Guía responsable del turista de fauna salvaje
La interacción con especies amenazadas, puede servir para contribuir a su maltrato. O todo lo contrario. Diferentes expertos analizan casos polémicos de Asia para dar pistas a los viajeros
¿Quién no ha soñado alguna vez con acariciar un tigre? Los chinos incluso dicen que el gato se creó, precisamente, para que el ser humano pudiese darse ese gusto. Pero hay quienes no se conforman con disfrutar de una mascota. Necesitan hacerse un selfie junto al rey de los felinos. Y, como siempre hay alguien con olfato para el negocio y falta de ética, existen lugares en Asia donde pueden hacer realidad esa fantasía. Algunos de ellos incluso aseguran ser santuarios para estos animales en peligro de extinción. No obstante, diferentes expertos advierten de que son todo lo contrario, y de que los turistas pueden estar promoviendo el maltrato animal sin ser conscientes de ello.
Uno de los centros más polémicos es el Templo de los Tigres de Tailandia, situado en la provincia de Kanchanaburi. El lugar se ha convertido en atractivo habitual de los viajes organizados que parten de Bangkok y que también visitan el afamado puente sobre el río Kwai. Aparentemente, el lugar está regido por monjes budistas que aseguran estar rehabilitando los tigres para su reintroducción en el hábitat natural. No obstante, es fácil observar que los ejemplares mostrados al público, casi siempre apáticos y permanentemente encadenados, están siendo utilizados con fines comerciales en condiciones que diferentes ONG han calificado de lamentables.
“Son víctima de mutilaciones, se les practica la desungulación —amputación de las uñas—, y hasta se les rocía con un spray con orina para mantenerles en un estado de sumisión”, denuncian desde la organización pro derechos de los animales FAADA. “Viven alojados en ambientes inadecuados, carentes de todo tipo de enriquecimiento y privados de espacio suficiente, no se les alimenta de acuerdo a sus necesidades nutricionales, y pasan la mayor parte del día en exhibición para los visitantes, atados a una cadena y sedados para garantizar que los turistas puedan interaccionar con ellos y hacerse fotos. En total una media de unos 880 visitan el centro cada día”, explica María Moreno, responsable del programa de Turismo Responsable de FAADA. Este periodista ha podido comprobar en dos ocasiones que es cierto lo que cuenta.
Así, después de una larga polémica que dura ya años, y que se refleja incluso en un grupo creado en Facebook para denunciar sus malas prácticas, el pasado día 19 uno de los responsables de la Wildlife Friends Foundation, Edwin Wiek, anunció el rescate de al menos 75 tigres para su ingreso en un verdadero centro de rehabilitación gubernamental. El objetivo final es cerrar el templo, pero hay grandes intereses económicos que lo impiden. Se demostró en febrero de 2015, cuando los responsables se negaron a liberar a los tigres durante una redada llevada a cabo por la policía tras la denuncia que hizo un activista. Acusaba al templo de haber vendido tres ejemplares. Porque el problema de estos zoológicos recreativos no reside únicamente en la explotación comercial de los animales. También fomentan su tráfico ilegal.
Rafael Salvador es un joven investigador especializado en criminología medioambiental que está preparando su tesis doctoral en la británica Universidad de Middlesex. Además de haber estudiado delitos forestales en España y en Australia, ha elegido examinar el impacto del turismo de fauna salvaje en varios lugares de Asia, y el templo de los tigres de Tailandia ha sido uno de los casos que ha analizado con más detenimiento. “Para muchas organizaciones es el centro del eje del mal, y quería descubrir por qué”, explica.
Ya lo ha descubierto: “En primer lugar, promueve una cosificación del animal, ya que lleva a cabo una actividad comercial sacando al tigre de su hábitat natural y manteniéndolo en malas condiciones. Esos ejemplares jamás podrán ser reintroducidos en la jungla porque allí no durarían ni diez minutos. Además, el centro no sirve para concienciar a los visitantes sobre la necesidad de proteger a una especie de la que apenas quedan 350 ejemplares en libertad, ni siquiera ofrece información sobre ella. Por si fuese poco, se cree que sirve para traficar con los tigres”.
