¿Por qué los astronautas siempre quieren volver a casa?
A Eduardo Souto de Moura le gusta contestar con esa pregunta cuando se cuestiona sobre la escasa evolución del espacio doméstico. Los experimentos, en Marte, la comodidad y la bajada de guardia, en casa, viene a decir el arquitecto portugués. Sobre la normalidad de una casa habla la nueva historieta de Paco Roca (Valencia, 1969), el autor de Arrugas –que recibió el Premio Nacional de Cómic en 2008- y de tantas obras premiadas, defiende con su nuevo libro que una casa es el lugar en el que todo habla. El sitio en el que hasta lo más insignificante cuenta una historia y, por supuesto, el escenario en el que, en pasado o en presente, el mundo gira alrededor de uno mismo.
En ese nuevo cómic, titulado precisamente, La Casa (Astiberri), Roca reúne a tres hermanos que evocan, a partir de los restos de una casa, la figura de su padre. También dibuja la relación entre ellos y su vínculo con esa segunda vivienda, el “chaletito” de su infancia, con sus grietas, sus árboles, sus distintas ampliaciones, sus alegrías y su sacrificios. Con todo, más allá del escenario, Roca dibuja en él las ilusiones, los desacuerdos, la unión, el desconocimiento y el conocimiento mutuos que se vivieron allí. En realidad, tal y como en Arrugas dibujaba los surcos de la piel para indagar en el pasado de las personas, en La Casa son los desconchados y los inventos lo que habla del carácter, las prioridades y el empeño de sus ocupantes. El cómic es el dibujo de una vivienda construida a mano. Pero es también la historia de una familia contada en dos generaciones. La primera a partir del trabajo, los roles y los sueños. La segunda a partir del cuestionamiento, el desencanto y los diálogos destinados a desmontar lo distinto.
Con todo, este espléndido cómic es también la historia de una amistad. Explica cómo la ilusión puede contagiarse y cómo las prioridades pueden relativizarse gracias a una casa en ruinas. Por eso un escenario del pasado abandonado se convierte en el nuevo escenario de un encuentro, o reencuentro, que es capaz de agotar toda la capacidad simbólica que encierra un limonero que florece, una higuera “que no tira”, una piscina excavada a mano o un muro reconstruido y firmado por los nietos.
Contada a partir de sus dificultades y de unos hermanos que se tiran los trastos a la cabeza tanto como a partir de los objetos anodinos olvidados en ella, La Casa de Paco Roca es una narración sencilla pero directa. Consigue la naturalidad de los encuentros familiares y encierra, a pesar de los desacuerdos y la nostalgia, el calor de una casa.
Roca ha dibujado el tiempo y ha contado una casa. Está algo descuidada. Pero mantiene la fuerza de lo que se hizo con optimismo y es capaz de acoger a tres familias donde antes sólo vivía una. Bien hilado, analítico, sencillo y profundo a la vez, el cómic es una película para toda la familia: se devora como las mejores sobremesas y tiene una última escena impagable que es un canto a la amistad y a la vida, en un tiempo en el que tan poco nos parece valioso.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.