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Columna
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Gran Vía

El sortilegio sería una corrección federal de la Constitución que sellase los hechos diferenciales y las singularidades (de todas las regiones, es de suponer) pero sin privilegios para ninguna

Fernando Savater

Cuando en el consejo editorial o en una reunión de amigos se discutía largamente sobre una cuestión política compleja, Javier Pradera exigía que nadie escapara pidiendo “una solución imaginativa”. La sobada fórmula es el asilo de toda ignorancia, como para Spinoza lo era la voluntad de Dios. Me temo que la tercera vía tras la que los socialistas ocultan su desconcierto y contradicciones sirve ahora de solución imaginativa en el lío catalán. Cuando insisten en proponerla y veo la reacción con que es acogida por los nacionalistas a los que tratan de apaciguar, me acuerdo de la definición lacaniana del amor: empeñarse en dar lo que uno no tiene a alguien que no lo quiere.

El sortilegio sería una corrección federal de la Constitución que sellase los hechos diferenciales y las singularidades (de todas las regiones, es de suponer) pero sin privilegios para ninguna. En vez de ser una ley única la que permitiese que cada ciudadano fuese tan distinto a los otros como quisiera, serían los territorios los distintos y los ciudadanos los homogéneos. Cosa rara, pardiez, porque me cuesta recordar un hecho diferencial o una singularidad cultural que esté prohibida en España, ni siquiera el Toro de la Vega. Lo único no permitido por el momento es que una autonomía, o sea una dependencia del Estado de derecho, invente una nacionalidad distinta para sí, excluya a los compatriotas del derecho a decidir sobre lo común y los convierta en extranjeros desposeídos educativamente de su lengua y de otros derechos fundamentales. Lo cual, precisamente, es lo que pretende el nacionalismo catalán. A no concederles tal exigencia, a negarse a discutirla siquiera, suelen llamarlo ciertos partidarios de la gran vía “inmovilismo gubernamental”. ¡Qué imaginación!

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