‘Totus Tuus’
“Ha decidido Bergoglio hacerse vulnerable, empatizar con la sociedad, despojarse del boato y de connotaciones sobrenaturales”
No existen fenómenos menos revolucionarios que las revoluciones. Porque se malogran en su combustión retórica. Porque la realidad las destempla. Y porque su alcance acostumbra a restringirse al formalismo o a la superficie.
Lo demuestra el Mayo del 68. Debajo de los adoquines descubrieron los estudiantes que había alquitrán. Alain Touraine, protagonista de aquella revuelta, me reconocía en una entrevista que la revolución parisiense se limitó a un cambio de maneras en la sociedad. Se acortaban las distancias. Se podía tutear al pater familias. Se cuestionaba el principio dogmático, vertebral, de la jerarquía, exactamente como le sucede al papa Francisco en la revolución epidérmica que representa su pontificado podemista.
Ha decidido Bergoglio hacerse humano y vulnerable, empatizar con la sociedad, como dicen los cursis, despojarse del boato y de las connotaciones sobrenaturales. El Papa se acerca a la tierra tanto como nos aleja del cielo, desdibuja la sugestión metafísica que osaron los artistas barrocos en la Contrarreforma. Y decide trivializarse con la demagogia que implica acudir a una tienda de barrio para comprarse unas gafas económicas. No me impresiona semejante mundanidad, como no me conmueve un alcalde que acude al trabajo en bicicleta. Y formo parte de los periodistas a los que se nos apareció Francisco apenas unas horas después de su elección. Recuerdo la conmoción de aquel trance, la humanidad que desprendía, la naturalidad franciscana de sus palabras y de sus gestos, la calidez porteña con que hablaba a los ateos y a los agnósticos.
Me siento identificado con los unos y con los otros, pero discrepo de la devoción universal e incondicional que la sociedad ha concedido a Francisco, fundamentalmente porque su revolución no ha sobrepasado el umbral de la apariencia ni de la intención pedagógica.
Francisco es un activista, un papa político, un ecologista, un cualificado telepredicador
Francisco es un activista, un papa político, un ecologista, un cualificado telepredicador. Se ha colocado, de oficio, con los pobres. Ha lavado los pies de los presos y ha rehabilitado la teología de la liberación, hasta el extremo de que un reportaje bastante elaborado de la BBC se preguntaba si Jorge Mario Bergoglio era acaso un pontífice comunista.
Tendrían más sentido las dudas si no fuera por su intransigencia doctrinal. Francisco considera el aborto un crimen abominable, juzga el matrimonio homosexual como una tragedia para la humanidad y prohíbe a los divorciados el sacramento de la comunión. Eran las posiciones de Ratzinger en su ortodoxia, pero Francisco ha logrado sustraerse al escrutinio del contenido. Nos gusta el cantante más que la canción. Y no prestamos atención a la letra. Si lo hiciéramos, tendríamos bastante claro, por ejemplo, que obtener la nulidad matrimonial, una especialidad de Ashley Madison, es más económico gracias a la gratuidad de la reforma pontificia, pero igual de difícil que antes porque los requisitos permanecen vinculados a la normativa petrificada del derecho canónico. Pónganse a temblar o pónganse a la cola: la brevedad de la convivencia conyugal, el aborto para impedir la procreación, una relación extraconyugal en la época de la boda, el ocultamiento de la esterilidad o de una enfermedad contagiosa y la existencia de hijos nacidos de una relación anterior.
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