_
_
_
_

Siempre pierden las mismas

Una mujer en el polígono Marconi de Madrid, por Kike Para
Una mujer en el polígono Marconi de Madrid, por Kike Para

Mírese de mil maneras. Siempre encontrará el mismo modo por el que empezó todo. Desprotegida. Pobre. Hija de pobres. Sin recursos. Sin estudios o con muy pocos estudios. Sin esperanza. Con la necesidad absoluta de salir de un agujero, que se llama miseria, o con hijo o hijos a los que atender, sola, o con la imposibilidad de encontrar un trabajo digno. Da igual la edad, aunque en el mercado de la carne cotiza la temprana, como en los corderos. Con esas condiciones anteriormente descritas, la presa está preparada. Ahí está, como un tesoro para quienes están llamados a solucionar la vida a esa mujer, a esa chiquilla, a esa niñas, desesperadas todas por encontrar su propio paraíso.

Los batallones de mujeres que nutren lo que se llama feminización de la pobreza están ahí, listas para revista, listas para servir. Y son muchas. Dos terceras partes de los 1.500 millones de personas que en el mundo viven con menos de 1 dólar diario, que marca la pobreza severa, son mujeres. Ellas tienen algo que otros no tienen, pueden saciar el sexo. Y hay hombres, otras mujeres, grupos, mafias que lo saben y están dispuestos a hacerlo valer. "Yo tengo un trabajo para ti", les dicen. Y allá que dan el paso al frente ellas para ocuparlo. Normalmente se trata de un trabajo teóricamente legal, teóricamente digno. Y no lo pueden perder.

Hace unos días escuché en el cursoLa trata de seres humanos: prevención, protección y persecución, en la UIMP, en Santander, a la cineasta Isabel de Ocampo -premio Goya a la mejor dirección novel por Evelyn, película que aborda el tema de la trata- una manera nueva de hablar de estas mujeres. Me sorprendió e interesó su visión de que estamos ante mujeres y niñas valientes, emprendedoras, que quieren romper el círculo de la pobreza, que ven en el trabajo que se les ofrece una oportunidad. Nunca había contemplado este punto de vista. En mi opinión, se trataba de víctimas, simplemente.

Llamémoslas emprendedoras, pero la realidad es que se trata de mujeres que queriendo salir de la pobreza, aceptan un trabajo de camarera, de cocinera, de cajera, de modelo, secretaria... y se encuentran en una red que las explota sexualmente. Llamémoslas valientes, pero la realidad es que siguen a un loverboy que les hace creer que van a vivir una romántica historia de amor y se encuentran compartiendo piso con otras cinco incautas como ellas a las que también enamoraron y ahora les hacen vender su "amor" a otros, y de forma obligada. Serán emprendedoras, pero les engañan al montar la empresa. Y así tenemos en Europa entre uno y dos millones de personas, víctimas de trata, obligadas a ejercer la prostitución, la mayoría de ellas inmigrantes, según la Fundación Scelles, que realiza un balance de la prostitución entre 54 países.

Hablamos de trata de seres humanos e incluso normalizamos el término, tanto, que o le ponemos el nombre real o podemos llegar a asimilarlo como parte más del paisaje. Y el término real es esclavitud.Una esclavitud a imagen y semejanza de la que, orgánicamente, fueron aboliendo los países del mundo y que se fue completando a lo largo del siglo XIX, cruzando en algunas naciones los albores del siglo XX. Es difícil saber el número total de esclavos vendidos a lo largo de la historia, pero algunos historiadores cifran en 12 millones de personas traficadas de África a América, entre los siglos XVI y XIX. Pues bien, en el siglo XXI, cada año cruzan las fronteras unas 800.000 personas para ser explotadas al tiempo que otras lo son dentro de sus propios países, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), 2014. Imaginamos la esclavitud a la “antigua usanza” y vemos hierros, cadenas, grilletes, jaulas. En la “nueva usanza”, hay cadenas, hay celdas, hay palizas y hay nuevas maneras de presionar con yugos más sutiles. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), casi 21 millones de personas víctimas de trata en el mundo, de ellas, aproximadamente 4,5 millones de mujeres y niñas lo son con fines de explotación sexual en un negocio que supone 35.000 millones de dólares al año.

Pero basta de datos. Son personas. Mucho más que números. Mujeres y niñas que buscando romper las cadenas de la pobreza aceptan un trabajo, un viaje, una experiencia y amanecen a ella con nuevas cadenas, con una deuda que difícilmente son capaces de saldar ni pasando el día "ocupadas" - que así se dice cuando una mujer atiende un servicio sexual-, con un problema mayor y del que poco se habla: CO-SI-FI-CA-DAS. Nada peor para un ser humano que pasar a la categoría de cosa. Pues así es. Una cosa. Un trozo de carne, con el que no se hace picadillo pero al que se trata como si con él lo hubieran hecho. A una cosa se le hace cualquier "ídem", se utiliza, se usa, se tira, se aparca, se maltrata. Los objetos no sienten ni padecen y, cuando molestan, se cambian de sitio o se tiran. Así es.

