Un silencio intolerable
Podemos tiene que aclarar de una vez si defiende la democracia en Venezuela
Cinco partidos —desde PP y PSOE hasta PNV y UPyD, pasando por Ciudadanos— acaban de firmar un manifiesto en defensa de la democracia en Venezuela, horas antes de la constitución, ayer, del Parlamento surgido de las elecciones del pasado 6 de diciembre. En el texto se pide al presidente, Nicolás Maduro, que respete el resultado de esos comicios que han llevado a la oposición a ganar la mayoría de escaños de la Asamblea Nacional. Maduro ha adoptado un peligroso rumbo de sabotaje de la voluntad popular con decisiones arbitrarias y peligrosas relacionadas con el poder judicial, con el intento de poner en marcha una Cámara paralela y con la autonomía del Banco Central.
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¿Cómo es posible que un partido como Podemos —el tercero en las pasadas elecciones del 20 de diciembre, con 69 escaños en el Congreso de los Diputados y plenamente inmerso en los usos democráticos— tenga reparos a la hora de pronunciarse sobre el apoyo a la democracia en Venezuela? ¿Es que tiene dudas sobre las decisiones de Maduro para tratar de perpetuarse en el poder tras la derrota? Pedir explicaciones no es un capricho: la Venezuela bolivariana no solo fue un modelo de inspiración para Podemos, sino que los actuales dirigentes del partido participaron directamente en su desarrollo. En consecuencia, sus reflexiones sobre lo que ocurre con la democracia venezolana son pertinentes para saber qué han aprendido y cómo lo aplicarían.
Es hora ya de que Podemos abandone su atrincheramiento en esta cuestión. Ha tenido otras oportunidades para hacerlo, y no las ha aprovechado: en marzo de 2015 votó en contra de una resolución del Parlamento Europeo que pedía la liberación de los presos políticos encarcelados por Maduro. En septiembre se abstuvo —en el Senado español— sobre el mismo asunto. Y en diciembre, sus eurodiputados se ausentaron para no votar una resolución que se preocupaba por el agravamiento de la situación en Venezuela, condenaba la persecución política y la represión de la oposición y pedía un diálogo pacífico para evitar una escalada de violencia.
Dar explicaciones y aclarar posturas sobre asuntos conflictivos tiene posibles costes entre los seguidores de un partido. Ese es un problema que debe resolver la dirección de Podemos. Y debe hacerlo con pronunciamientos nítidos, sin los subterfugios ni las ambigüedades de anteriores ocasiones (Pablo Iglesias sobre la detención de Antonio Ledezma, alcalde de Caracas — “a mí no me gusta que se detenga a un alcalde”— y la del líder opositor Leopoldo López —“a nosotros no nos gusta, venga de donde venga, que se condene a alguien por hacer política”—).
Y mucho más en una situación tan delicada como la actual, en la que se acentúa la crisis económica y social en Venezuela y la actuación destructiva de su Gobierno. El respeto a las reglas de juego es la mejor garantía para fortalecer las instituciones democráticas, y Maduro no deja de retorcerlas en provecho propio. Las urnas se pronunciaron de manera inequívoca; polarizar a la sociedad venezolana en vez de acatar su mandato es la peor solución para un país que atraviesa uno de sus momentos más difíciles.
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