Lo mismo sucede en las granjas de tigres existentes en China. Se trata de instalaciones muy básicas que se disfrazan de parques temáticos y están abiertas al público. En su interior se crían tigres con fines de dudosa legalidad. En la norteña ciudad de Harbin, en un gran recinto dedicado al tigre siberiano, los felinos viven en semilibertad y son utilizados como atractivo gore, ya que los visitantes que recorren las llanuras a bordo de camiones pueden adquirir todo tipo de animales vivos para darles de comer y divertirse grabando cómo los descuartizan. Y mucho peores son centros como el de Guilin, donde muchos de los tigres están famélicos. Pero ahí reside una de las claves del negocio: los animales valen mucho más muertos que vivos. Así que, aunque no pueden matarlos, simplemente los dejan morir. Luego, con sus cuerpos se elaboran todo tipo de productos: desde pociones medicinales del vademécum tradicional chino, hasta licores supuestamente vigorizantes.
Existe una técnica llamada pajaan, cuya finalidad es “romper el alma” de los animales para que se conviertan en seres sumisos, incapaces de desobedecer a las órdenes de los humanos
“Su existencia es muy preocupante porque hacen creer al consumidor chino que el animal está disponible, lo mismo que un pollo o una ternera. Las granjas crean confusión sobre lo que es legal y lo que no”, añade Salvador. A pesar de que la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) prohíbe taxativamente el tráfico internacional de las mismas, estas granjas operan en un limbo legal, ya que teóricamente no tienen relaciones comerciales con el extranjero ni afectan a los ejemplares en libertad.
El investigador español destaca otro punto negro de estos lugares. “Es factible tener un registro de los tigres adultos que viven en centros como el templo de los tigres o las granjas chinas, pero es muy difícil controlar los cachorros que nacen. Así, a veces matan al adulto y dejan que el cachorro crezca para tomar su lugar y que nadie descubra que hay un tigre de menos”. Este periodista pudo comprobar que en todos los centros siempre hay cachorros enjaulados y sin ningún tipo de distintivo identificativo. La gran pregunta es qué se hace con esos ejemplares. “Mientras haya demanda, habrá oferta”, sentencia Salvador, poco optimista sobre el futuro del tigre. “China es el principal consumidor de fauna amenazada del mundo, y los avances son muy lentos”.
Elefantes en peligro
Algo similar sucede con los elefantes, otra especie en peligro de extinción que se ha convertido en un gran atractivo turístico para Tailandia. No hay más que ver la abundancia de viajes organizados que incluyen algún tipo de interacción con los paquidermos. Pero, una vez más, Salvador afirma que los turistas pueden ser contraproducentes. “Hay que tener en cuenta que, en algunas ocasiones, se alinea a los animales y se les hace trabajar hasta la extenuación. Se les entrena con violencia para realizar diferentes exhibiciones frente a los turistas, y son utilizados para transportar a los visitantes a través de recorridos por el bosque. Las sillas se instalan en la espalda, lo que provoca problemas de salud en el elefante, que debería ser montado en el cuello”.
Desde FAADA añaden que muchos de estos elefantes “son capturados de manera furtiva, desplazados de su hábitat, y separados tempranamente y de manera abrupta de sus madres y del resto de la manada”. Es sólo el principio de un largo calvario. “Además del estrés físico y emocional que esto supone para ellos, los elefantes son sometidos a un cruel entrenamiento por parte de sus cuidadores, que se basa en la gestión de su comportamiento a través de la dominancia. Se trata de una técnica llamada pajaan, cuya finalidad es “romper el alma” de los animales para que se conviertan en seres sumisos, incapaces de desobedecer a las órdenes de los humanos. Consiste en una tortura física y emocional continuada, que implica que el animal es encerrado en una jaula, privado de comida y descanso, y golpeado repetidamente, hasta que exhausto y dolorido se rinde”, analiza Moreno. “Entonces puede ser usado para pasear turistas o realizar espectáculos de todo tipo, desde bailar al ritmo de música de discoteca, hacer todo tipo de acrobacias y piruetas, hasta pintar un cuadro”.
Según el investigador, entre el 20% y el 40% de todo el turismo mundial implica de alguna forma la fauna salvaje. En países como Australia, el porcentaje alcanza incluso el 44%. En demasiadas ocasiones, el bienestar del animal es lo último en lo que piensan quienes hacen negocio con ellos. Así, en Filipinas es posible sujetar a una tortuga gigante para hacer monerías con ella, o molestar al tarsero, el primate más pequeño del planeta, para poder fotografiarse con él durante el día, cuando debería estar dormido. Algo similar sucede en Indonesia con centros para orangutanes que ya se han acostumbrado al ser humano y son incapaces de vivir sin él. La lista es larga y, lógicamente, se extiende por todos los continentes.
