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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Vivir aquí (1): La Tienda de Laye en Lavapiés

Laye en su tienda / Foto Demian Ortiz

El abuelo de Laye -como todo el mundo le conoce aunque su verdadero nombre es Abdoulay Ndiaye- era sastre en Mbour, una ciudad en la región senegalesa de Thiès, a unos 80 kilómetros de Dakar, junto al mar, donde predominan los pescadores y las plantaciones de cacahuetes. Desde pequeño, al nieto le gustó el oficio familiar. Recuerda que con cinco o seis años, a la salida de la escuela corría a la sastrería y se pasaba la tarde allí. De este modo adquirió sus primeros conocimientos del arte de coser.

Más tarde, al cumplir los diecisiete años, decidió que no iba a seguir estudiando, que sería sastre. Su abuelo no quiso enseñarle más de lo que sabía, lo envió a un conocido suyo porque si se quedaba en su tienda no obedecería las ordenes y el abuelo no sería capaz de castigarle. “Si te quedas conmigo”, le decía, “vas a hacer lo que te venga en gana y así no aprenderás nunca el oficio”.

Una vez terminado el aprendizaje, y tras recibir su diploma de profesional con la licencia para coser, montó su propia sastrería.

Gracias a ella Laye llevaba una vida tranquila. “La verdad es que estaba muy bien allí. Tenía mi tienda y tenía gente que trabajaba para mí. No estaba mal…, normal podríamos decir”, recuerda.

Entonces, la pregunta surge casi espontánea, ¿por qué decidió dejar aquello y venirse hasta aquí? Cuando se le pregunta contesta, sin dejar su trabajo detrás de la máquina de coser en su tienda del Mercado de San Fernando, en el barrio madrileño de Lavapiés: “Por unos amigos”. Y ríe con una risa fuerte. “Por unos amigos con los que había estudiado”, repite. “Ellos también tenían sastrerías y de repente, un día me dijeron: ‘Nos vamos a España, que allí todo es mucho mejor, se gana el doble’. Y yo me lo creí y les seguí”.

Tras un silencio en el que aprovecha para poner orden en los hilos de su máquina de coser continúa: “Eso es lo que siempre te dicen en África: ‘vas a ir, va a ser genial, vas a coger el dinero en la calle’, y ese tipo de tonterías”. Vuelve la risa, pero esta vez algo nerviosa. “Pero cuando llegas aquí aprendes muy rápidamente que las cosas son muy distintas, que no se parecen en nada a lo que escuchas allí o ves en la televisión, donde sólo te enseñan todas las cosas bonitas de Europa. No piensas que hay gente que vive en la calle, que son pobres, piensas que todos son ricos”.

Vuelve a ocuparse momentáneamente de sus telas antes de apostillar: “Pero hasta que no vienes aquí no vas a saber la verdad, la realidad”.

Con 26 años, Laye siguió a sus amigos y se embarcaron en cayuco, allí mismo en su pueblo, en Mbour.

Tras 11 días en alta mar y una experiencia terrible, llegaron a Canarias donde fueron conducidos a un Centro de Internamiento de Inmigrantes (CIE). La policía le preguntó si tenía algún familiar en España, el dijo que sí, que su tío vivía en Madrid. Llamaron al tío, este confirmó los datos y después de haber pasado en el CIE alrededor de un mes y medio fue trasladado a la península. Tras unos días en Málaga llegó por fin a la capital.

Laye ya se había dado cuenta de que la realidad eran muy distinta a la que él había imaginado cuando estaba en su pueblo, “pero ya no podía hacer nada, había que luchar”, comenta.

“Como no tenía papeles empecé vendiendo música y películas falsas para sobrevivir”, recuerda Laye. “Fueron años muy duros. A veces venía la policía y te lo quitaba todo. En más de una ocasión quise volverme a Senegal porque todavía tenía mi tienda allí, pero mi tío me dijo que eso era normal y que fuera duro, que tenía que aguantar porque las cosas no son fáciles, lo que oyes en Senegal no es así en Europa. Ahora sabes la realidad y hay que luchar por salir adelante”. Esos consejos fueron los que le dieron fuerzas para continuar.

Confiesa este sastre senegalés que antes de conseguir los papeles "tenía problemas con la policía porque vendía y lo que vendía era falso, pero no lo podía dejar, porque si lo dejaba no podía pagar la habitación donde vivía y otras cosas. Después de tener los papeles no he vuelto a tener problemas con nadie, ahora tengo la residencia definitiva”.

