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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un fenómeno global que ayuda al comercio

Lo que indudablemente ha logrado Internet es que la fiebre consumista del Black Friday deje de circunscribirse a EE UU

Javier Salvatierra
Una mujer trabajando en unos almacenes de Amazon de Madrid para preparar los pedidos del 'Black Friday'.
Una mujer trabajando en unos almacenes de Amazon de Madrid para preparar los pedidos del 'Black Friday'. ANDREA COMAS (REUTERS)

Hace algunas décadas, cuando no existía Internet, los comerciantes y tenderos estadounidenses gozaban del Black Friday.Tras el sacrosanto día de Acción de Gracias, comenzaba la temporada de compras navideñas y, con ella, los números de los empresarios iniciaban un ascenso que les hacía pasar de rojo a negro: empezaba a enderezarse la cuenta de resultados y la columna del haber superaba a la del debe. Hay otras teorías sobre el origen del término (como la policial, que atribuye la negrura del día al caos de tráfico y gente que se producía en las ciudades estadounidenses al día siguiente de la festividad del pavo).

En cualquier caso, la jornada se ha consolidado con una avalancha de ofertas y descuentos que los consumidores se lanzan en masa a aprovechar, remedando a la americana la muy española escena de la riada humana a las puertas de los grandes almacenes en el primer día de las rebajas de enero. Para aprovechar al máximo el tirón de tan señalado día, muchos comercios han estirado las 24 horas del viernes y ponen sus productos en oferta también durante el fin de semana que le sigue e incluso durante toda la semana.

Internet quizá llegue, si no lo ha hecho ya, a eliminar esas escenas de aglomeraciones a las puertas de las tiendas. Cada consumidor hará las compras desde la comodidad de su hogar o desde donde sea, haciendo uso del dispositivo que más le convenga —tal vez compre una nevera desde su propia nevera—. Quizá las colas se conviertan en caravanas de vehículos de las empresas de mensajería.

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Lo que indudablemente ha logrado Internet es que la fiebre deje de circunscribirse a EE UU. El Black Friday es ya un fenómeno global. Desde Nueva York hasta Pekín, pasando por Madrid, Berlín, Delhi, Moscú o Singapur, el viernes después del cuarto jueves de noviembre se ha convertido en una jornada de compras. Desenfreno consumista u oportunidad para avispados de hacerse con gangas, lo mismo barceloneses que californianos, rusos o belgas se lanzan a por los descuentos y la mercancía que ofertan, a su vez, comercios y empresas de todo el mundo. Una consecuencia más de eso que llamamos globalización, que acerca social y culturalmente entre sí a personas que hace no tanto tenían poco que ver, que vivían en universos lejanos y paralelos.

España se ha apuntado con pasión a un fenómeno que hace apenas cinco años era casi desconocido y que hace tres se circunscribía casi exclusivamente al sector de la tecnología. Decenas de distribuidores o marcas españolas afinan y publicitan estos días sus ofertas para captar compradores que ayuden a sus números a ennegrecer. Si ha de servir para levantar una economía alicaída por años de crisis, si trae consigo un aumento de ventas que se convierta siquiera en unos miles de puestos de trabajo —mejor si son de calidad e indefinidos, no con obsolescencia programada—, bienvenido sea el Viernes Negro, que algunos tendrán ya marcado en rojo en el calendario.

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