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MIRADOR
Columna
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Adjudicado

La concesión de canales de televisión se sigue haciendo en ese periodo repelente de salida del poder

David Trueba

Al contrario de un sistema presidencialista, como el norteamericano, donde los últimos meses de Gobierno consisten en un intento de dejar hermosa memoria entre los ciudadanos de su paso por el poder, en un sistema partidista como el español, los últimos meses de legislatura son un sprint desaforado por aprobar decretos leyes, colocar a amigos, garantizarse puestos en Consejos de Administración y, en lo que parece ser una costumbre ya habitual, adjudicar canales de televisión, como ha sucedido con las nuevas concesiones de la TDT. Persiste el error de llamar a unas televisiones públicas y a otras privadas atendiendo a su propietario. En realidad todas las televisiones son públicas, y aunque su propietario sea una entidad privada, para llegar a emitir ha recibido una licencia gubernamental concedida en concursos de supuesto rigor, transparencia y ecuanimidad.

Hablar de televisión no es tan solo limitarse a seguir el reguero de series y programas más o menos acertados en su ejecución, sino estudiar el sentido esencial de la televisión en democracia. En las dictaduras ya sabemos lo bueno y lo malo que se pretende irradiar desde los receptores a la población. Pero confundimos democracia con abandono, y ambas palabras no son sinónimos. La concesión pública de licencias no tiene que dictar ni por asomo una programación o sensibilidades concretas, pero sí establecer obligaciones mínimas. A menudo el concurso se plantea con unas bases rimbombantes de servicio público, pluralidad y esfuerzo cultural, pero en la adjudicación final estos detalles no importan un carajo y triunfa la cercanía emocional con el Gobierno y el oportunismo. Demasiados canales se han vendido y revendido, generando un negocio paralelo de venta de parcela, que modifica el supuesto plasmado en el concurso sin que nadie lo evite, y que nos ha obligado a reconocer de manera evidente que Mediaset y Atresmedia parecen ser las únicas empresas capaces de gestionar.

En esta discusión seguimos escurriendo el bulto asegurando que hacemos una buena televisión, lo cual es cierto en términos técnicos, de talento y potencia popular, pero no en cuanto a los márgenes exigibles de variedad de contenidos y atención a las minorías y los espacios artísticos, científicos y culturales. Toda concesión de un canal nuevo debería primar que se activen esos espacios hoy inexplorados. Pero claro, los pliegos del concurso y la designación final se siguen haciendo en ese periodo repelente de salida del poder y con un guiño al peor modo de operar en democracia que consiste en ser, desde el poder, tan solo amigo de mis amigos.

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