Gracias a unos amigos Laye consiguió un empleo en una fábrica de piel que le permitió abandonar la venta callejera. Empezó trabajando sin contrato hasta que pudieron hacerle uno y así, entre una cosa y otra, consiguió sus papeles. “Cosíamos prendas de cuero, forros y fundas para las porras de la policía”. Se ríe de nuevo cuando recuerda este episodio y repite: “Cosía fundas de cuero para las porras de la policía y yo no tenía papeles”.

“Así que empecé allí”, continúa, “y empecé a ahorrar para un día poder abrir mi propio negocio”.

Finalmente, en 2009 consiguió hacer realidad su sueño: “Pude abrir mi primera tienda fuera del mercado, en los locales que dan a la plaza [de Agustín Lara]. Antes, en ese local vendía otros productos otro chico de Senegal y quería dejarlo. Mi tío se enteró y me lo dijo, animándome a que lo cogiera porque él me ayudaría a empezar. De hecho, la primera máquina de coser que tuve me la compró él. Fue así como pude empezar poco a poco”.

“Bueno, empresario…”, y vuelve a reír, da unas cuantas puntadas en la máquina, corta unos hilos y continúa con una gran sonrisa, “empresario… pues, como todos. Luchando estamos ahí… No puedo decir que me sobre el dinero; estoy peleando como he hecho toda mi vida”.

La sastrería va bien, reconoce su dueño: “Tengo más clientes españoles que paisanos míos y ahora que la gente me está conociendo poco a poco va mucho mejor. Además, ahora las telas africanas están de moda y a la gente le encanta. Por eso estoy contento y ojalá que sea siempre así”. Tras una pausa, en la que se para a observar el traje que está cosiendo, prosigue: “Este negocio va bien y me permite vivir, comer, pagar los gastos, lo justo… Pero no hay dinero para decir 'este lo voy a guardar para comprarme una casa u otra cosa que me pueda apetecer”.

Al ser preguntado sobre qué es eso que le apetece, responde: “Me gustaría construirme una casa en Senegal, de momento no lo estoy haciendo, pero quiero hacerlo. Ahora cuando voy a visitar a mi familia todavía me quedo en casa de mi padre”.

Laye confiesa que echa mucho de menos a su familia en Senegal y que su adaptación a España no fue fácil al principio: “Pero cuando decidí quedarme empezó a gustarme poco a poco, empecé a conocer el idioma y eso me ayudó y empezó a gustarme la gente… Y luego, ¿sabes?, las personas de aquí, muchos son amables, buenos… Cuando llegué no sabía ni lo que significaba ‘hola’ y me resultó muy complicado al principio, pero luego, poco a poco me empezó a gustar”.

Lo que nunca olvida Laye es su principal objetivo: “Soy emigrante; he venido para ganar algo para invertirlo en mi país, si tengo lo que busco volveré a mi país. Ojalá sea así, que consiga dinero para regresar”.

LA TIENDA DE LAYE

Costura y cultura de Senegal en Lavapiés. Confección de Ropa africana y occidental.

Arreglos y transformaciones. Bordados MERCADO DE SAN FERNANDO Puestos 5 y 6.

Plaza Agustín de Lara, Lavapiés, Madrid

FOTOS: Demian Ortiz

Comentarios

Muy bueno
Da pena ver en lo que se ha convertido este mercado si es que se puede llamar así, ya no dan ganas ni de comprar, por lo menos éste se salió de las mafias paisas…o eso quisiéramos creer…Al final lo que les mueve es la avaricia…
No, no les mueve la avaricia, lo que les mueve es la extrema necesidad a todos los niveles. Teniendo en cuenta que, según el código civil, el lugar de nacimiento es un mero accidente, nos olvidamos de la suerte que hemos tenido al nacer a tan pocos kilómetros de África o de la motivación de la avaricia. Gracias por darnos a conocer la historia de Laye y animo a los madrileños a visitar su tienda.
Muy bueno
Da pena ver en lo que se ha convertido este mercado si es que se puede llamar así, ya no dan ganas ni de comprar, por lo menos éste se salió de las mafias paisas…o eso quisiéramos creer…Al final lo que les mueve es la avaricia…
No, no les mueve la avaricia, lo que les mueve es la extrema necesidad a todos los niveles. Teniendo en cuenta que, según el código civil, el lugar de nacimiento es un mero accidente, nos olvidamos de la suerte que hemos tenido al nacer a tan pocos kilómetros de África o de la motivación de la avaricia. Gracias por darnos a conocer la historia de Laye y animo a los madrileños a visitar su tienda.

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