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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

A la ola de histeria en Washington contra los refugiados le falta algo: hechos

Zakia Abdullah, sentada sobre los escombros de su casa destruida por una bomba en Alepo. (Pablo Tosco / Oxfam Intermón)
Zakia Abdullah, sentada sobre los escombros de su casa destruida por una bomba en Alepo. (Pablo Tosco / Oxfam Intermón)

Esta entrada ha sido escrita por Michael Clemens, investigador principal del Centro de Desarrollo Global en Washington D.C., e investigador titular en el IZA Institute for the Study of Labor en Bonn. Su trabajo se centra en la economía de las migraciones globales, desarrollo y ayuda exterior. Es Doctor en economía por la Universidad de Harvard, y su investigación ha sido galardonada con el Royal Economic Society Prize.

En tiempos de miedo, los hombres y las mujeres sensatos tienen una responsabilidad de hablar de hechos.

Entiendo el miedo. Escapé por poco a una bomba terrorista en Colombia cuando era joven. El miedo puede llevarte a hacer cosas de las que te arrepientes cuando conoces los hechos. Y en Estados Unidos ahora, la comprobación de datos ha sido reemplazada por el alarmismo, y las evidencias sólidas por la histeria.

El Congreso de los Estados Unidos votó hace pocos días por bloquear la posibilidad de que el país reciba refugiados de Irak y Siria. Un senador está promoviendo un proyecto de ley para que se prohíba dar asilo a personas de 34 países, desde Indonesia a Turquía. La mayoría de los gobernadores de estados han prometido rechazar a todos los refugiados sirios, incluidas mujeres, niños huérfanos y heridos graves. Justifican estos actos en referencia a los acontecimientos ocurridos en París el viernes 13 de noviembre, sin ninguna relación con ellos.

Ni uno solo de estos políticos tiene ninguna evidencia de que los ataques de París tuvieran relación con ningún refugiado. Se ha confirmado que un pasaporte sirio que se situó cerca de uno de los atentados es falso, comprado a un falsificador. Es hipotéticamente posible que uno de los atacantes pudiera convertirse después en un refugiado, pero ninguno de los políticos que ahora se apresuran a tomar represalias contra los refugiados tiene evidencias de ello.

E incluso si un refugiado estuviera conectado de alguna forma con los ataques de París, eso no justificaría dejar atrapados a decenas de miles de hombres, mujeres y niños inocentes en una zona de guerra terrible. Es el equivalente moral y lógico a encerrar a todos los hombres blancos estadounidenses por las acciones del terrorista blanco estadounidense Dylann Roof.

Como varón blanco estadounidense, tengo la misma conexión con Dylann Roof que tienen básicamente todos los refugiados con las acciones de los perversos asesinos de París: ninguna conexión en absoluto.

Cualquier persona sensata tiene que recordar tres hechos:

El país está ahora atenazado por una ola de peligroso miedo a los musulmanes. Los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos ahora hablan abiertamente de prohibir la acogida de refugiados no cristianos, hablan de niños huérfanos de tres años como una auténtica amenaza para la seguridad, y propugnan un registro nacional de americanos musulmanes. Esta última propuesta se parece terriblemente al censo que se usó en Estados Unidos para encarcelar sin motivo a casi todos los americanos de origen japonés o a la lista negra de Joseph McCarthy, utilizada para arruinar la vida de cientos de personas inocentes.

Estas ideas amenazadoras dañan directamente el interés nacional estadounidense, según han señalado republicanos reflexivos como Michael Gerson. Son también una vergonzosa traición de los valores de América, que incluyen la promesa de hace 63 años de ser un puerto seguro para los refugiados, y su tradición de 239 años de tolerancia religiosa.

Luchar contra los terroristas significa mantener con fuerza el pensamiento racional y la dignidad común de la humanidad. No significa rendirse a los bajos instintos de los miedos infundados y el odio. Las grandes instituciones americanas de tolerancia y acogida sobrevivieron a los intentos de los terroristas de envenenarlas el 11 de septiembre de 2001. Esta magnífica tradición puede y debe sobrevivir a los meses difíciles que se avecinan.

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