La agonía del parque nacional de Nairobi
Kenia, con un 46% de ciudadanos bajo el umbral de la pobreza, se debate entre desarrollo urbano y la conservación del primer espacio protegido de África del este
Plantas de cemento, siderúrgicas, refinerías de petróleo, industrias químicas y un aeropuerto internacional. Este es el trasfondo por el que se pasean los leones, cebras y jirafas del Parque Nacional de Nairobi en Kenia, el más antiguo de África del este y el único del mundo dentro de una capital de país. A sólo 10 kilómetros del centro de la ciudad, es uno de los principales santuarios de rinocerontes del país y hogar de un centenar de especies de mamíferos y más de 500 de pájaros, casi tantas como en toda España. A pesar de su singularidad, su futuro está en jaque. El crecimiento urbano y la decisión gubernamental de hacer pasar un tren de larga distancia y un cinturón de ronda por el parque amenazan su integridad. Conservacionistas y ciudadanos se han organizado para defender un recurso natural y turístico emblemático. Al mismo tiempo, otras voces piden priorizar el desarrollo económico de Kenia, un país con un 46% de su población bajo el umbral de la pobreza, pero que liderará el crecimiento en África en los próximos 15 años si prosigue su industrialización e inversión en infraestructuras, según el Banco Mundial.
“Es un parque pequeño, de sólo 117 kilómetros cuadrados, y está rodeado por el desarrollo urbano”, incluyendo vertidos contaminantes y la proliferación de viviendas, granjas de flores, carreteras y canteras que bloquean las rutas migratorias de animales como los ñus en la vertiente sur, resume el responsable de Operaciones del African Network For Animal Welfare (Anaw), Steve Itela. En la sabana del parque, búfalos y gacelas pastan entre desechos de plástico, torres eléctricas y conducciones de combustible mientras avanzan los proyectos de construcción del Cinturón de Ronda Sur y del Tren de Ancho de Vía Estándar, incluidos en un paquete de acuerdos suscritos por Kenia y China en 2013. A pesar de la polémica, se prevé que un cinturón no soterrado pase por el norte del parque para aliviar el tráfico de Nairobi, uno de los peores del mundo. En cuanto al tren, se internará en el espacio protegido a lo largo de más de 11 kilómetros y contará con tres puentes elevados para permitir el paso de la vida salvaje. “Un proyecto seguro, bello e inmortal”, y el primer paso para popularizar la tecnología ferroviaria China en todo África, según la empresa estatal adjudicataria China Road and Bridge Corporation (CBRC).
El parque, de 117 kilómetros cuadrados, está rodeado por el desarrollo urbano, incluyendo vertidos contaminantes y la proliferación de viviendas, granjas de flores, carreteras y canteras que bloquean las rutas migratorias de animales
El tramo Nairobi-Mombasa, de 472 kilómetros, unirá la capital keniana con uno de los principales puertos de África del este y en fases posteriores prevé llegar hasta Uganda, Ruanda y Sudán del Sur. Con una inversión de 3.600 millones de dólares y financiada en un 90% por el China Exim Bank, esta línea prevista para 2017 se inserta en la mayor inversión en infraestructuras de Kenia desde su independencia y es el proyecto estrella del plan de desarrollo del país hasta 2030. En julio, el Gobierno y el Kenya Wildlife Service (KWS), encargado de la gestión de los parques, anunciaron que el tren se adentraría en parque porque otros trazados a través de zonas residenciales e industriales habrían supuesto el pago de compensaciones desorbitadas. “Se trata de un acuerdo que refleja el interés nacional en un sentido amplio, y que no altera las fronteras del parque”, zanjaron en una nota de prensa KWS, Ferrocarriles de Kenia y la Comisión Nacional de Tierras.
Ciudadanos como el policía Jackson Birech, que observa las cebras desde su balcón y verá pasar el cinturón entre su piso y el parque, celebran ambos macroproyectos: “Los extranjeros piensan más en los animales que en las personas. La prioridad de Kenia es mejorar la calidad de vida de sus habitantes, y necesitamos estas infraestructuras. No podemos seguir teniendo el centro colapsado por camiones de 44 toneladas que van al Congo o a Burundi”.
Kenia es el sexto país de África subsahariana con más ciudadanos viviendo en la pobreza extrema —18 millones de un total de 46—, según reveló el Instituto de Estudios de Seguridad (ISS) en 2015. Las organizaciones de conservación están de acuerdo en la necesidad de promover el desarrollo económico, pero matizan que hay alternativas.
