CUP
Quienes propugnaban que la izquierda y la derecha ya han dejado de existir, jamás habrían podido soñar con un regalo semejante
Para destruir cualquier cosa no hace falta romperla a martillazos. Someterla a un proceso de degradación constante es un sistema igual de eficaz. La rutilante sonrisa de Antonio Baños, que ya ha conquistado un renglón en los futuros manuales de Historia, sugiere que la excitación del corto plazo no le deja espacio para la meditación. Más le vale que sus votantes experimenten un proceso semejante, porque no hablo de la desconexión con España, ni de la república catalana, ni de su independencia, sino de la estrepitosa incoherencia ideológica de una actuación que ha superado con creces la inconcebible trayectoria de ERC, que a su vez pulverizó el récord de comuniones con ruedas de molino que estaba en manos de Convergència. La CUP busca un candidato de consenso, limpio de cualquier sombra de corrupción e inocente de los recortes. Parecen dispuestos a aceptar cualquier nombre que no sea el de Mas aunque provenga de su mismo partido, como si el 3% y los recortes de las últimas legislaturas hubieran sido una diabólica iniciativa personal del president, que se habría corrompido y habría recortado los servicios públicos en secreto, sin contárselo a nadie, mientras financiaba ilegalmente a CDC por ¿altruismo? De entrada, estaríamos ante un disparate que convierte el caso Bárcenas, aquel despido en diferido que trababa la lengua de Cospedal, en un juego de niños, pero se trata de algo más grave. Estamos ante un caso práctico de degradación de la política al que la condición de partido antisistema de la CUP otorga una relevancia nunca vista hasta ahora. Quienes propugnaban que la izquierda y la derecha ya han dejado de existir jamás habrían podido soñar con un regalo semejante. Es la mejor noticia para Albert Rivera.
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