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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Elecciones críticas

Muchos soberanistas quieren seguir en España; démosles la vía para hacerlo

Artur Mas, entre los asistentes a un acto de campaña electoral celebrado el 18 de septiembre en Manresa.
Artur Mas, entre los asistentes a un acto de campaña electoral celebrado el 18 de septiembre en Manresa.Quique García (EFE)

El soberanismo se encuentra en condiciones de ganar las elecciones que deben celebrarse en Cataluña dentro de una semana. Sin embargo, el alud de nuevos votos independentistas que aguardaba a la vuelta de la esquina parece más bien un mito. De acuerdo con el sondeo de Metroscopia que publica hoy EL PAÍS, la intención de voto hacia las candidaturas soberanistas (Junts pel Sí y CUP) apenas avanza respecto a los resultados de las autonómicas de 2012, cuando CiU y ERC concurrían a las urnas sin esconder sus siglas. Similar estabilidad se observa en el conjunto del campo no soberanista, donde se dirime, eso sí, una redistribución distinta de respaldos entre partidos medianos y pequeños, con Ciutadans en posición destacada.

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Si el resultado final se asemeja a la intención de voto dibujada por la encuesta —no sabemos el impacto de la recta final de una intensa campaña—, Artur Mas tendrá serias dificultades para hacerse reelegir, dada la bajísima estima hacia el president detectada por el sondeo y manifestada por quien debería ser su principal apoyo, la CUP. Que el impulsor institucional de la independencia de Cataluña sea un político al que una crecida mayoría de catalanes (60%) quiere ver fuera del cargo —incluidos el 24% de potenciales votantes de Junts y el 78% de CUP— da la medida del fracaso que puede suponer para Mas la aventura en que ha embarcado a sus conciudadanos; y todo para desembocar en una partición política de la sociedad catalana no muy diferente a la que ya existía, pero más tensionada socialmente.

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Lo que se percibe es una parte nada despreciable de personas que tienen intención de votar a Junts o a la CUP, pero no quieren una declaración unilateral de independencia. El pasaporte español y las relaciones con el resto de los españoles valen mucho más de lo que podría pensarse a la vista del estrépito organizado por los partidarios de la desconexión, como lo revela la respuesta a la pregunta sobre la nacionalidad. Más de seis de cada diez quieren la doble nacionalidad catalana y española, y solo optan exclusivamente por la catalana poco más de dos de cada diez. Ítem más, el 66% quiere que la victoria del soberanismo se entienda como un mandato para negociar con el Gobierno la posible independencia. Esa opinión se registra incluso entre la mayoría de potenciales votantes de Junts.

Todo esto certifica, por si alguien tenía dudas, los errores cometidos en los años anteriores y el tiempo perdido por los atrincherados en la ruptura con el Estado y en la cerrazón a todo cambio. Aquí hay un problema político evidente, que el PP no ha sabido resolver e incluso ha agravado. La firmeza roqueña demostrada por las opciones independentistas se corresponde con la estabilidad del campo contrario en la propia Cataluña, pero entre aquellas y en este hay muchas personas que, sin desear la ruptura, tampoco quieren la mera continuidad. La probable derrota del statu quo es una de las conclusiones insoslayables a sacar.

Existe un amplio número de catalanes que, sin renunciar a España, están dispuestos a emitir un voto táctico a favor de las corrientes independentistas, bien sea para disponer de las hipotéticas ventajas de la suma de ambas situaciones o simplemente para enviar un mensaje rotundo al Gobierno contra la continuidad del actual estado de cosas. A la vez, hay numerosos catalanes partidarios de opciones no soberanistas que quieren nuevas y blindadas competencias para Cataluña. Mantener a machamartillo que no hay nada que negociar, como ha sostenido el Gobierno de Rajoy, solo ha servido para consolidar una unidad artificial del bloque soberanista e incrementar el interés por la tercera vía. Continuar negando la necesidad de una reforma constitucional también es una cataplasma inútil. Lo que hace falta es un nuevo pacto para desatascar los problemas pendientes y avanzar hacia un Estado más eficiente, en vez de enrocarse en el conservadurismo.

Las elecciones catalanas del 27-S son críticas para fijar la voluntad de los catalanes, y no lo serán menos las generales de diciembre. Los dirigentes políticos en disputa deberán tenerlo muy en cuenta a la hora de plantear a los ciudadanos sus ofertas para el futuro de España. Se trata de demostrar la voluntad de reconducir el conflicto político planteado en Cataluña hacia vías negociadoras y de rectificar el estéril inmovilismo del Partido Popular. A la espera de las votaciones, hay sobradas razones para que los dirigentes empleen sus energías en tareas más constructivas que la de tensionar a los ciudadanos y llevarles a romper entre sí.

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