Rapahel, eterno comodín
El músico ha girado sin descanso, ha grabado un disco sinfónico y ha vuelto al cine de la mano de Álex de la Iglesia
El hecho de que Raphael, un artista que lleva en circulación desde que las matrículas no llevaban ni letras, sea uno de los personajes más relevantes de 2015 dice algo malo y algo bueno sobre todos nosotros. Lo malo es que igual la música, y por ende toda la facción del mundo de la farándula que se mueve en los confines de lo masivo, no ha sido capaz de renovarse en las últimas décadas y aún parece necesitar tirar de los clásicos. El cantante parace ser el comodín que salva a la música de quedar sepultada bajo la emergencia de los nuevos astros mediáticos, es decir, los economistas y los politólogos, estrellas del rock de tertulia de este 2015. Lo bueno es que Raphael es muy bueno. Aún. Ha participado (e inspirado) Mi gran noche, la cinta de Álex de la Iglesia, una de esas películas tan grandes que a cada persona a quien se pide una opinión sobre ella ofrece una respuesta distinta. Ha girado sin descanso. Ha grabado un disco sinfónico, que teniendo en cuenta su idiosincrasia excesiva, puede parecer una redundancia. Pero no lo es.
Todo empezó en agosto de 2014, cuando actuó en Sonorama, un festival orientado a ese concepto cada vez más laxo llamado juventud. Ahí quedó claro que las nuevas generaciones han llegado a él mediante la sinceridad y la transferencia generacional. Como la ropa, las manías y algunas patologías, el amor por el de Linares se transmite de padres a hijos. Ni la Coca-Cola tiene un target tan amplio. “¿Que cómo se logra eso? Pues, mire, si lo supiera, me lo callaba y lo patentaba. Lo encontraría en las farmacias, donde se vendería”, responde Raphael desde Barcelona antes de actuar en el Liceu. “Ha sido un gran año. Y como dicen, al siguiente solo le pido que me quede como estoy. 2015 ha sido mágico, insuperable. Sabes que las cosas van bien cuando te ofrecen proyectos extraños y eres capaz de reconducirlos a tu terreno”.
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