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Tribuna
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Rajoy y la estrategia del avestruz

La ausencia de los debates ha llenado de argumentos a los rivales del presidente

Cuando parecía que, tras los atentados de París, el presidente Mariano Rajoy iba a ser capaz de reconducir una imagen pública marcada por la ausencia, por el “no sabe, no contesta”, por las declaraciones a distancia y distantes, todo indica que volvemos al punto de partida. Es como si al bueno de Mariano le hubiesen comido la última ficha que le faltaba para ganar al parchís, de modo que sus tres principales oponentes le envían al punto de partida y cuentan veinte.

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Las campañas electorales suelen desarrollarse en el ámbito del manejo y encuadramiento de temas de debate público. Aquel candidato que consiga situar en la agenda de los medios las cuestiones que más le favorezcan tendrá allanado parte del camino hacia la victoria electoral.

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Ejemplos de buena gestión y dosificación de temas de campaña abundan en la reciente historia electoral española: la gestión económica y la creación de empleo ayudaron en la constitución de la primera mayoría absoluta conservadora en España (Aznar, año 2000). Aún antes, la cuestión del miedo a la derecha por cuestiones ideológicas (la derechona de Alfonso Guerra) explica al menos parte de la gran resistencia socialista a perder el poder en 1993 o a hacerlo por algo menos de 300.000 votos en 1996.

Tanto en el año 2000 como a mediados de los noventa, los partidos de la oposición cayeron en la trampa, improvisando su posición en el tema de campaña dominante o, simplemente, ignorándolo.

Rajoy pierde ocasiones para imponer en la agenda los temas fuertes de su partido

Así, el pacto PSOE-Izquierda Unida de 2000 (Almunia-Frutos) terminó por descuidar el incontenible avance del voto retrospectivo de premio a la gestión económica del Partido Popular. Tanto en 1993 como en 1996, Aznar se decantó por la técnica de la crispación y el ataque visceral hacia un decadente PSOE, en el poder desde 1982. Sin embargo, los socialistas supieron removilizar a sus bases apelando, justamente, a la radicalización de una derecha que se percibía cercana a regímenes autoritarios recientemente superados. El famoso vídeo del dóberman resume muy bien esta estrategia.

Pues bien: ahora, en diciembre de 2015, se podría estar repitiendo la historia.

El presidente Rajoy está dejando escapar el monopolio de un tema que, tradicionalmente, ha favorecido a su partido: la seguridad ciudadana. Según la encuesta preelectoral del CIS, recientemente publicada, la ciudadanía percibe al PP como la formación política que más y mejor defiende la seguridad ciudadana.

El nexo entre este tema de debate y la creciente sensación de alarma internacional tras los atentados yihadistas de París resulta más que evidente. Cuestión que Rajoy, por otra parte, gestionó de manera inusualmente rápida y eficiente al convocar a las principales fuerzas políticas para buscar un consenso en la materia.

La imagen de “hombre de Estado” serio, cabal y “de sentido común”, como tanto le gusta decir al presidente, por fin hacía acto de presencia. Pero ha sido comenzar la campaña electoral y venirse abajo estrepitosamente. Como una irreal imagen en un estanque.

La unidad en torno al presidente por cuestiones de seguridad (rally around the flag, que dicen los estadounidenses) bien podría haberse complementado con otra de las cuestiones que en las encuestas mejor valoran los ciudadanos de los partidos de derecha: la gestión económica.

La seguridad se aplicaría no sólo a lo militar y geopolítico, sino también a lo económico, frente a un PSOE en el que todavía resuenan las contradicciones de la era Zapatero y unos partidos emergentes que no se sabe muy bien hacia dónde navegan.

Pero Rajoy y su núcleo duro han preferido volver a las andadas. Regresar a esa estrategia de incomparecencia y distancia tan recurrente durante la legislatura. Renunciar, una vez más, a tomar la iniciativa, a ponerse por delante del oponente y a sacar ventaja.

No acudir a los debates organizados por EL PAÍS y Atresmedia supuso justamente esto, tirar por la borda la oportunidad de soltar lastre y de apuntalar una posición dominante en temas de debate (seguridad, economía) que resultan muy molestos para algunos de sus rivales.

Bien al contrario, la estrategia del avestruz ha tenido la dudosa virtud de hacerle la campaña a sus rivales, de llenarles de argumentos. De añadir a su maltrecha imagen, forjada durante cuatro años, la nota distintiva del desprecio a una ciudadanía que se ha congregado en buen número frente al televisor.

Anton R. Castromil es profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid.

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