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Ni pública, ni privada, sino todo lo contrario

El Gobierno recupera el 50% de la propiedad de las líneas aéreas portuguesas

TAP, la línea aérea de bandera portuguesa, ya no es privada, quizás tampoco pública, tal vez ambas cosas a la vez. Si el último acto del Gobierno anterior fue privatizar la TAP, uno de los primeros del Gobierno socialista ha sido devolverle a la compañía su carácter público; en teoría, porque, sospechosamente, ni el Partido Comunista está contento ni los propietarios enajenados, enfadados.

Un extraterrestre llegado a la tierra de Pessoa entendería mal que mientras hay portugueses que mueren a las seis de la mañana haciendo cola en un centro de salud para obtener una cita con el médico, que tienen que pagar para que les atiendan en Urgencias porque al Estado no le llega el dinero, el poco que tiene lo gaste en aviones. Pero un extraterrestre no tiene alma. La TAP es algo más que un medio de transporte para ricos (el ministro de Finanzas reconoce que el asalariado de 2.000 euros es un privilegiado), es un sentimiento, es la saudade del imperio colonial, el único medio de transporte que unía a los portugueses, de Macao a Santo Tomé. El sentimiento se mantiene arraigado por encima de cualquier racionalidad contabilista, por encima incluso de que la mayoría de los que están a favor de una TAP pública nunca volarán.

La desprivatización ha contentado a medias a sus socios parlamentarios. Para el PC, “el Gobierno del PS ha salvado la privatización, en un negocio de contornos poco claros”. Sus dudas son las de todos. Si el Estado se queda con el 50% de la propiedad, los empleados con el 5% y el consorcio privado Gateway con el 45%, ¿por qué la gestión seguirá siendo privada?

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Nadie sabe qué pasará cuando haya que ampliar capital, decidir comprar aviones o subir el precio de los billetes en épocas vacacionales. Por un lado, las autoridades europeas no permiten las ayudas públicas, y por otro, las autoridades locales ya exigen cambios de rutas, pues, por ejemplo, la conexión Lisboa-Vigo al alcalde de Oporto le parece “una provocación”. Confusos todos o no, el primer ministro António Costa ha hecho otra cruz en su larga lista de promesas electorales: revertir la privatización de TAP.

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