piel muy fina y otras son como galápagos. Como no tienen ni puta idea de lo que ocurre en la calle han logrado que su acusación constante de que cualquiera es filoetarra haya calado hasta el punto de que el “todo es ETA” se ha convertido en el chiste juvenil más celebrado. Y es lógico que esa ironía haya calado como respuesta descarada a los que utilizan abusivamente a las víctimas. Qué pena todo.
Fue un alivio leer las declaraciones de una de las madres que asistió a la función de cachiporras más famosa de la historia. Según esta señora, no todos los padres sintieron que sus hijos pudieran salir traumatizados del evento, más bien pensaron que las criaturas no estaban entendiendo nada. En mi opinión, lo que debiera preocuparnos de este asunto es que el ambiente esté tan crispado como para que a un padre se le ocurra llamar a la policía para que intervenga en una función. ¿No era más fácil largarse? ¿No era más adecuado, si es que no podía reprimir su indignación, escribir una carta al Ayuntamiento o a un periódico? Hemos perdido el humor, la manga ancha, la tolerancia, aquella capacidad para encajar aquello que no nos gusta. A veces pienso, en estos días en que con tanta facilidad nos batimos el cobre por bobadas, que fui afortunada por ser joven en esos años ochenta en los que se respiraba una especie de celebración de la libertad. En la calle, en los medios de comunicación, en esa radio pública en la que trabajé. Si hubiera habido que llamar a la policía cada vez que un artista exponía algo inapropiado o se decía algo salvaje al micrófono no habría habido agentes para tanto despropósito. Luego vinieron nuestros hijos y heredaron, en justa correspondencia, esa libertad que nosotros habíamos disfrutado. Los oíamos tararear a Extremoduro o a Albert Pla. El padre, que les llevó a algún concierto, se quedaba estupefacto al escuchar en boca de un crío de 11 años aquello de “me estoy quitando, me estoy quitando, solamente me pongo de vez en cuando”. Y no ha pasado nada. Nada. Los niños no precisan de esta insoportable y cursi sobreprotección. Irónicamente, hay 10.000 niños perdidos a las puertas de Europa sin riesgo a que una función de títeres les genere estrés postraumático.
Pero muchos actores intervienen en que la libertad de expresión se encoja y el humor se haya convertido en un oficio de riesgo: a los políticos les viene bien calentar el ánimo de los ciudadanos; hay una voluntad de alentar la confrontación y de dramatizar cada anécdota para hacer más difícil la convivencia. Debemos repetirlo: los artistas tienen que ser libres para que lo sean los ciudadanos. Así debiera entenderlo también la abracadabrante Cátedra de Memoria Histórica de la Complutense que señala a artistas e intelectuales como afectos al franquismo. Esa es otra. ¿Qué haríamos los comediantes españoles sin nuestro Mihura?
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