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Migrados
Coordinado por Lola Hierro

La cordura como militancia

Refugiados hacen cola bajo la lluvia para registrarse en un centro cerca de Presevo, al sur de Serbia. /DJORDJE SAVIC (EFE)

AUTORA INVITADA: SYLVIA KONIECKI

Circula por internet la siguiente cita atribuida a Bertolt Brecht: “Qué tiempos serán los que vivimos, que tenemos que defender lo obvio”.

Actualmente, la sensación de incertidumbre sobre el futuro y la presencia de factores que amenazan el bienestar y desestabilizan la situación económica, política y social nos está llevando a posicionamientos cada vez más cerrados y a la falta de argumentos en los debates, en los que la defensa de las posturas se lleva a cabo, fundamentalmente, desde lo emocional. La indignación, el dolor y el miedo nos impiden tomar distancia de los acontecimientos, pero esa distancia es imprescindible para debatir y acercar posturas. Por eso, ante múltiples actitudes de sospecha entre la población, también en estos tiempos necesitamos defender lo obvio.

Primera obviedad: el Islam no incita a matar. Tras los terribles atentados de París, musulmanes y musulmanas de todo el mundo se sienten obligados a aclarar públicamente que no defienden la violencia, que los asesinos no matan en su nombre ni en nombre de la religión que profesan. Y aun saliendo públicamente a pedir perdón por un baño de sangre con el que no tienen relación alguna, siguen recibiendo miradas de sospecha y actitudes de rechazo, como si fueran cómplices o corresponsables de estos crímenes. Millones de musulmanes residentes en países occidentales también sufrirán en su convivencia diaria las consecuencias de estos atentados, y hacer hincapié en ello no supone minimizar el dolor de las víctimas directas de los atentados ni poner énfasis en el punto equivocado. Sólo se está ampliando el espectro para tener una visión más completa de la repercusión de lo ocurrido. No olvidemos, además, que la inmensa mayoría de las víctimas del terror islamista son, precisamente, personas de religión musulmana.

Segunda obviedad: la solidaridad con las víctimas de los atentados de París no supone una falta de solidaridad con las víctimas de otras partes del mundo. En los últimos días, las redes sociales se han llenado de improperios contra aquellas personas que, impactadas por la irrupción de la violencia y la muerte en un espacio cotidiano de una capital europea, han querido expresar públicamente su consternación. Se les ha acusado de hipocresía e indiferencia frente a las personas que sufren la violencia diaria en regiones más alejadas. Pero no es posible convencer a través de acusaciones, y menos aún si esa persona se siente herida y tiene miedo. Por ello, es imprescindible permitir expresen su dolor y sólo después, sin acusarla de falta de sensibilidad, se puede invitar a la reflexión.

Tercera obviedad: los ataques terroristas que han tenido lugar en París están estrechamente relacionados con el terror que obliga a millones de personas a abandonar su hogar en Siria. La tragedia humanitaria que estamos presenciando con la crisis de los refugiados nos demuestra que Europa no puede mantenerse aislada de esta violencia que asuela sus países de origen, pero lo cierto es que no existe una verdadera voluntad política de brindar un apoyo real a todas estas familias que huyen del horror. La falta de implicación de los países miembro de la Unión Europea impide que se tomen las medidas necesarias para evitar la muerte de miles de personas en el Mediterráneo, se traslada a países de tránsito la responsabilidad de contener los flujos migratorios sin dotarles de recursos –o condicionando la escasa ayuda al desarrollo al control de las fronteras-, se plantean devoluciones masivas e incluso se criminaliza a las víctimas, señalándolas como terroristas potenciales. Denunciar este escandaloso atropello a los derechos humanos es imperativo y no por hacerlo estaremos relativizando, justificando o comprendiendo el baño de sangre ocurrido en Francia.

