_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Traficantes de emociones

Las redes sociales no sirven para organizar la solidaridad ni para generar reflexión conducente a la acción

La historia del león Cecil corrió como la pólvora por las redes sociales, indignando a millones de personas. Lo mismo ocurrió con el vídeo sobre el traficante de niños ugandés Joseph Kony, que detenta el récord mundial de viralidad (70 millones de visualizaciones en cuatro días). Y más recientemente, las imágenes del niño sirio de tres años, Aylan Kurdi, yaciendo ahogado en un playa turca, también conmovieron al mundo.

Esas imágenes activaron las emociones de millones personas. Sin embargo, en los tres casos, el vínculo entre emoción y acción se desvaneció rápidamente. El caso del león Cecil, que ejemplifica los problemas económicos y morales que rodean a la caza, sea furtiva o “enlatada”, no está siendo de gran ayuda para cambiar el horizonte de extinción que enfrentan muchas especies africanas (sobre todo los rinocerontes, huérfanos de la empatía popular que el cine y la literatura han creado en torno a los leones). Por su parte, el vídeo sobre Kony tampoco ha servido para dotar de más recursos a la misión con la que Naciones Unidas intenta estabilizar la República Democrática del Congo ni para llevar al ugandés Kony ante la justicia internacional. Respecto al conflicto sirio y la crisis de asilo y refugio, a la vista de todos está el hecho de que, reunión tras reunión, el Consejo Europeo no ha conseguido lo esencial: establecer corredores seguros para impedir que niños como Aylan se ahoguen cruzando el Mediterráneo.

Todo esto, nos dice Byung-Chul Han, un coreano de nombre imposible doctorado en filosofía en la Universidad de Friburgo con una tesis sobre Martin Heidegger y autor de un inquietante libro (Psicopolítica), se debe a que las redes sociales no sirven para organizar la solidaridad ni para generar reflexión conducente a la acción, sino para comerciar con nuestras emociones. Nuestras emociones, tan auténticas y loables, son la materia prima (que encima suministramos gratuitamente) de un inmenso negocio consistente en recopilar dichas emociones, estudiarlas, agregarlas y así vender a otros la información con la que nos puedan ofertar productos de consumo. Las emociones se han convertido en una mercancía y las redes sociales en el mercado donde se trafican. @jitorreblanca

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_