Nueve momentos en los que Mariano Ozores nos dio lecciones de cine
Muchas veces denostado, tuvo instantes magistrales. Hoy le dan el Goya de Honor. Estas secuencias reivindican su racial cine
Todo lo malo que puede decirse del cine de Mariano Ozores (Madrid, 1926) se ha expuesto ya de forma amplia y contundente. Sus películas han sido tildadas, sobre todo, de casposas. Lo más suave que se ha expresado de su comedia es que está en las antípodas del llamado “humor inteligente”. A veces no han hecho falta palabras para criticarlo: olvidarlo, no hacerle aprecio, ha sido el mayor desprecio. Pero ahora que la Academia del Cine le concede un Goya honorífico por el conjunto de su carrera, cabe preguntarse si de este prolífico cineasta madrileño pueden decirse cosas buenas. Dirigió 91 películas, algunas protagonizadas por sus hermanos actores, Antonio y José Luis Ozores.
“Bueno se puede decir todo”, defiende Javier Ikaz, autor del libro Disparate nacional: el cine de Mariano Ozores (Ed. Applehead Team, 2015). “Es una persona que a lo largo de más de 30 años ha sabido hacer el cine que gustaba a la gente. Hoy tenemos otra mentalidad, pero así era el humor de aquella época. Hasta los anuncios de televisión tenían esas connotaciones que hoy consideramos negativas”. Para Juan José Montijano, profesor de Literatura de la Universidad de Granada y autor de Pajares y Esteso: tanto monta, monta tanto (Ed. Diábolo, 2015), Ozores es “el último gran baluarte de la comedia cinematográfica española en su sentido más amplio”.
Aunque empezó a hacer cine en 1959, Ozores se explayó en los setenta, una década de grandes transformaciones en nuestro país. Llegó a dirigir hasta seis películas en un año; la última, Pelotazo nacional, es de 1993. “La mejor manera de entender la sociedad española de aquellos años es viendo sus películas. Siempre tocaba el tema candente del momento”, explica Ikaz. La liberación sexual, la legalización del juego, los partidos políticos en la Transición… Todo lo retrató con humor incendiario. Como recuerda Montijano, “la sátira es también una forma de crítica”. Su burla, explica este autor, caló sobre todo en el espectador de clase media o media-baja. “Es el que devora su cine, porque el espectador de clase media-alta es aquel al que se le critica. Todos sus personajes son gente llana, con los que el público se identificaba rápidamente”.
“Yo a veces lo comparo con Billy Wilder”, espeta su biógrafo, Javier Ikaz. “No se parecen en nada, y obviamente las películas de Wilder son superiores, pero me refiero a su cualidad de autor total, de creador que respeta la comedia. Cuando lees sus memorias [Respetable público, 2002] te das cuenta de que es una persona con una cultura enorme, algo que en ocasiones parecen desmentir sus guiones con humor de brocha gorda”.
“Era un gran admirador de Billy Wilder”, remarca Montijano. “Estaba absolutamente al tanto de lo que sucedía en el cine norteamericano. Su sobrina, Adriana Ozores, se llama así por la película Ariane, de Billy Wilder (1957). Ese reflejo de la sociedad que creó Wilder en La tentación vive arriba (1955), con la figura del rodríguez, por ejemplo, la compartía Ozores”.
Pero no hay mejor manera de glosar sus méritos que a través de su obra. Los greatest hits de Mariano Ozores revelan un finísimo olfato para la comicidad, un incomparable don para el oportunismo y una agudeza sin igual para explotar los tópicos sociales. Combinando grandes actores con pequeños presupuestos, logró momentos magistrales. Como estos...
Cantando “raya de esa” en Los bingueros (1979). Ozores fue muy de dúos: José Luis López Vázquez y Gracita Morales, Alfredo Landa y Lina Morgan y, en su versión más desbarrada, Fernando Esteso y Andrés Pajares. Los bingueros fue su primera película juntos de esta última pareja. “Nunca fueron pareja cómica”, advierte Montijano. “Eran dos actores con carreras paralelas en cine, teatro, salas de fiesta y discos. A partir del éxito de Los bingueros se perpetuaron”. El personaje de Esteso, desempleado, y el de Pajares, agobiado por las deudas, encuentran en el novedoso bingo lo mismo que muchos españoles: la posibilidad de salir de pobres. Su punto culminante: al principio, inexpertos, deciden jugar a medias, y cuando consiguen su primera línea no saben ni cantarla: “¡Raya de esa!”, grita Pajares.
La báscula de Yo hice a Roque III (1980). No todo en la filmografía de Ozores es humor tosco. Andrés Pajares, remedo castizo de Rocky Balboa, mantiene un memorable diálogo de besugos con Fernando Esteso y Antonio Ozores (hermano de Mariano) a propósito de una báscula “inglesa” que da el peso en libras y no en kilos. Cuando Antonio Ozores aparece calculadora en mano y con el prospecto de la báscula (que informa de que una libra equivale a 460 gramos), se enzarzan en una serie de disparatados intentos de conversión que terminan concluyendo que Pajares pesa 20.000 pesetas. “Es una conversación muy absurda, muy de película clásica, como de los hermanos Marx”, señala Javier Ikaz. “Ahí pesa más el humor más que la carcajada fácil. Los fans tienen esta película como la mejor de Ozores”.
