_
_
_
_
Tentaciones
_
escucha esto

Pablo Carbonell: "El humor siempre da mucho miedo porque quita el miedo"

Hablamos con el showman de política, música, libertad de expresión y, por supuesto, de Los Toreros Muertos, que tocan esta noche en Sonorama

Los Toreros Muertos, la banda de la que eres cantante, toca en esta edición del Sonorama Ribera junto a otros grupos como Dorian o Joe Crepúsculo, ¿los conoces?

Pues no, no tengo el gusto. Deben de ser muy buenos si los ponen a tocar en el mismo escenario que nosotros.

¿Te gusta alguno de los otros grupos del cartel?

Me gusta toda la gente que hace canciones. Mi preferencia se inclina hacia los que se divierten en escena más que hacia los que parece que les han sacado dos litros de sangre antes de salir.

¿Cómo ves el encaje de una banda como la vuestra entre el resto de programación del Sonorama?

Entiendo que, si el año pasado programaron a Raphael, el panorama indie está rompiendo sus moldes. Sobre el tema indie sólo puedo decir que nuestro disco en directo está grabado sin compañía, ni independiente ni multinacional, nada de nada. Nosotros mismos llevamos el master a la fábrica. Si en todo el festival hay un caso más claro de independencia, que levante el dedo. En cualquier caso Los Toreros Muertos siempre hemos huido del orden establecido. No aceptamos etiquetas ni permanencias a colectivos. Somos un grupo reflexivo sobre el acontecimiento musical y creativo en general. No buscamos un estilo definido ni para vestir ni para tocar. Mutamos, nos metamorfoseamos, buscamos la polimorfidad. Eso no quiere decir que no tengamos personalidad. Nuestra personalidad es iconoclasta y satírica.

Si Los Toreros Muertos pueden parecer un grupo anacrónico es porque, hoy en día, algunas de sus letras levantarían más de una ampolla.

"Lo peor de mi paso por el 'Caiga quien Caiga' fue que yo me creí que los políticos eran personas"

La idea era levantar el ánimo y el pensamiento y, por último, conseguir que la gente enloqueciera de placer. Lo de levantar ampollas siempre me suena a otra cosa. Nosotros nacimos en una época en la que el uso de la libertad de expresión era un acontecimiento feliz, fuese cual fuese el color de la idea expuesta. Lo de cuestionar lo que cada cual dice es un síntoma de decadencia actual que a Los Toreros Muertos, y a mí en solitario, nos sigue sin afectar.

¿Piensas que temas como Falangista hoy, con Internet invitando cada vez más a la polémica fácil, podrían ser motivos de crucifixión mediática?

El tiempo libre siempre ha hecho mucho daño. La canción Falangista es una reducción de un concepto fascista y megalómano a la de un grupo de boys scouts. Una burla pretendidamente inocente. Ante todo es una broma que puede cabrear a algún falangista; uno me amenazó por teléfono, pero otros, como mi hermano, me dieron la razón.

¿Qué te parece la persecución que está viviendo el humor en nuestro país?

El humor siempre da mucho miedo, porque quita el miedo. Lo dice Umberto Eco en El nombre de la rosa: “Donde hay risa no hay miedo y donde no hay miedo no hay dios”. Por eso a los poderes no les gusta el humor. El miedo es su negocio. Y cuanto más irracional, major: montas en un tren en Cádiz, te obligan a pasar tus maletas por un escáner para evitar que un terrorista, ademas de terrorista, sea irracional y meta la bomba por esa estación, en vez de irse a San Fernando, a diez kilómetros, y meterla por una estación que no tiene escáner. La gente está acojonada porque piensa que debe protegerse no sólo de los terroristas, que creen tener sus razones para luchar así, sino que también te están protegiendo del irracional que intenta atentar porque está como una chota. Si encima piensas en lo que nos gastamos en esos escáners y en esos señores de uniforme, el miedo te atenaza. Quizá lo mejor sea callar, porque cabe la posibilidad de que, al bajar del tren, te hagan pasar por el escáner por si alguien se ha subido en San Fernando y quiere dejar una maleta en tu ciudad de destino. Si esta historia les hace gracia, no creo que estemos consiguiendo quitarles el poder, pero por lo menos nos relajamos. Y eso también les molesta.