Transformar lo negativo en positivo
Pero, ¿es este turismo siempre categóricamente negativo? Salvador está convencido de que no, y señala un caso beneficioso que ha estudiado: el Elephant’s World de Kanchanaburi. “Se trata de un santuario de elefantes en el que los animales se rehabilitan en condiciones idóneas para su conservación, en un entorno similar al salvaje. La gente puede visitar el centro e interactuar con los animales sin provocarles estrés. Además, se les informa en profundidad sobre la situación del elefante. Ese creo que es un punto clave, porque es importante formar a la gente y concienciarla sobre la necesidad de buscar una fórmula para alcanzar un modelo de turismo sostenible y respetuoso con el medio ambiente”.
No obstante, ante la compleja situación que se dibuja, ¿cómo puede un turista decidir si un centro que va a visitar promueve el maltrato animal o no? El experto en criminología verde reconoce que es complejo dar una respuesta, pero proporciona una curiosa solución. “Internet se ha convertido en una herramienta muy útil a la hora de hacer turismo, y no es una excepción en este caso. Un estudio de Oxford ha demostrado que los centros de fauna salvaje que cuentan con una puntuación inferior al 80% en plataformas como TripAdvisor deben la baja calificación a que los visitantes han identificado algún tipo de maltrato animal”. Por eso, el valenciano recomienda leer opiniones sobre los centros antes de visitarlos. “Ante la falta de un sistema internacional de calificaciones —similar al de las estrellas de los hoteles, por ejemplo—, puede ser una buena guía”.
FAADA proporciona algunas pistas más. “Aunque no estamos a favor de que existan animales salvajes en cautividad, entendemos que haya gente que quiera verlos y conocerlos, especialmente cuando viaja a otros países, y por eso intentamos potenciar alternativas respetuosas desde nuestra iniciativa de Turismo Responsable”, explica Moreno. “Eso incluye avistamientos, safaris, y visitas a verdaderos santuarios o centros de rescate. En estos lugares los turistas no sólo tienen la oportunidad de conocer a los animales, sino de ayudarles además económicamente, contribuyendo a sus cuidados, a su recuperación a través de asistencia veterinaria, y a su manutención. Muchos de ellos ofrecen también la posibilidad de realizar programas de voluntariado”. Las ONG coinciden en que ese último punto es clave, porque el acceso de voluntarios suele ser sinónimo de respeto a los animales.
Los centros de fauna salvaje que cuentan con una puntuación inferior al 80% en plataformas como TripAdvisor deben la baja calificación a que los visitantes han identificado maltrato
¿Y qué sucede entonces con los zoológicos de toda la vida? Al fin y al cabo, hay más tigres en cautividad sólo en Estados Unidos que en libertad en todo el mundo, y la mayoría está recluido en este tipo de instalaciones. Salvador no está en contra, y explica el porqué. “Lógicamente, no son una opción ideal para los animales, pero, en primer lugar, tratan de emular el hábitat natural y están supervisados por profesionales. En segundo lugar, son una importante fuente de información sobre la fauna salvaje para el gran público, y la función didáctica es imprescindible. En cualquier caso, es importante recalcar que resulta muy difícil de generalizar, y que cada animal es un mundo. Lo que puede ser positivo para el tigre no tiene por qué serlo para el elefante”.
En el zoológico de Shanghái, el más importante de China, están comprometidos tanto con el bienestar de los animales como con la necesaria labor didáctica que se espera de una institución de este tipo. “Es cierto que en este país la conciencia medioambiental es todavía muy pobre, pero la situación está mejorando. Se han eliminado muchas recetas de la medicina tradicional china que incluían ingredientes de animales en peligro de extinción, y estoy convencido de que las autoridades están llevando a cabo una importante labor para acabar con el tráfico”, afirma uno de los responsables, que prefiere no ser identificado. Apunta al incremento en el número de redadas contra traficantes de animales y contra el comercio de marfil. “También son importantes las campañas que han lanzado personajes famosos, ya sea contra el consumo de aleta de tiburón o para la preservación de otras especies. Poco a poco se va avanzando, y si China mejora su protección del medio ambiente, al final todo el mundo lo notará”.
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