El humor negro de Las 2 ½ y veneno (1959). Hijo de actores (Mariano Ozores Francés y Luisa Puchol), Mariano Ozores debutó como director a los 33 años muy influido por el teatro. “Su primera película, Las 2 ½ y veneno, podría haberla escrito Mihura o Jardiel Poncela. Ese sainete de enredo con un humor casi surrealista lo cultivó mucho al principio de su carrera”, dice Javier Ikaz. Esta cinta, protagonizada por sus hermanos José Luis y Antonio, así como por su cuñada Elisa Montes y Fernando Rey, tiene tintes de comedia negra que la enlazan con clásicos como Arsénico por compasión (1944), de Frank Capra.
La sexi Marisol de El taxi de los conflictos (1969). Codirigida con José Luis Sáenz de Heredia y rodada para ayudar económicamente al productor Benito Perojo, El taxi de los conflictos es un all-star del cine español de la época por el que desfilan prácticamente todos los famosos del país. Ninguno cobró, excepto el protagonista, Juanjo Menéndez, el taxista que hace de nexo de todas las historias. En la película hay mucha música: aparecen cantando Peret, Carmen Sevilla, Lola Flores con su familia, aunque muchos babearon al ver a una bellísima Marisol, con un sexi uniforme de gasolinera (como las bailarinas que la acompañan) interpretando Corazón contento. Un videoclip en toda regla.
La introducción de Manolo, la nuit (1973). El paseo de Alfredo Landa por la playa provocando a su paso suspiros y piropos por parte de “las suecas”, mientras una voz en off nos presenta al “racial celtíbero español”, es antológico. Y no se trata más que del prólogo de la película, previo a los títulos de crédito. Algunos de sus temas favoritos (el turismo y la figura del aprovechado) se combinan aquí con un resultado explosivo. Porque Landa es un guía turístico que arrasa entre las guiris de Torremolinos mientras su mujer le espera pacientemente en Madrid. Pero al final es su esposa (María José Alfonso) quien dirá la última palabra, con una ingeniosa venganza. Como expresa Juan José Montijano, “pese a que los matrimonios de Ozores el hombre llevaba la voz cantante, siempre hace que ella le dé su merecido y este acabe redimido y volviendo al lado de la sufrida esposa”.
El "casto no, solo decente" de 40 grados a la sombra (1967). Las tres variantes del tradicional veraneo español (playa, montaña y quedarse de rodríguez) inspiraron las tramas cruzadas de esta tierna parodia de los tópicos estivales. “Es maravillosa”, describe Javier Ikaz. “Cualquier escena retrata muy bien lo que era España en aquellos años”. La llegada de Antonio Ozores y Gracita Morales a la playa de Benidorm, donde proceden a ponerse el bañador enfundados en una de esas cortinas de cuerpo entero, o el equívoco entre Alfredo Landa y la guapa vecina del chalé que pretende alquilar (ella: “¡Pero usted no es Casto!”; él: “Casto no, solo decente”), son algunas de sus perlas.
El túnel de lavado de Los liantes (1981). La picaresca siempre fascinó a Mariano Ozores, que salpicó sus películas de listillos, mangantes y timadores. En Los liantes, Pajares, Esteso y Antonio Ozores encarnan a un trío de engañabobos que actúa en la costa de Andalucía. Todo el filme es una sucesión de gags hilarantes, como cuando Pajares vende al incauto Alfonso del Real un portarrollos de papel higiénico haciéndolo pasar por un avanzado sistema antirrobo con rayo láser. Pero ninguno es comparable a la secuencia en que el zapato de Esteso queda atrapado en el rodillo de un túnel de lavado de coches, a resultas de lo cual él y Pajares salen de allí relucientes y repeinados. “Lo rodaron tal cual”, cuenta Montijano. “Fernando se quejaba de que no pilló una pulmonía de milagro”.
La decente doncella en ¡Cómo está el servicio! (1968). Quince años antes de que Almodóvar y McNamara se apropiaran del título para su único disco (¡Cómo está el servicio… de señoras!, 1983), Gracita Morales y José Luis López Vázquez protagonizaron esta simpática fábula sobre la chica de pueblo que llega a la gran ciudad para trabajar de sirvienta. Indirectamente, Ozores se pone de parte de la encantadora y decente Gracita, mientras que representa a los urbanitas como caprichosos, histéricos y un tanto chiflados. En especial el personaje interpretado por Irene Gutiérrez Caba, una viuda que cree que su marido aún sigue vivo. “La escena de Gutiérrez Caba queriendo matar a Gracita Morales por haberse acostado con su esposo imaginario es realmente estupenda”, destaca Juan José Montijano.
El dramatismo de La hora incógnita (1963). Ozores no siempre hizo cine de destape. “Su primer desnudo fue en el año 76, en El alcalde por elección. Y llevaba haciendo cine desde 1959, a veces más de una película por año. Más de la mitad de su obra es cine sin desnudos”, nos recuerda Javier Ikaz. Esta película no sólo carecía de destape sino de todo atisbo de comedia. “Es la más rara, la única que no es de humor”, explica. Se trata de un filme apocalíptico, casi de ciencia ficción, que cuenta lo que ocurre en una ciudad la noche en que va a caer una cabeza nuclear. Sus variopintos habitantes (el que aprovecha para robar, el pobre hombre, el borracho…) quieren huir pero por una cosa u otra no pueden. “Es muy dramática, y con la fotografía en blanco y negro parece neorrealismo italiano”, añade. Su fracaso comercial llevó a Ozores de cabeza al género en el que pasaría a la posteridad: el humor.
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