Envejecimiento
Las estrellas emergentes se desgastan a una velocidad tan vertiginosa como la que marca la evolución de cualquier producto televisivo
Confieso que el envejecimiento me preocupa. No me refiero al mío, que es irreparable y doy por descontado, sino al de la actualidad. Personalmente, me encuentro en una situación paradójica. A dos meses de unas elecciones generales, nunca he tenido tantas opciones por las que votar y nunca me ha apetecido menos votar por ninguna. Lo nuevo cada día me parece un poco más rancio. Lo viejo es viejo, y como se supone que no da votos, hay que inflarlo con bótox, teñirlo de rubio, desvirtuarlo a ver si cuela, y lo peor es que luego, encima, va y no cuela. Las estrellas emergentes se desgastan a una velocidad tan vertiginosa como la que marca la evolución de cualquier producto televisivo, y esto no sólo ocurre con las personas, también con los partidos y hasta con los procesos. Al día siguiente de las elecciones catalanas, las declaraciones del candidato de la CUP me gustaron tanto que me propuse dedicarles una columna, pero no tuve tiempo. Dos o tres días más tarde, cuando las negociaciones con Mas empezaron a verse venir, me alegré muchísimo de escribir sólo una vez a la semana. Mientras la realidad que nos rodea se parece cada día más a un plató en prime time,donde la alegre y sonrosada jovencita de ayer, hoy se ha operado ya de cuatro cosas y parece su propia madre, miro a mi alrededor y me pregunto por qué es tan difícil. Por qué la derecha se ofende cuando le dicen que es la derecha, por qué la izquierda —con independencia o sin ella— afirma que las ideas son lo de menos cuando le hablan de la izquierda, por qué todos se empeñan en apretujarse en el centro, ese cuartito pequeño que a estas alturas apesta ya a humanidad, de tanto cuerpo sudoroso como se apiña en su interior. Menos mal que hasta el desierto al que me he mudado no llega el olor.
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