Hacia un parque zoológico
La presidenta de Amigos del Parque Nacional de Nairobi (Fonnap), Aliya Habib, y la directora ejecutiva de WildlifeDirect, Paula Kahumbu, coinciden con Itela de Anaw en explicar que, desde la independencia de Kenia en 1963, individuos influyentes se han apropiado de forma ilegal de terrenos públicos reservados para la construcción de corredores de transporte y los han vendido para la edificación.
“El Gobierno no ha reclamado estos terrenos, sino que se ha limitado a tratar el parque como una parcela para la especulación”, lamenta Habib; y Kahumbu puntualiza que los parques nacionales sólo constituyen el 8% de la superficie del país. “Lo que obstaculiza el desarrollo no es la conservación de la naturaleza, sino la corrupción, la impunidad y la mala planificación”. Itela considera que diversos tramos del tren deberían haber seguido el trazado de la vía actual, construida por los británicos a principios del siglo XX y apodada Lunatic Express, en parte, porque los leones devoraban a los empleados en su construcción.
En esta ocasión, la amenaza pesa sobre los felinos. El viceguarda sénior de KWS para el Parque Nacional de Nairobi, Muraya Githinji, asegura que protegerán a la fauna de los trabajos de construcción de la vía, iniciados en septiembre. El compromiso de KWS con este parque, fundado en 1946, pasa por vallar las obras y mantener a rangers que supervisen a los trabajadores las 24 horas del día para evitar la caza de animales salvajes como trofeos o carne. Sin embargo, Githinji se muestra “especialmente preocupado” por el efecto del ruido, la contaminación y las vibraciones ocasionadas por la maquinaria pesada.
“Los extranjeros piensan más en los animales que en las personas. La prioridad de Kenia es mejorar la calidad de vida de sus habitantes”, se queja un policía
“El impacto de las obras puede ser enorme porque lo que hay en el parque son animales, no personas a quienes puedas explicar que los trabajos durarán seis meses y luego pueden regresar”, alerta la responsable de Fonnap. A su juicio, los macroproyectos empujarán a los animales al centro de un parque ya de por sí pequeño. Ello aumentará el riesgo de endogamia causado por la obstrucción de los corredores migratorios, pastos ancestrales de la tribu Masai que han sido privatizados, subdivididos, vendidos y vallados desde los años 80 del siglo pasado. La coordinadora de políticas de la Asociación de Espacios de Conservación de la Vida Salvaje de Kenia (KWCA), Gladys Warigia, advierte de que el parque “puede acabar convirtiéndose en un zoo o en un simple terreno para el desarrollo urbano”. El experto en conflicto entre humanos y depredadores de The Wildlife Foundation, Michael Mbithi, detalla que algunos animales se han quedado fuera del parque porque los obstáculos les impiden regresar, y que los leones ya están genéticamente aislados de las poblaciones del sur del país.
En vista del ritmo de construcción de infraestructuras y de la demarcación del territorio, el viceguarda sénior de KWS calcula que en sólo 10 años el parque se habrá convertido en una isla separada del resto del ecosistema, como evidencia el hecho de que el número de ñus haya caído de 10.000 a 1.000 en los últimos 20 años. “Esto significa que necesitaremos una gestión activa e intensa de las especies para conservar el máximo número, aunque probablemente no sobrevirarán todas”. Githinji revela que el parque ya ha empezado a prepararse, con intervenciones a corto y largo plazo, para un futuro en el que los animales ya no serán capaces de entrar y salir de la zona protegida de forma estacional.
Crecimiento sostenible
El Parque Nacional de Nairobi, el sexto más visitado de Kenia con 120.000 visitantes anuales, es un emblema para África Oriental, porque con él se inició un movimiento de conservación que ha logrado preservar grandes mamíferos carismáticos como el guepardo y el elefante. Sus praderas amarillentas salpicadas de acacias y antílopes también habitan en el imaginario occidental como una de las cunas de los safaris. Primero de caza, y luego fotográficas, estas expediciones fueron popularizadas por la adaptación hollywoodiense del relato Memorias de África, ambientado en el Nairobi colonial. Por ello, los conservacionistas consideran que el futuro de este parque será clave para definir el éxito con el que se concilian la protección de la naturaleza y el desarrollo económico en toda la región.
