Coodington, el arte de la imperfección
Wintour y la directora creativa de ‘Vogue’ son dos formas de entender la moda. Se han alimentado la una de la otra en la revista desde 1988. Ahora se separan
"Si Anna Wintour es el Papa, Grace Coddington es Miguel Ángel, intentando pintar una nueva versión de la Capilla Sixtina 12 veces al año”. Así definía la revista Time a las dos mujeres tras la publicación, esta semana, de que la revista de moda más importante del mundo, el Vogue estadounidense, se quedaba sin su artista. Después de casi 30 años como directora creativa del magazine, Coddington anunció que abandonaba su puesto para poder embarcarse en otros proyectos.
Tras su salida, la prensa estadounidense especializada especula ya con movimientos y despedidas en Vogue que sigan a Coddington. Pero la estilista no se va definitivamente. Mantendrá el título de “directora creativa independiente” y seguirá colaborando con la revista en al menos cuatro editoriales al año. Lo dejó muy claro en el anuncio de su marcha: “No estoy huyendo de Vogue porque me ha abierto muchas puertas”.
Para Coddington, nacida en “una isla de una isla” de Gales en 1941, las páginas de la revista Vogue significaron la primera puerta al mundo de la belleza que le llegaba por correo siempre con retraso. Para ella eran una ventana a por la que dejaba volar su imaginación lejos del hotel costero en el que se crió junto a sus padres y dos hermanas. Fue la brújula que le llevó hasta el Londres de 1959. Por las mañanas estudiaba para ser modelo, y por las tardes ganaba el dinero para las clases en un café, gracias al que paradójicamente despegó su carrera como modelo. Primero un cliente la puso en contacto con el fotógrafo Norman Parkinson, que le hizo su primera sesión. Después, otro le habló de un concurso de modelos en Vogue.
La revista volvía aparecer en su vida. Tenía solo 19 años y Coddington ganó uno de esos concursos. Entre sesión y sesión, conoció al peluquero y empresario Vidal Sassoon, a Mick Jagger, los Beatles, al diseñador de zapatos Manolo Blahnik o al fotógrafo David Bailey. “[El director] Roman Polanski intentó arrastrarme a su casa”, cuenta en sus memorias. Con su inconfundible melena pelirroja prerrafaelita, se hizo un hueco en las páginas con las que soñaba de niña, “sin ser una mujer perfecta”. Para ella “la perfección es aburrida”. Y por eso sigue rechazando lo digital, por las posibilidades que ofrece de corregir la belleza de lo imperfecto.
Cuando su carrera de modelo se truncó en los años sesenta tras un accidente de tráfico que la dejó sin párpado izquierdo, tras una larga recuperación volvió a trabajar, pero al otro lado de la cámara, como editora de la edición británica de Vogue. La relación que había empezado de modelo con fotógrafos como Bailey o Helmut Newton y diseñadores como Karl Lagerfeld o Alaïa la estrechó en sus primeros editoriales.
A Anna Wintour la conoció en aquellos pasillos de Vogue en Londres, pero no tenían una relación estrecha. De hecho, cuando Wintour fue nombrada directora de la revista, las diferencias creativas que tenían llevaron a Coddington a aceptar un trabajo en Calvin Klein en Nueva York. Pero ella, la maestra de las historias románticas y las composiciones oníricas —aunque le cueste decidirse, siempre nombra la sesión Alice in Wonderland que hizo con Annie Leibovitz en 2003 como su favorita—, no encajaba en el minimalismo del diseñador estadounidense. Y cuando Wintour fue fichada como editora de la edición de Vogue USA, la llamó: “Empieza conmigo el lunes”. Juntas entraron en la redacción una misma mañana de 1988 y juntas reinventaron la revista.
Mientras Wintour quería estrellas de cine, y ser una estrella; Coddington solo quería modelos, a ser posibles tan imperfectas como ella, y quedarse en la sombra. Por eso Wintour tuvo que convencerla para que saliera en el documental The September Issue (2009), en el que la estilista se convirtió en la estrella inesperada por su talento y por ser la única capaz de enfrentarse a Anna.
Animada por el éxito de la película, publicó sus memorias, Grace, que convertirán ahora en una película (“Ojalá me interprete Julianne Moore”, confiesa). También tiene publicado un libro con sus ilustraciones de gatos, Catwalk Cat; y en noviembre reeditó su recopilación de fotos de sus primeros 30 años en Vogue (que se vendía por más de 3.500 euros por Internet), del que ahora prepara una segunda parte. Gracias a la película sobre la elaboración del número más importante del año de Vogue puede ahora, a sus 74 años, abandonar la publicación. Aunque solo lo hará en parte. Seguirá pintando capillas sixtinas para Anna Wintour. Pero ahora, además, las pintará para otros. Aunque ella insista en que no es artista.
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