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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

Meter una ciudad en un libro

Anatxu Zabalbeascoa

FOTO: Charles "Teenie" Harris Carnegie Museum of Art

Aunque la mayoría de los mortales no se pare a pensarlo, la arquitectura de una ciudad afecta la vida de las personas. Los escritores sí lo saben. Sus escenarios predisponen, delatan, presentan y resumen. Así, París, en un bar. El Londres de los letrados como una isla en el corazón de la ciudad. Y Berlín antes y después de la caída del muro son ejemplos de esa observación. Tres de las mejores novelas publicadas este otoño necesitan describir espacios, calles y edificios para que sus protagonistas adquieran cuerpo y vida. ¿Cómo lo consiguen? Les propongo tres lecturas, y otro punto de vista, para meterse, de lleno, en la arquitectura de la ciudad que afecta la vida de gente.

El bar como Corte de justicia. (El camino de los difuntos, de François Sureau. Periférica).

Algo así deja entrever la novela autobiográfica del juez François Sureau, El camino de los difuntos (Periférica) que con treinta años tiene que demostrar qué entiende por justicia y verdad. Lo dirime sobre todo en el Café de l’Institut.

“En la esquina del bulevar con el quai había un café llamado Café de l’Institut, no por las academias, sino por la proximidad de la morgue. Era un viejo establecimiento con cafeteras de filtro de la preguerra en el que los clientes y los camareros se parecían. Al pasar por allí hace unos meses vi que había desaparecido y que en su lugar se hallaba un bar de fideos chinos”.

“Dos hombres sentados, con la fisonomía inocente y altiva de los jueces de instrucción, y una pareja mayor destrozada por la pena que debía de haber acudido a identificar un cuerpo”.

“En el bar, un anciano con bata blanca, flaco y sarcástico, peroraba en el centro de un círculo de estudiantes de medicina. Según pude comprender, los aprendices de cirujano acudían al depósito a practicar con cadáveres de desconocidos que nadie reclamaría”.

El barrio como isla. (La ley del menor de Ian McEwan. Anagrama)

La jueza Fiona Maye es admirada por la precisión de su prosa. Sus colegas del Lincoln’s Inn -el reducto de los jueces londinenses que comenzó como alojamiento de letrados en el siglo XV, se convirtió en lugar para su formación y hoy acoge a los magistrados de la Corte Superior de Justicia- consideran que es la que mejor toca el piano en las cenas de su círculo tan selecto como reducido. En ese barrio en el corazón del Londres, la jueza ve tambalearse su vida y su carrera.

 “Llevaban mucho tiempo viviendo en la plaza y él conocía a los letrados del Gray’s Inn casi tan bien como ella. Empezó a hablarle de la gente con la que se había encontrado aquella noche. La plaza estaba muy unida, sus habitantes les fascinaban. La autopsia al final de una velada era uno de los rasgos de su vida conyugal”.

“¿Cuánto tardarían sus doctos amigos en empezar a murmurar, sobrecogidos durante el almuerzo aquí, o en el Lincoln, o en Middle Temple: Y entonces ella le echó de casa, del encantador apartamento de Gray’s Inn, que ella ocuparía sola hasta que al final el alquiler, o los años, creciendo como las sombrías mareas del Támesis, también la echaran a ella?

“El bienestar era un concepto mudable”. “Lo que bastaba para una generación anterior ahora podía ser insuficiente”. “Pensó en Malanie, la amante que Jack se proponía tener o que ya tenía, una joven silenciosa con pesados abalorios de ámbar y una afición a los tacones de aguja que podían destrozar un viejo suelo de roble”.

 

La ciudad del futuro como lugar intangible. (Pureza, de Jonathan Franzen. Salamandra)

Como no podía ser de otra manera, en Pureza, la última novela de Jonathan Franzen, no aparece sólo una ciudad, ni sólo un paisaje exótico de los que este escritor ornitólogo tanto disfruta. Las calles de Denver se mezclan con las de Nueva York para terminar desembocando en Berlín. El Berlín de antes de la caída del Muro –desde dentro y desde fuera- y el Berlín del día de la caída. Allí nacen varios de los protagonistas de la novela y allí se juntan todos los hilos que la urden. Con todo, y a pesar de desarrollarse en varias ciudades de varios continentes, el escenario más poderoso de esta novela es inquietante porque está desubicado. O es ubicuo. “Internet, gobernado por el miedo. Miedo a la falta de popularidad, miedo a no ser suficientemente guay, miedo de quedarse relegado, miedo de ser olvidado”. Franzen escribe que confiamos más en la tecnología que en las personas porque resolver los problemas tecnológicos es fácil comparado con tratar de resolver los personales. Así, más que un escenario del miedo, el Berlín no democrático es un lugar en el que los espacios religiosos han quedado despojados de la espiritualidad y en el que lugares asépticos –como archivos y oficinas- terminan convertidos en tribunales de acusación. Por encima de las calles vacías y el silencio, o de las calles llenas de protesta y celebración, la ciudad que dibuja Franzen es un mundo irreal. Sin ubicación, donde la vida depende, se decide y se desarrolla en el mundo no palpable de Internet. Lo más inquitante es que la comunicación de las personas es lo que da vida a las pantallas y desubica su existencia en un lugar impalpable.

Comentarios

Eso pasa hasta con las canciones. Esa canción de Sweet Chicago de Robert Johnson refleja lo que significaba Chicago para los inmigrantes negros recién llegados en los 20 y lo hace tan bien con tan poco.
En menos de 3 minutos

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