Abstencionistas o abstinentes
Una ambigüedad del lenguaje puede guardar relación con una realidad también ambigua. Y la abstención es una niebla
Todo escrutinio electoral contabiliza dos tipos de ciudadanos: quienes votan y quienes se abstienen. El que vota es “votante”, del mismo modo que quien ilusiona es ilusionante y quien decepciona es decepcionante; pero el que se abstiene no es un “abstinente” como correspondería, sino un “abstencionista”.
“Abstencionista” se define en el léxico de la Academia –cuando el término se aplica a personas– como el “partidario del abstencionismo”; es decir, el que defiende la actitud o la práctica de no votar. El Diccionario recoge también la palabra “abstinente” (“el que se abstiene”, “el que se priva de algo”), y nos brinda así una alternativa simétrica a “votante” (“el que vota”). Pero el lenguaje político y el periodístico han desechado esta opción para quedarse siempre con “abstencionista”, que a su vez no tiene en el uso el correspondiente simétrico “votantista” (un supuesto partidario del “votantismo”: es decir, de la práctica o actitud de votar; quizás incluso de un hipotético sufragio obligatorio como sucede en Grecia, Italia y otros 22 países).
¿Sería lo mismo un abstinente que un abstencionista? Parece que en puridad no.
Al abstencionista, según la definición antes citada, le corresponde una convicción, como adicto al abstencionismo, mientras que el abstinente puede ejercer ese papel de un modo pasajero y accidental.
No es académicamente “abstencionista” quien se atascó en el trámite del voto por correo o quien sufrió un accidente ese día
Sin embargo, en el escrutinio de hoy todos los “abstinentes” aparecerán confundidos en el término “abstencionistas”.
El abstencionista y el abstinente entran así en el mismo cómputo, expuestos además a la apropiación indebida a cargo de otros.
Y esto que vemos en el lenguaje sucede también en la realidad. El no hacer de quien se abstiene es difícil de clasificar y de nombrar con rigor, mientras que el hacer del que vota ofrecerá más facilidades para entender sus actos, y para deducir también que, puesto que vota, es partidario de votar.
¿Son partidarios de abstenerse todos los que se abstienen? Claro que no. No es académicamente “abstencionista” quien se atascó en el trámite del voto por correo (algo bastante verosímil), quien sufrió un accidente ese día o quien debió emprender un viaje repentino. Y no se puede medir cuántos suman.
Renunciamos sin embargo a estas alturas a incorporar los términos “abstinentes” y “votantistas” al lenguaje electoral. A ese respecto seremos, por tanto, abstencionistas.
Sólo pretendemos, eso sí, sugerir que una ambigüedad del lenguaje puede guardar relación con una realidad también ambigua.
La abstención es una niebla, y en esa niebla todo se confunde: la vida con el léxico, el concepto con su representación; el abstencionista y el abstinente. Sólo el voto avanza con luz propia en la niebla. Perderemos, claro, muchos de sus matices. Pero la papeleta se anotará en la casilla deseada por cada elector y con las palabras que él haya escogido.
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