“La conservación no es culpable de la pobreza, sino que puede aliviarla creando empleo y promoviendo el turismo y el sustento de las comunidades locales”, argumenta Kahumbu, de WildlifeDirect. El turismo es uno de los pilares del Plan de Desarrollo de Kenia hasta 2030, por lo que amenazar a los parques es obstaculizar el crecimiento, razona. Aunque el parque esté protegido por ley, por lo menos sobre el papel, la conservación de este espacio y de sus corredores migratorios se enfrenta a una “competencia fortísima” de otros usos del suelo como la construcción. Por ello, la clave está en crear buenas políticas de incentivos para su protección, señala Warigia de KWCA. “Si el Gobierno no protege el hábitat y no logra ver el valor de la conservación, el parque caerá presa del desarrollo urbano porque es casi la única zona por la que Nairobi puede expandirse”. Y Kenia crece a un ritmo de un millón de personas al año.
Los rutas migratorias que se extienden al sur del parque, su única vertiente no vallada, son vitales para su supervivencia. Una de las iniciativas para salvar lo que queda de ellas es una nueva Área de Conservación que ya está registrada y se prevé que vea la luz este 2016, según revelan KWCA y The Wildlife Foundation como impulsores. Kenia cuenta con 23 parques nacionales y 28 reservas de protección estatal, pero con más de 140 Áreas de Conservación, tierras de propiedad privada o comunitaria que se destinan a la preservación de la vida salvaje y que ya suponen un 5% de la superficie del país. Con este modelo de conservación, iniciado en la década de 1990, comunidades ganaderas como los Masai ven sus tierras aunadas y protegidas de incursiones, ventas irregulares y fragmentación, lo que ofrece grandes superficies de pasto para sus animales. Además, estas áreas generan ingresos turísticos para las poblaciones empobrecidas del entorno de los parques, que suelen beneficiarse “poco o nada” del influjo de visitantes a los espacios de protección estatal, según KWCA.
Otra iniciativa de los conservacionistas es la instalación de más de 140 lámparas alimentadas por energía solar junto a los cercados para ganado de los Masai al sur del parque. Desde 2012, estos sistemas cofinanciados por los usuarios evitan los ataques de los depredadores y proveen de electricidad a hogares hechos de boñigas y paja. La sociedad civil impulsa la Nairobi GreenLine, un proyecto iniciado en 2010 para proveer al parque de un cinturón verde de 32 kilómetros que lo proteja de las incursiones, explica su coordinadora, Wanja Kimani. Según Itela de Anaw, se ha llegado a platear la construcción de un túnel entre el aeropuerto y el parque que permita a los viajeros en tránsito hacer un safari exprés sin pagar visado. Asimismo, autoridades locales al sur del parque se han propuesto ordenar los usos del suelo para designar áreas de protección de la vida salvaje, lo que a juicio Itela debería realizarse a nivel nacional. Esto, y seguir educando y sensibilizando a la población para que presione a sus legisladores.
Motivos por los que luchar
Los conservacionistas, KWS y ciudadanos a favor de su conservación coinciden en que el valor de este parque, tan accesible que se puede visitar en autobús y en taxi, supera los cálculos económicos. Más allá de su potencial turístico, hay que preservarlo por sus servicios ambientales, como la depuración del aire y el agua; como un “increíble laboratorio de conservación junto a una gran capital”, en palabras de Kahumbu, y como un espacio educativo y de recreación sin par. También por el valor intrínseco de la vida que alberga, y porque es “un patrimonio nacional del que todos los kenianos pueden enorgullecerse”, según Waitira Kephas, una profesora de 46 años que celebra la Navidad en familia con un picnic junto a un grupo de hipopótamos. Al fin y al cabo, “nadie quiere vivir en un lugar feo y contaminado, incluyendo los directivos e inversores internacionales asentados en Nairobi”, resume la responsable de WildlifeDirect.
La presidenta de Fonnap admite que dentro de 10 años el parque podría haber desaparecido como un espacio de vida salvaje en libertad, pero asegura que no se rendirán. No abandonarán porque la degradación de este parque, incluyendo la construcción de macroinfraestructuras, puede sentar un precedente peligroso para el resto de espacios protegidos de Kenia. “Si han podido con este parque, con todo el revuelo que ha generado, podrán fácilmente con cualquier otro, porque las personas realmente han luchado por él”.
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