Pánico y salmojero
Esta es la segunda columna que escribo hoy. Hace una hora creí estar a punto de terminar la que debía publicarse. Pero me entró un ataque de pánico
Esta es la segunda columna que escribo hoy. Hace una hora creí estar a punto de terminar la que debía publicarse. Pero me entró un ataque de pánico. Aparecían expresidentes, candidatos, escritoras, cocinas, salmorejos. Aquello era un sindiós. Me pareció que estaba jugando en la liga de los mayores, de los que saben tanto que pueden hasta equivocarse, de los que no caen, se tiran, de los que opinan de las cosas con tanto salero que no parece que le hablen al lector, sino que hablan por el lector. Los columnistas se dividen entre ventrílocuos y bufones. Así pues, opté por mostrársela a mi jefe. A la tercera línea puso cara de terror, como de haber recibido la noticia de que Messi fichaba por el Madrid. Luego se la mandé por Whatsapp a uno de mis mejores amigos. Al cabo de 30 segundos llegó un mensaje devastador "no". Ellos tienen demasiada educación para desarrollar los motivos por los que no debía publicarse eso y yo demasiado ego para preguntarlos.
Entonces, me acordé de Stephen King, quien publica su enésima novela, un volumen que debe pesar lo mismo que un pollo de corral y que llega apenas un año después de su anterior obra. Para enfatizar su condición psicótica, King ha escrito en The New York Times un alegato a favor de la productividad literaria. Al leerlo —bueno, los dos primeros párrafos— pensé que si a él le decían que aquello no valía, igual hasta se llevaba una alegría. Ya tenía excusa para seguir tecleando. Yo, en cambio, sigo pensando que si hubiese quitado lo del salmorejo, la otra columna hubiera colado y ahora estaría de cañas y no aquí escribiendo bufonadas.
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