Una gota de agua en el océano
Desesperante lentitud de la UE en la redistribución de 160.000 refugiados
Pasan los meses y la Unión Europea ejecuta a cuentagotas el plan acordado para redistribuir a 160.000 refugiados entre los países miembros, en lo que iba a ser un intento de aliviar la situación de Italia y Grecia, a los que ha arribado la mayoría de ese contingente. Hasta ahora, dos pequeños grupos habían conseguido abandonar Italia gracias a la vía formalizada por la UE. Solo esa lentitud explica la presencia de una nutrida comitiva de personalidades ayer, en Atenas, para despedir al primer grupo de refugiados que dejaba territorio griego.
En realidad se trataba de unas pocas familias sirias e iraquíes: 30 personas en total, niños más de la mitad. Nada menos que el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, y el comisario europeo de Inmigración acudieron a estrechar las manos de los adultos y hacer carantoñas a los infantes. Elocuente señal de lo mal que va el programa de redistribución —para un contingente que parece casi nada en relación con los más de 700.000 migrantes irregulares llegados a la UE en lo que va de año—, y que hizo decir al primer ministro griego, Alexis Tsipras, que lo de ayer era “una gota de agua en el océano”.
Los intentos de sensibilizar a los Gobiernos sobre las precarias condiciones de vida de los refugiados y la inminente llegada del invierno chocan con sus miedos. Hasta los países más acogedores endurecen las condiciones. El Gobierno socialista-ecologista sueco planea pedir a Bruselas un reparto de las decenas de miles de refugiados que llegan —¡cada mes!— a su territorio, argumentando que Suecia es el país que más refugiados y demandantes de asilo recibe por habitante. Le cuesta tanto que se propone recortar el presupuesto de ayuda al desarrollo para dedicar esos recursos a gestionar la crisis de los refugiados. La propia canciller alemana, Angela Merkel, a la cabeza de una coalición democristiana-socialdemócrata, se encuentra bajo el fuego de las críticas internas por su generoso discurso de acogida a los refugiados. En fin, la coalición formada por la derecha y los socialdemócratas en Austria tramita una limitación del derecho a asilo a tres años.
Es habitual echarle la culpa a “Europa” o a “Bruselas” de la falta de soluciones al problema migratorio. Pero, ¿quién es Europa, quién es Bruselas? Son los mandatarios de los países miembros los que pactaron la decisión de redistribuir a los migrantes, y que, acto seguido, no pueden o no quieren implementar las (sin duda costosas) soluciones que exige ese acuerdo. Hasta ahora, el conjunto de los Estados miembros ha ofrecido unas 900 plazas para acoger a un contingente de decenas de miles de migrantes. Mientras, el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, clama en el desierto. Dice que “Europa va mal”: si lo sabrá él.
Un clima belicoso y populista se extiende a lo largo de un continente que debería mentalizarse para afrontar una situación sin duda muy difícil. Imposible aceptar un sacrificio humano que deshonra a la civilización europea.
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