Acabar con la contaminación
Las restricciones urgentes de tráfico son razonables, pero se necesitan además limitaciones estructurales

El Ayuntamiento de Madrid ha decidido aplicar por primera vez el protocolo de actuación en caso de exceso de contaminación atmosférica después de que 11 de las estaciones de medición de la calidad del aire registraran niveles anormalmente elevados de dióxido de nitrógeno, emitido principalmente por los motores de combustión interna. Se aplicó el primer escenario del protocolo (aprobado durante la etapa de Ana Botella) que consiste en limitar la velocidad en la M-30 y en las vías de acceso a Madrid a 70 kilómetros por hora. No es descartable que se apliquen nuevas fases si persiste la contaminación: prohibición de aparcar en la zona de parquímetros, cierre del centro a la mitad del parque y cerrar la circulación por la M-30.
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Tanto la primera medida del protocolo aplicada ayer —que provocó atascos en la M-30— como el resto de sus fases son decisiones racionales y, probablemente, las únicas que pueden adoptarse con carácter de urgencia. El Ayuntamiento se toma en serio el problema del aire de Madrid, ensuciado por un tráfico y emisiones de calderas que nadie, en los últimos lustros, se ha preocupado por racionalizar. Las limitaciones del tráfico causarán molestias, pero la cuestión es si el derecho al uso del automóvil debe prevalecer sobre el derecho a la salud colectiva.
Cabe hacer dos observaciones al protocolo anticontaminación. La primera, que se necesitan decisiones estructurales además de las de urgencia que tienen que ver con el cierre del centro a todo lo que no sea transporte público. La segunda, que cualquier medida tomada para limpiar el aire requiere un plan de acción y de gasto en infraestructuras que ni el municipio ni la Comunidad han dispuesto. No basta con prohibir el tráfico; hay que facilitar aparcamientos disuasorios en el exterior de la ciudad y del centro, aumentar la inversión en metro y autobuses y resolver los innumerables problemas de acceso a los residentes. Prohibir no basta; hay que organizarse.
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