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Tribuna
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La amenaza más importante

La cumbre de París planteará que la temperatura media del planeta no aumente dos grados, un objetivo ambicioso y difícil de alcanzar. Es vital que los 147 países asistentes logren un pacto para combatir el principal desafío global

ENRIQUE FLORES

El próximo 30 de noviembre dará comienzo en París la sesión 21ª de la Conferencia de las Partes (COP21) de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. En esta ocasión, todos los países presentarán sus compromisos de reducción de gases de efecto invernadero (GEI), esencialmente el CO2  proveniente de la utilización de los combustibles fósiles como fuente de energía primaria.

Cada país presentará compromisos voluntarios (INDC, de Intended Nationally Determined Contributions) con vistas a la reducción de emisiones de GEI en el horizonte de 2030. Se trata de una aproximación en la que, a diferencia de Kioto, no se negocian ni se imponen tasas de reducción ni sanciones. Pero el objetivo compartido es que la temperatura media del planeta no se incremente en dos grados centígrados (2ºC) en lo que queda de siglo, límite que, de sobrepasarse, los expertos en clima consideran que podría producir consecuencias globales impredecibles, seguramente graves.

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Este modo de aproximarse al problema ha tenido la virtud de convencer a todos los países, tanto industrializados como en vías de desarrollo, para que presenten propuestas, lo cual es un primer éxito, dada la persistente resistencia de los países menos desarrollados a contribuir a paliar un problema creado históricamente por los más industrializados y su uso intensivo de energía fósil. De hecho, a 30 de octubre, un mes antes de la apertura de la COP21, 147 países habían depositado ya sus propuestas, entre ellos los más contaminantes en la actualidad, China, EE UU y la Unión Europea. Bien es verdad que en los dos primeros, reticentes hasta ahora a aceptar compromisos de reducción de emisiones, se han dado circunstancias internas que han ayudado a que se muevan en esta dirección: en el caso de EE UU la sustitución de plantas de carbón por otras de gas natural, menos contaminantes, debido a la producción doméstica de gas no convencional; y en el caso de China por la enorme contaminación de ciertas regiones y ciudades derivada del uso masivo del carbón, lo que requiere de una acción enérgica para paliarla. En todo caso, sean cuales sean las motivaciones, bienvenidos sean sus planes de descarbonización de la economía.

Por indicación del Secretariado de la COP, se acaba de publicar un informe en el que se analizan las contribuciones y se estima el efecto agregado de todas ellas en el horizonte de 2030. Tal estimación no es fácil porque cada propuesta sigue su propia lógica y no todas son congruentes. Así, mientras algunos países comprometen directamente reducciones de emisiones de GEI, otras se expresan, por ejemplo, en términos de reducción de intensidad energética, esto es, reducción del consumo de energía por unidad de PIB. Aun así, tras un considerable esfuerzo de análisis, el resultado más importante es que, en caso de aplicación total de las INDC, hasta 2030 seguirá aumentando el volumen de emisiones de GEI a la atmósfera, en más del 20% respecto de los niveles de 2005, y en más de un 40% respecto de 1990, aunque se mantendrán por debajo de las previsiones realizadas si no existieran o no se aplicaran dichos INDC libremente aceptados por las partes.

Estados Unidos y China han creado planes de descarbonización de sus economías

Por supuesto que esta reducción (del orden de un 7% respecto de las previsiones para 2030 anteriores a la conferencia) es una buena noticia, aunque, en mi opinión, claramente insuficiente. En efecto, los cálculos de los expertos establecen que, para no sobrepasar el límite de los 2ºC a finales de siglo, las emisiones anuales deberían reducirse a la mitad hacia 2050. Desde luego es posible que esto ocurra, si se toman medidas drásticas a partir de 2030 para invertir una tendencia creciente y generar una rápida disminución hasta 2050. En mi opinión, se trata de un hecho improbable dadas las colosales transformaciones que hay que introducir en nuestros hábitos de vida, consumo y producción de bienes, normalmente no bien aceptadas por el público y que, en todo caso, requiere periodos de tiempo dilatados para realizarse. Cuanto antes se empiece a cambiar el sentido de la curva de emisiones mejor y, como hemos visto, esto no ocurrirá al menos hasta 2030.

Es posible que el máximo en emisiones anuales se alcance justamente en ese momento, aunque nada lo garantiza. Así, a la incertidumbre de que este escenario se produzca hay que añadir la asociada al ritmo de reducción post-2030. También puede suceder que los episodios climáticos extremos aumenten en frecuencia e intensidad y que obliguen a tomar medidas en consonancia con la gravedad de dichos episodios, en cuyo caso todo el proceso se aceleraría. De acuerdo con los datos disponibles, y aun reconociendo el avance que supone la puesta en marcha de los INDC de forma generalizada, no es posible afirmar que estaremos en condiciones de combatir el cambio climático de forma suficiente en las próximas décadas. El aumento total de la temperatura dependerá no sólo de lo que se haga hasta 2030 sino también de si se intensifican los esfuerzos de reducción de emisiones después de esa fecha, pero resultará muy difícil no sobrepasar el límite de los 2ºC.

No se prevén sanciones en caso de incumplimiento de los INDC, pero se propone hacer una revisión cada cinco años de su grado de cumplimiento. Dicha revisión podría tener un efecto muy positivo al poner de manifiesto las carencias en las políticas de ciertos países y también los esfuerzos suplementarios en los casos en que estos se produzcan. La aceptación de principio por parte de China a someterse, junto con el resto de las partes, a estas revisiones es una buena señal que convendría formalizar en el transcurso de la cumbre.

Hasta 2030 seguirá creciendo el volumen de emisiones de gases de efecto invernadero

Europa ha mantenido el liderazgo en la lucha contra el cambio climático en las últimas décadas. De hecho, su propuesta es la más ambiciosa, una reducción del 40% en las emisiones de GEI en 2030 respecto del nivel alcanzado en 1990. Sin embargo, su importancia relativa ha ido disminuyendo. Actualmente, el conjunto de las emisiones anuales de la Unión Europea supone apenas un 10% del total, de forma que las considerables reducciones anunciadas tienen un impacto muy modesto. Sin embargo, el hecho de que la cumbre se celebre en París, junto con la ambición de sus propuestas y la intensa actividad diplomática, principalmente francesa, permiten prever la recuperación del liderazgo y una conclusión exitosa de la conferencia. A todos nos va mucho en que se alcancen los objetivos marcados, quizá insuficientes, pero de un gran significado como primer acuerdo planetario en algo tan vital como la acción concertada contra el cambio climático, quizá la amenaza global más importante que tendremos que afrontar en el futuro.

Cayetano López es director del Centro de Investigaciones Energéticas Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT).

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