Cuarta obviedad: los únicos que ganan con la confrontación entre la población son los extremismos. Si logran dividir a la ciudadanía, logran su cometido: desestabilizar, sembrar la sospecha entre colectivos e incrementar el miedo y la inseguridad en nuestros espacios cotidianos. No obstante, en lugar de hacer un llamamiento a la calma, se está produciendo un aumento considerable de la agresividad en los discursos, planteándose respuestas contundentes y violentas cuyas víctimas colaterales suelen ser siempre personas inocentes. Si bien esta contundencia puede generar inicialmente cierta sensación de seguridad, en segunda instancia se normaliza un sentimiento de paranoia que va calando paulatinamente y encaja a la perfección con planteamientos de la extrema derecha, según los cuales las fronteras europeas son un coladero para terroristas, entre los refugiados entran asesinos y los mandatarios de la Unión Europea están siendo excesivamente permisivos, lo que tendrá como consecuencia que nuestros países sean invadidos por el terrorismo. Sucumbir ante estas posturas nos llevaría con toda seguridad, a un recorte de derechos que no afectará únicamente a las personas refugiadas ni a los colectivos minoritarios, sino al conjunto de la sociedad.

Necesitamos posicionarnos en un discurso que apele a la cordura, que trascienda lo meramente emocional y se cimente sobre los valores que defendemos –y que son, precisamente, aquellos que vemos amenazados por la barbarie terrorista-: la libertad y el derecho. Debemos indignarnos, gritar y desahogarnos, pero acto seguido es preciso que nos calmemos y estemos dispuestos a escuchar, ya que sólo uniéndonos podemos combatir los extremismos y construir conjuntamente una sociedad en la que quepamos todos.

Alejarse de los extremos es elegir el camino más difícil, porque es el que menos empatía va a causar. Por ello se requieren, más que nunca, personas que enarbolen la bandera de la cordura y que estén dispuestas a tender puentes entre posturas encontradas, en pro de combatir conjuntamente el terror. Por las tragedias que suceden a miles de kilómetros, a nuestras puertas o en el centro del territorio europeo. Por las múltiples víctimas de la violencia, venga de donde venga: del fanatismo, de la indiferencia, del odio o del cinismo de las instituciones.

Sylvia Koniecki es presidenta de Andalucía Acoge

Comentarios

Desde sus orígenes la especie humana se debate en un eterno venir a ser. Está claro que no es lo mismo Ser que Tener. Cuando la mente se detiene en el TENER surge el desajuste mental que conduce a la maldad con sus diferentes matices... odio, envidia, rencor, robo, vanidad, guerras, saqueos, etc., etc. Es evidente que ese terremoto mental puede conducir, incluso, a la cobardía que paraliza al ser con falacias y justificaciones. La verdadera felicidad nada tiene que ver con el tener. Un simple ejemplo, los sultanes tenían muchas concubinas y siempre estaban insatisfechos, los tiranos tienen mucho poder y siempre adolecen de lo mismo, y así para nunca acabar con tantas putrefacción mental. Resumiendo: Ser = Felicidad y Tener (lo mismo que No-Ser) = Aburrimiento.
Desde sus orígenes la especie humana se debate en un eterno venir a ser. Está claro que no es lo mismo Ser que Tener. Cuando la mente se detiene en el TENER surge el desajuste mental que conduce a la maldad con sus diferentes matices... odio, envidia, rencor, robo, vanidad, guerras, saqueos, etc., etc. Es evidente que ese terremoto mental puede conducir, incluso, a la cobardía que paraliza al ser con falacias y justificaciones. La verdadera felicidad nada tiene que ver con el tener. Un simple ejemplo, los sultanes tenían muchas concubinas y siempre estaban insatisfechos, los tiranos tienen mucho poder y siempre adolecen de lo mismo, y así para nunca acabar con tantas putrefacción mental. Resumiendo: Ser = Felicidad y Tener (lo mismo que No-Ser) = Aburrimiento.

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