Consuegros
El espíritu fundado por Fèlix Millet, el de facturar bodas mediante la fórmula de que el invitado pague dos veces, conoce hoy su apogeo
Siempre que estoy en Barcelona recuerdo a las niñas Millet, las dos casadas en el mismo privilegiado lugar. Las dos, también, protagonistas involuntarias de mi caso de corrupción favorito.
Este arranque de Manel Pérez en La Vanguardia, año 2009, es una debilidad: “Es una luminosa mañana de la primavera barcelonesa, finales de junio, siete años atrás. En la puerta de la iglesia de Santa María del Mar se congrega una nube de pamelas y chaqués. Acuden a la boda de Clara Millet, hija del presidente del Palau de la Música, Fèlix. La ceremonia religiosa se celebra envuelta en la música interpretada por la Orquestra Nacional de Cambra d'Andorra. Las voces del Cor de Cambra del Palau sacan el máximo partido a las cualidades acústicas de la basílica, una joya del gótico catalán. Tras las fotos de rigor, los invitados acuden al Palau de la Música, a pocos minutos a pie. Es la residencia oficial del pontífice máximo, Rey Sol de la sociedad civil del momento. En el edificio modernista de Domènech i Muntaner todo está ya preparado. El escenario y la platea se han transformado en un colorido salón donde Prats-Fatjó servirá el convite y tendrá lugar la fiesta”.
El periodista dedica el resto del artículo a desmontar su hermoso párrafo, de tal forma que no se salva ni el Cor de Cambra: unos profesionales a los que Millet humillaba y tuvo contratados como becarios y sin seguridad social 20 años. En la boda se fundieron 80.000 euros. Todo el mundo se felicitaba por el dispendio del señor Millet, pese a que era hombre de posibles, y años después los invitados comprobaron que aquella fiesta sería en efecto inolvidable: la habían pagado ellos. Fèlix Millet había cargado a la contabilidad pública del Palau la boda de su hija. No sólo eso, y he aquí la genialidad: a la familia del novio, que tuvo que recortar invitados para asumir el gasto, le cobró la mitad. Imposible no recordar a Jordi Pujol, 35 años después de la muerte de su padre, entrando en casa de su hermana a decirle que papá les había dejado un dinero.
El espíritu fundado por Fèlix Millet, el de facturar bodas mediante la fórmula de que el invitado pague dos veces, conoce hoy su apogeo aun cuando falten siete años para otro arranque de crónica reveladora: “Es una luminosa mañana del otoño de Barcelona”. De fondo aún se escucha, si uno pone el oído en los rincones correctos, la explicación de Millet al juez: había invitados tan importantes que aquello en realidad era un acto de promoción del Palau, así que pagó el Palau. Los consuegros ya tal. La niña ni te cuento.
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