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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Internet: de los aviones a los buques mercantes

Los usuarios quieren acceder en los transportes a un volumen de datos cada vez más grande y a un precio cada vez más reducido

Rosario G. Gómez
Un avión de la compañía Norwegian.
Un avión de la compañía Norwegian.

La conexión a Internet más alejada de la Tierra está a 400 kilómetros de altura: la Estación Espacial Internacional. Desde allí, los astronautas que permanecen en órbita pueden tuitear o colgar fotos en las redes sociales casi como si estuvieran en una zona wifi de cualquier ciudad. Hoy por hoy, la tecnología permite enlazar con la Red desde los lugares más remotos e insospechados. Es posible ascender el monte Fuji con el móvil en la mano enviando a cada paso selfies o mensajes por WhatsApp.

Cada vez quedan menos rincones en el mundo que escapen a Internet. Técnicamente, nada impide que los dispositivos personales puedan conectarse a miles de metros de altura. Pero, hasta hace poco, era obligatorio apagar teléfonos, tabletas y ordenadores portátiles al subir a bordo de un avión. Y ya en el aire, el usuario quedaba, inexcusablemente, fuera de cobertura. Sin embargo, desde hace pocos años, las compañías ofrecen a sus clientes Internet durante el vuelo a través de las redes wifi. Las aeronaves llevan incorporada una antena que permite el acceso por satélite y están dotadas de redes inalámbricas gracias a las cuales los usuarios pueden activar sus dispositivos.

Pese a que lo normal es mantener el móvil encendido en “modo avión” —un sistema que bloquea las comunicaciones telefónicas y mantiene al usuario sin enlace con el mundo exterior—, alrededor de 40 aerolíneas en todo el mundo ofrecen conexiones de banda ancha a alta velocidad. Incluso algunas de bajo coste, como Norwegian, lo facilitan gratis en la mayoría de los Boeing 737 de su flota. El hecho de que las empresas low cost hayan habilitado estas prestaciones genera mayor presión sobre las grandes compañías. La obsesión de la gente por estar permanentemente online juega a su favor. Los usuarios quieren acceder a un volumen de datos cada vez más grande y a un precio cada vez más reducido.

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 Incorporar los aviones o los ferrocarriles a las redes inalámbricas no es solo una respuesta a las demandas de los usuarios. También puede ser una suculenta fuente de negocio si los pasajeros contratan en pleno trayecto contenidos audiovisuales o música. Los dueños de las compañías saben que no existe otro lugar en el mundo donde la audiencia esté tan atrapada y se conozca tan fielmente su perfil. Servirle publicidad a la carta es cómodo y eficaz.

Todo indica que la expansión de las conexiones wifi en los medios de transporte es imparable. Pero por ahora se enfrentan a un doble freno: su elevado coste y la baja velocidad de conexión. La solución viene del cielo. Compañías como la Sociedad Europea de Satélites (SES) están destinando importantes recursos para poner en órbita satélites que den respuesta a las comunicaciones móviles. Y no solo para facilitar la circulación de datos dentro de los aviones. Los satélites permiten conectar el mundo con cruceros, buques mercantes o plataformas petrolíferas. También en medio del océano vive Internet.

 

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