Adriana Ugarte: "Somos actrices con un cuerpo, no con una idea de un cuerpo"
La intérprete, Premio Mujer ICON del Año, culmina su mejor temporada y afronta la próxima con Almodóvar y terminando la carrera de Filosofía
Adriana Ugarte quiere licenciarse en Filosofía. “Me siento obligada”, dice. En el futuro inmediato le espera el fulminante estreno de Palmeras en la nieve, el potencial taquillazo español (junto a Mario Casas y Macarena García) donde ella tiene el papel más contemporáneo y agradecido y que, tras una producción de años, llegará el 25 de diciembre. También tiene pendiente el estreno de su primera película con Pedro Almodóvar, Julieta. Pero su compromiso por acabar el curso y medio que le falta de carrera es algo más que una formalidad. “Por mi conciencia”, explica. Tal vez percatándose de que ha sonado en exceso grave, apunta: “Bueno, y un poco por mis padres… un poco mucho”.
Al principio, los padres de Adriana Ugarte se resistieron a sus aspiraciones artísticas. Claro que entonces ella sólo tenía cinco años. “Mi padre es magistrado y mi madre abogada, igual que mi hermano, y en casa siempre han sido muy amantes del cine, la música y el arte en general. Pero no lo veían tanto como una profesión para sus hijos, sino como una forma de nutrir el pensamiento, los sentidos. Ellos querían para nosotros algo con mayor estabilidad, tanto laboral como emocional”. Precisamente a sus padres les dedicó el Premio ICON Mujer del Año, que esta revista le otorgó el mes pasado. Al hacerlo, recordó un pequeño consejo de ellos que siempre le ha acompañado: “Eres lo que haces repetitivamente”.
Tengo mi culete, y no quiero que me lo aplanen digitalmente. Yo soy yo y no quiero ser otra”
Con el tiempo –y con las buenas notas–, le regalaron cumplidos los 16 años un curso de interpretación de fin de semana. Como quien dice, el lunes por la mañana ya estaba protagonizando el cortometraje Mala espina, a las órdenes de Belén Macías. “Más que atraerme, lo necesitaba”, dice sobre su pertinaz vocación. “Probablemente, porque era una niña muy tímida y la posibilidad de ser otra persona me proporcionaba unas alas y una libertad que me hacían sentir segura”. Poco después, Adriana pasaba a ser la protagonista de dos de las teleseries de más repercusión de los últimos años, La señora y El tiempo entre costuras. Palmeras en la nieve, una superproducción como nunca se ha visto en España, ambientada en África en tres épocas diferentes, dirigida por Fernando González Molina (A tres metros del cielo, El barco), tampoco tiene pinta de ser un lanzamiento discreto. Y luego le quedan estrenos de Manuel Gómez Pereira o, la primavera que viene, Pedro Almodóvar.
A sus 30 años, la actriz madrileña tiene una tendencia a reflexionar sobre su trabajo que no es moneda común en actores. La decisión de estudiar Filosofía en la universidad no fue de cara a la galería: “Me parece que tiene mucho que ver con la interpretación. Me ayuda muchísimo a liberarme de los prejuicios a la hora de preparar los personajes”, explica. “Muchas veces tenemos que interpretar papeles muy alejados de nuestros principios y valores éticos. La filosofía te da una amplitud de miras que te permite pensar que todo es posible. Supone un análisis constante de la realidad que te proporciona medios para creer en la ficción”.
De este modo, Adriana trabaja la interpretación como una vía para conocerse a sí misma. Aunque rechaza que detrás de ello haya un método. Ella prefiere desarrollar su trabajo en el terreno de la emoción: “De los personajes aprendes un montón. Yo me veo como un muñequito de Lego al que cada personaje va moviendo las piececitas y va modelando. Hay actrices que seguramente no analizan tanto sus personajes como yo, pero son igualmente capaces de alcanzar una gran profundidad en la interpretación. Pero el análisis que yo hago no es mental, sino de sentimiento. No es un método, es una relación, una conversación con el personaje. Es una cosa que está viva. No es una técnica”. ¿Y qué es lo que busca Adriana en un personaje? “Pues igual no busco nada. Igual lo que espero es que el personaje haga algo conmigo”.