Por eso escribí Puta no soy.PorqueLuna, Yandí, Cristina, Julia, Esmeralda son responsabilidad de todos. Cada uno puede elegir dejarlas que sigan esclavizadas o por el contrario pelear, empujar para no seguir conviviendo con la esclavitud. Porque están a nuestro alrededor. En los clubes de carretera que cruzamos. En las saunas. En los lugares que aparecen en las publicidades que nos dejan en los coches o en los periódicos. En las calles.

Cada uno tiene su responsabilidad. Desde luego mayor es la de quien vive de ellas. Pero también de los puteros (si a la mujer que ejerce la prostitución, en estos casos, obligada a ejercerla la llamamos puta me niego a llamar clientes a los consumidores). También de quienes hacen negocio con la venta de ropa, perfumes, cosmética, a estas mujeres ¡y niñas!, y al proxeneta le interesa que compren, que compren mucho, porque también se lo deberán a él, engrosando la deuda. Y de los poderes públicos; en España todavía estamos esperando que se apruebe en Consejo de Ministros el II Plan de Integral de Lucha contra la Trata que debía haber sido implementado en 2013. Una pregunta: ¿Qué sociedad queremos?

Comentarios

Está claro que una gran parte de la especie humana sigue padeciendo de ausencia ética. Que en pleno siglo XXI persista aún la esclavitud femenina es algo aberrante. Lo femenino convertido en cosa, o sea, en objeto y en mercancía. Los traficantes del sexo y los violadores olvidan que vinieron al mundo a través de sus respectivas madres, a las que, al parecer, desprecian y odian. Creo que el demonio es un niño de teta comparado con esas bestias humanas.
hay quien defiende que esa situación de esclavitud femenina puede ser una opción libre, que hay mujeres que eligen libremente convertirse en una cosa. Los que usan a las mujeres deben ser por tanto tratados legalmente como compradores de cualquier otra cosa, todo el negocio debe ser regulado en lugar de perseguido, así se protege a las prostitutas. Es que no han visto cuál es la vida y la situación real de esas mujeres? Es como decir que se regule la esclavitud infantil para que los niños esclavos tengan, por ejemplo, mejor acceso a la sanidad...
Aunque en España tenemos un cuerpo policial de calidad, pareciera que hay zonas donde es tierra de nadie y pululan los prostíbulos bajo la fachada de bares . Hay países donde la mayoría de estas mujeres fueron abusadas en su infancia por sus propios familiares.Tenemos el caso de Paraguay, donde su mismo Presidente comenta como al pasar - a José Levy, periodista de la CNN en español que fue a cubrir la visita papal - que hay muchas niñas ( entre 11 y 14, 15 años) de las zonas mas pobres que son violadas y quedan embarazadas. Lo dice como si dijera " Tenemos una invasión de mosquitos que atacan en esta época" , y no hace absolutamente nada para cambiar la vida de su Pueblo, de su país. Y el analfabetismo es el fuelle que alimenta estas vidas destrozadas desde la infancia,Ya me dirán si una niña de ONCE añitos está en condiciones de afrontar un parto! Cuando su cuerpo no pesa siquiera 40 kg.
Miramos la miseria desde la distancia que nos permite nuestro confort social como personas de bien.Para criticar el mal vivir de mucha gente que es explotada de buen grado o a la fuerza, porque de todo hay en la viña del Señor.Desde la venta de ilusiones por quienes han descubierto la mejor forma de hacerse millonarios gracias a las carencias de normas reguladoras, de unas leyes obsoletas pensadas hace cien años.Paro otra sociedad.Que se han visto desbordadas por la rapidez con que se avanza desde que la escritura pasó del papel a las ondas hercianas, mientras la gente sigue siendo la misma y con las mismas necesidades.Y ambiciones.La venta de la carne humana como la esclavitud de antaño, que demanda la necesidad de una reproducción ficticia de testosterona empaquetada, al servicio de la simple avaricia, no entiende de razones.Ni de leyes, o compasiones.La simple ley de la selva en los tiempos modernos sigue sembrando de miseria el mundo, en oleadas humanas que huyen de la ignominia sembrada desde la indiferencia.De la rentabilidad.Convencidos los cerebros pensantes de que para que florezcan los logros más altos, el suelo ha de estar lleno de cadáveres de nosotros mismos, pisoteados nuestros sueños de dignidad como personas.Por llevar puestos ropajes de colores. Aun sabiendo escribir letras en el aire.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_