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MIRADOR
Columna
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75 años después

Hay una Europa que se reivindica como exclusiva, cerrada en su defensa fronteriza y un ultranacionalismo latente, como si los refugiados fueran un virus amenazante

David Trueba

Si no se hubiera impuesto la renuncia a tratar episodios de nuestra historia reciente, los españoles quizá estaríamos más preparados para afrontar el futuro. Pero nos condenaron a la ignorancia interesada y a la amnesia como método de supervivencia. Y también juega su baza el hastío de ver utilizada la historia de un país en la rencilla cotidiana sin otro empeño que el de sacar rédito partidista y no generar una conciencia colectiva. Si los españoles estuvieran familiarizados con imágenes icónicas como aquellas que retratan a los exiliados del final de la Guerra Civil cruzando la frontera pirenaica, si formaran un hilo directo de la retina al cerebro, tanto con la información como con la parcela de conocimiento que fijan las ficciones, no quedaría un español que no asumiera que más de 400.000 compatriotas llegaron a Francia desesperados y agónicos hace solo 75 años. Y que cerca de 30.000 encontraron una nueva vida en México cuando su propio país solo ofrecía un páramo de pobreza, rencor y crueldad.

Hoy, debajo de las alambradas, detenidos, asfixiados, vencidos, llegan libios y sirios a las primeras fronteras de Europa. Perdedores de una guerra que nadie quiere preguntarse por cuándo empezó, porque nadie quiere establecer un juicio duro con esas mil familias que se han enriquecido con la idea loca de que puedes destruir países y no pagar las consecuencias, y que lejos de estar avergonzados siguen dictando doctrina en primera línea de la política mundial. Y en esta desgracia, hay una Europa que se reivindica como exclusiva, cerrada en su defensa fronteriza y un ultranacionalismo latente, como si los refugiados fueran un virus amenazante y no una víctima de la pobreza y la religiosidad sangrienta. La conciencia de haber sido perdedores también, de haber huido de la miseria con la única perspectiva de sobrevivir, de arrancar de cero en tierra extraña quizá nos concediera una mayor dosis de generosidad.

No hemos sido capaces de contribuir a ordenar los países de origen, sino todo lo contrario, seducidos por la rápida solución del bombardeo. Tras el ridículo político de las cuotas de refugiados que se negaron a aceptar los Gobiernos europeos, llega la verdad en forma de riada. Y entonces se fortalece el equívoco. El Estado de bienestar no se diseñó para exacerbar los privilegios propios, sino para compartirlo, ampliarlo y expandirlo. Es hora de mancharse. La Europa de los números tiene que calcular el reparto de refugiados y castigar no solo las políticas financieras de los socios, sino las políticas de acogida cuando son tan indignas.

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