La más bella
Ingrid Bergman tenía el aspecto de quien disfruta de su oficio, de la comida y del amor

Tengo en mis manos un álbum familiar. La vida en fotos de una de las mujeres más bellas del siglo XX. Una historia que comienza en Estocolmo, con la imagen de un bebé en 1915, y termina con el primer plano de una anciana de 67 años en Londres. Es Ingrid Bergman: desde que la fotografiara su padre en el próspero estudio que tenía en Suecia, donde posaba con fantasiosos disfraces; pasando por su estreno como actriz en Suecia; gozando de la condición de estrella en Hollywood y más tarde, viviendo su destierro italiano por haber desafiado la moral de la industria, al unirse, estando casada, a Roberto Rossellini.
Al cabo de los años, después de que los medios de cotilleo americanos se empeñaran en definir la vida de la actriz en Italia como desgraciada, cuando no lo fue, Ingrid volvió a Los Ángeles para recibir un Oscar, y como escribe Liv Ullman en el prólogo de este libro: salió al escenario, recibió su premio con el público puesto en pie, pero no se inclinó ante ellos. A Life in Pictures, 385 fotos ordenadas por su hija Isabella, muestran la vida de una mujer dueña de su destino. Mucho se escribe en estos días sobre esas actrices que, llegadas a la edad en que la industria deja de quererlas (o que las cataloga como unfuckable), se ven forzadas a intervenir su cara, aunque más que volver a la juventud sólo consigan parecerse a otras mujeres maduras operadas.

Pero la rebeldía de Ingrid no se mostró solamente en los años de madurez. Cuando llegó a Hollywood los estudios proyectaron convertirla en una belleza asumible por los supuestos gustos del público. No se dejó. Su piel era luminosa; su cuerpo, real; tenía el aspecto de alguien que disfruta de su oficio, de la comida y del amor. Poseía un aire saludable de muchacha de campo, era grande y carnal. Sólo una base de maquillaje aplacaba unos mofletes demasiado ardientes. Su ejemplo para muchas mujeres no debiera ser cómo consiguió envejecer con dignidad, sino su determinación para atravesar los años asumiendo el atractivo que confiere cada etapa de la vida.
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