La pobreza en Latinoamérica: una nueva mirada
Por, Bernardo Kliksberg, investigador argentino, mundialmente conocido por sus estudios sobre pobreza y ética del desarrollo.
Serie Desafíos Latinoamericanos, 4
América Latina produce alimentos para tres veces su población, tiene un tercio de las aguas limpias del planeta, la quinta parte de las reservas mundiales de petróleo y la mitad de los bosques. Sin embargo, la pobreza creció en los años 80 y 90, llegando al 41% de la población en el 2000. Entre los años 2003 y 2012 retrocedió, pero entre 2013 y 2014 se estancó en un 28%: 167 millones de latinoamericanos son pobres y, entre ellos, 74 millones son pobres en estado extremo.
Vienen tiempos difíciles para la región, en un contexto económico mundial turbulento.
¿Qué lecciones podemos sacar de las tres últimas décadas para enfrentar este escenario?
1. Es posible derrotar la pobreza
Más de 60 millones de latinoamericanos emergieron de la pobreza entre el 2002 y el 2012. En varios países, se derrotaron las tesis fatalistas sobre la pobreza, que planteaban que era irremisible por el subdesarrollo patológico.
2. La culpa de la pobreza no es de los pobres
Se alega que son déficits de personalidad de los pobres son los que causan su condición de pobreza. Sin embargo, cómo relacionar esta tesis con el hecho de que, entre 2003 y 2009, más de 35 millones de personas salieron de la pobreza en Brasil y hoy, integrados a la pequeña clase media, reclaman por mejores servicios públicos, transporte y salud. ¿Cambió tan rápidamente su “estructura de personalidad” o fueron las condiciones estructurales las que se modificaron a su favor, abriéndoles oportunidades? Así, programas como Hambre Cero, redujeron la desnutrición crónica a la mitad entre los menores de 5 años, pasando de 14% en 1994 a 7% en el 2008.
3. La mayor inversión social produjo cambios
Se suelen descalificar las políticas sociales activas. Algunos las atacan por ser “paternalistas”, “impulsar el ocio” o porque “los aportes tranferidos a los pobres son mal utilizados”.
Sin embargo, los informes de la ONU y del Banco Mundial, dicen otra cosa. El aumento de la inversión social significó más aulas, mejor nutrición, más vacunas, más atención primaria de salud, más hospitales, que ampliaron derechos y oportunidades. América Latina es la primera región que cumplió la meta del milenio de reducción del hambre: bajó de 15,3% (1990/92) a 6,1% (2015).
4. Los programas de transferencias condicionales funcionan
Los programas compensatorios llegan hoy a 129 millones de personas en 18 países de la región. Bolsa Familia, desarrollado por el gobierno brasileño, cubre 52 millones de pobres; Oportunidades (ahora, Prospera), 27 millones de mexicanos; la Asignación Universal por Hijo, 3,6 millones de niños y niñas argentinos. Tienen condicionalidades: los padres deben mostrar que los niños van a la escuela, se aplican las vacunas, y hacen los chequeos médicos rutinarios.
Las evaluaciones desmienten los mitos acerca de sus resultados. El Banco Mundial sostiene que estos programas muestran una “clara evidencia de éxito en cuanto a aumentar la tasa de inscripción escolar, mejorar la atención de salud preventiva y elevar el consumo en el hogar”. El subsidio estatal no induce los pobres al no trabajo, constituyendo el 20% de los ingresos totales de los beneficiados. Los pobres, América Latina, trabajan, pero lo hacen en condiciones de extrema precariedad y recibiendo remuneraciones misérrimas. Al recibir un ingreso fijo mensual, instituido como el derecho democrático a una renta mínima, buscan conseguir mejores empleos, aprovechando las oportunidades que se les ofrecen.
La tesis del “despilfarro” es falaz. Los programas sociales están asignando cada vez más recursos a las madres pobres. Ellas son excelentes administradoras y aplican masivamente los aportes recibidos a mejorar las condiciones de vida de sus hijos, especialmente, a mejorar la calidad de sus alimentos.
Si no existieran los programas de transferencias condicionadas, la pobreza en Latinoamérica sería 13% más alta.
5. Un largo camino por recorrer
A pesar de estos avances, la región está entrando en un contexto económico internacional incierto, cargando una fuerte “deuda social”. La pobreza no siguió declinando entre 2013 y 2014, mientras que la extrema pobreza subió del 11,3% al 12%. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) estima que, junto a los 167 millones de pobres, hay en América Latina 200 millones de “vulnerables” que pueden caer de nuevo en la pobreza ante “cimbronazos económicos”. Han habido grandes progresos, pero la desigualdad sigue siendo una de las más altas del mundo. El 20% más rico acumula el 46,7% de la riqueza, mientras que el 20% más pobre sólo el 5,6%. El índice de Gini regional es de 52,7 y, en Europa del Este y en Asia Central, de 34,7.
6. ¿Es financiable la política social?
¿Cómo mantener los equilibrios macroeconómicos y al mismo tiempo avanzar en los procesos de inclusión social? Países como Noruega, Suecia, Dinamarca, Canadá, y otros, lo lograron. La equidad es clave. Los nórdicos, los líderes mundial en conquistarla, encabezan todos los rankings (Foro de Davos, Desarrollo Humano del PNUD, Transparency International).
América Latina tiene fuentes de recursos posibles no inflacionarios. Entre ellos, erradicar la corrupción y encarar la reforma fiscal pendiente, bajando las altas tasas de evasión. Entre las paradojas, mientras hay preocupación de donde saldrán los recursos para mantener las políticas sociales, se gastan por año en la región 50.000 millones de dólares en productos suntuarios. Como la desigualdad sigue siendo tan alta, la industria del lujo estima que la cifra se puede elevar a 90.000 millones en el 2019.
7. Cuidado: los daños de la pobreza pueden ser irreversibles
La experiencia ha demostrado que los impactos de las malas políticas económicas pueden ser corregidos, pero los daños sociales que generan son muy difíciles de remediar. Si se retiran o no se amplían los programas sociales que la región ha demostrado tener capacidad de gerenciar con eficiencia (como lo destacó The Economist resaltando a las transferencias condicionadas como referencia para Europa), los impactos podrán ser muy severos. Muchos de los estragos de la pobreza son irreversibles. La desnutrición en los 1000 primeros días de vida, o la implosión de familias por pobreza, no se pueden corregir después.
Por otra parte, cuanto mayor sea el crecimiento económico mucho mejor, pero aún con crecimiento bajo y con recursos escasos, es fundamental definir de manera clara las prioridades de la política pública. La ciudadanía instaló en América Latina que la prioridad debe ser la gente, reclamando políticas que protejan, “blinden” y profundicen los progresos sociales.
Este es el mensaje que continuamente subraya el Papa Francisco cuando denuncia las disparidades existentes y exige que “por los pobres se puede y se debe hacer más”.
Bernardo Kliksberg, investigador argentino. Integra el Comité Directivo del Grupo de Alto Nivel de Expertos en Seguridad Alimentaria y Nutrición de la FAO. Ha sido condecorado con la Orden al Mérito Civil de España. Diversas universidades del mundo le han otorgado sus doctorados honoris causa. Entre sus más de 60 libros se destaca, Primero la Gente (Planeta, 2007), en coautoría con Amartya Sen, premio Nobel de Economía. Ha sido asesor en temas sociales en más de 30 países y en diversos organismos internacionales.
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