Sobre su participación en Julieta, la nueva película de Almodóvar, no puede (“no me dejan”) desvelar gran cosa, si bien admite que puede tratarse de un punto de inflexión en su carrera: “Es cierto que es una experiencia única, pero nunca me lo había marcado como una meta. Simplemente, no me planteaba que pudiera llegar a suceder. Trabajar con Pedro es hacerlo a unos niveles muy profundos de introspección y de estudio de una misma a través del personaje. Yo le decía: ‘Pedro, me has roto los esquemas’. Tenía la sensación de ir por el camino adecuado y de estar de alguna manera satisfaciendo las expectativas, pero notaba todo el rato que me pedía cosas distintas. Él confiaba en lo que le daba, pero constantemente me ponía retos y desafíos, lo que te genera una sensación de descontrol y de inseguridad muy grande, pero a la vez una sensación de crecimiento muy adictiva”, recuerda.
Ugarte apenas tenía tres años cuando se estrenó Mujeres al borde de un ataque de nervios. Quizá por eso no teme pasar de ser La señora a que le cuelguen la etiqueta de chica Almodóvar. “Al contrario”, salta. “Sería muy desagradecido por mi parte. Yo lo que quiero es seguir trabajando con muchos directores, tengan nombre y capacidad de repercusión o no. Aspiro a hacer personajes protagonistas, secundarios y de reparto. Eso para mí es un lema. No pretendo ser siempre la actriz protagonista de directores importantes. Yo quiero ser actriz de personajes que me enamoren y de personajes que necesiten ser contados. Mi trabajo es explicar historias, quien quiera hacerlo puede contar conmigo”.
Sin duda es en esa voluntad por provocar emoción a través de la ficción donde ella enmarca su trabajo en la televisión. Así, más que considerar el medio como un trampolín al cine, la pequeña pantalla es el camino más directo para llegar a la gente: “Obviamente, son trabajos distintos, sobre todo por el alcance. La televisión tiene esa capacidad de llevar la acción de una forma más continuada, te da la sensación de volar un poco más. Pero, sobre todo, de llegar a muchas casas y a muchas personas que no pueden ir al cine. Me parece importantísimo este elemento popular y afectivo: la televisión como el medio al que pueden acceder todas las personas, de toda edad y condición social. Por eso me parece esencial promover una televisión de calidad. En España, donde la mayor parte de la parrilla es nociva, es importante que la ficción ponga esa semilla”.
A pesar de todo, ella prefiere alejarse de ese rol de portavoz de la sociedad que durante un tiempo adoptaron determinados intérpretes. “Los actores tenemos derecho a dar nuestra opinión, pero creo que a veces abusamos de ello. En ocasiones es mejor tomar un elegante segundo plano y no abusar de nuestros privilegios jugando a ser los más revolucionarios. Hay gente más capacitada para ello”.
Los actores tenemos derecho a dar nuestra opinión, pero creo que a veces abusamos de ello”
Eso sí, Adriana no tiene reparos en posicionarse al lado de Inma Cuesta, su compañera de reparto en Julieta, que hace una semanas hizo pública su desconformidad con la cirugía plástica digital a la que se la había sometido en una sesión fotográfica para un semanario. “Me parece maravilloso y muy valiente lo que hizo. Como mujer y como actriz, reivindicar tu identidad es muy importante. Somos actrices con un cuerpo, no con una idea de un cuerpo. Somos la persona que somos y no hay por qué negarlo. El concepto de que las fotos de una necesiten ser retocadas hasta ese extremo es ofensivo. Te están diciendo que no funcionas como eres. Y eso es falso. Si Inma Cuesta ha llegado donde ha llegado es porque tiene un coraje con el que no cuenta la muñequita en que la convirtieron. Yo tengo mi culete y no quiero que me lo aplanen digitalmente. Yo soy yo y no quiero ser otra”.
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