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En plano general

Nos encantan las redes sociales porque podemos exhibir un yo sin negociar con la realidad. En esas mismas redes sociales hay tutoriales para ejecutar a alguien a cuchilladas

David Trueba

Es una lástima que los palos de la autofoto no sean lo suficientemente largos para que en ese retrato de uno mismo que todo el mundo se hace mientras anda de turismo aparezca una perspectiva cierta del sitio que ocupamos y a lo que pertenecemos. Aparece y mucho, en ese autorretrato, el careto propio como prueba de viaje, como certificado de que un monumento o un famoso han sido poseídos por ti en un instante determinado. Esa foto sustituye al diario y a la colección de sellos y a la de mariposas. Casi lo sustituye todo. Convierte al autor y protagonista en un turista de sí mismo, que quizá sea la entidad metafísica que mejor nos define como seres vivientes. Pero si el palo de la autofoto alcanzara un poco más lejos del primer plano, la instantánea sería más certera.

Vivimos en un tiempo en que se derriban los aviones de pasajeros para expresar una frustración. Los guerrilleros prorrusos derribaron en Ucrania un avión cargado de expertos en la lucha contra el sida, un copiloto deprimido obligó a tirarse por su ventana a un pasaje completo y ahora han sido los que sueñan con un paraíso religioso quienes han derribado un avión cargado de turistas que volvían de Egipto. Sabemos perfectamente que las víctimas no importan cuando estás cegado por las grandes ideas y el único daño que sufres es el que te afecta a ti mismo. El muerto tan solo es un tipo que pasaba por allí, una pobre cifra despreciada, un pasajero, un viandante, un mendigo, un chaval que dormía dentro de su coche. Nos encantan las redes sociales porque podemos exhibir un yo sin negociar con la realidad.

En esas mismas redes sociales hay tutoriales para ejecutar a alguien a cuchilladas, y hace días, fue asesinado en Israel un anciano activista por la paz, al que sus asaltantes ni conocían pero les bastaba con que fuera judío y viajara en autobús por Israel. El asco que provocaría esa autofoto, si el palo fuera lo suficientemente largo para tomarla con gran perspectiva, sería tal que es muy probable que se nos quitaran las ganas de hacerla, tanto como se nos quitan las ganas de mirarnos al espejo. Porque concentrada como está la humanidad en mirarse su puñetero ombligo virtual, su particularidad, su parcela, somos incapaces de alargar la vista y situarnos en la foto entre los demás, junto a los otros. Ampliar la perspectiva podría estropearnos la justificación perfecta de nuestro resentimiento. En tiempo de los satélites, qué pocas ganas tenemos de mirar en plano general.

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