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PORQUE LO DIGO YO
Columna
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Suspiros de Keaton

Hay algo que prefiero claramente de Keaton sobre Chaplin: sus últimas palabras antes de morir

Buster Keaton, en 'El navegante' (1924).
Buster Keaton, en 'El navegante' (1924).cordon press

No es fácil olvidar el día en que se llora de risa por primera vez. Yo tenía 11 años y descubrir eso, que se podía llorar de risa, fue uno de los hallazgos más agradables de mi infancia. Me sucedió con unos cortos de Charlot. Enseguida lo volví a lograr con Siete ocasiones, de Buster Keaton. Y, más tarde, con Luces de la ciudad, Tiempos modernos, El cameraman o El maquinista de la General. A ambos, Chaplin y Keaton, les guardo un cariño reverencial y me resulta absurda esa especie de necesidad de mojarse por uno u otro, al estilo de a quién quieres más, a papá o a mamá, a los Beatles o a los Rolling. El próximo año hará 40 años de la muerte de Charles Chaplin y este mes se han cumplido 50 sin Keaton.

Sí que hay algo que prefiero claramente de Keaton: su último suspiro. Las últimas palabras antes de morir es un género en el que parecía que no se podía llegar más lejos que el padre de Joaquín Sabina, cuando, ante su hijo, soltó aquella maravilla: “¿De dónde sacarán el dinero las diputaciones?”. Pero una noche, Enrique Vila-Matas, el Buster Keaton de los escritores, me hizo llorar de risa con una historia que luego recogió en El traje de los domingos. En su lecho de muerte, rodeado de sus seres queridos, Keaton permanecía impasible, cómo no. Alguien dudó: “¿Estará muerto?”. Otro, dijo: “Tócale los pies. Los muertos siempre tienen los pies fríos”. Entonces, Keaton pronunció su última obra maestra: “Juana de Arco, no”. A continuación, expiró. He ahí un hombre que, hasta, literalmente, el final, se mantuvo a la altura de sí mismo.

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