La influencia más grande, o lo que yo más escuchaba entonces, era Frank Zappa. Pero tocar como Zappa es muy complicado, hay que ser muy serio, y los Talking Heads eran más sencillos como para tenerlos de referencia. Su carácter es simple y, por lo tanto, mucho más lúdico. Por supuesto que nos encantaban los Sex Pistols, pero yo no me crié en un barrio obrero: mi madre era maestra y mi padre abogado; estudié en colegios religiosos de pago. No me entusiasmaba esa situación y a los dieciocho años ya vivía fuera de casa y ganaba mi dinero con fanzines y teatro callejero. Pero la cuna es la cuna.

En Atún y Chocolate, la película que dirigiste en 2004, existía una escuela ficticia llamada Colegio Público J. Krahe. ¿Consideras que Los Toreros Muertos fueron, de alguna manera, deudores del sentido del humor que Javier Krahe -en paz descanse- destilaba en canciones como Villatripas?

Los dos primeros discos de Los Toreros Muertos nacieron de improvisaciones en un bar. Ese repertorio estaba hecho, que no escrito, en el escenario. La influencia del maestro puede sentirse a partir del tercer disco, y ahora es evidente en mis nuevas canciones. La precisión con la que Krahe elegía las palabras, su orfebrería lingüística, su amor al lenguaje, me influirán siempre. Era no sólo un maestro en el arte poético, sino también en su forma de vivir: asceta, pausado, y siempre dialogante y divertido. Libre.

Vuestra actuación en La Bola de Cristal me parece absolutamente abrumadora, y ahora parece imposible pensar en un programa con ese formato dirigido a los niños. ¿Crees que nuestra sociedad se ha vuelto condescendiente con los más pequeños? ¿Aceptarían los padres ahora que sus hijos escuchasen Mi agüita amarilla?

Allá ellos. Mi agüita amarilla es una canción ideal para explicar el ciclo del agua y, además de una reflexión sobre la creatividad artística, lleva intrínseca una advertencia ecológica. Sobre La Bola de Cristal, es posible que fomentar la lectura, como hicimos entonces, hoy sea un acto revolucionario. Desde el propio Ministerio de Cultura se ha instado a los jóvenes a no seguir sus vocaciones, y la lectura siempre ha sido un acto liberador. Debe de estar mal visto ahora que los niños lean.

¿Qué grupos actuales crees que han recogido vuestro testigo? La respuesta obvia puede parecer Lendakaris Muertos, pero a mí me recuerdan mucho a vosotros Manos de Topo, por ejemplo.

No te sé decir. Yo estoy absolutamente inmerso en el universo de los Eeels. No oigo otra cosa. Me conectan conmigo mismo y con mi paz. Para divertirme pongo a Los Gandules, me río un rato, suelto una lagrimilla de risa, y es como si me hubiera fumado un canuto.

Además de los conciertos que estáis dando con Los Toreros Muertos, ¿tenéis pensado grabar sacar algún disco con temas nuevos?

"Krahe no sólo era un maestro en el arte poético, sino también en su forma de vivir: asceta, pausado, y siempre dialogante y divertido. Libre."

En el disco en vivo hay cuatro canciones nuevas aunque, para ser honesto, nuevas, lo que se dice nuevas, sólo son dos: Podría vivir sin dios y Hasta siempre. Una es una canción de misa y la otra un himno de despedida; dos géneros que no habíamos tocado. Desde entonces he escrito cuatro canciones y puedo tocarlas casi sin equivocarme. Espero poder presentarlas en Sonorama.

También has grabado un buen puñado de canciones en solitario, como Querida Beatriz. ¿Tienes pensado componer más temas como solista?

Ya se verá. No tengo inquietudes musicales que Los Toreros Muertos no puedan satisfacer. Mi vena creativa actual me ha venido por el subidón que ha supuesto ver a la gente feliz en los conciertos de Los Toreros Muertos y confirmar que nuestra propuesta seguía vigente. La razón de esto debe ser que casi siempre mantuvimos un punto iconoclasta contra el propio sentido de las canciones; como un intento de definir hasta el absurdo los estilos. De esa idea definitoria o demoledora me ha salido ahora un vals: El Vals de los balseros, un himno a una ciudad (en este caso, a Teruel); una infantil perversa como Diez negritos, pero con novias llamadas Elena; y un tema estilo rock argentino -o a lo Rolling Stones- sobre un fuera de la ley con mala suerte: Todo lo hice por ti. Ojalá las pueda presentar en Sonorama.

Parecía que siempre que había algún evento musical que cubrir en el mítico Caiga Quien Caiga, presentado por Wyoming, te enviaban a ti. En este vídeo se te ve con fans de Back Street Boys o tocando la zambomba para Prince. ¿Qué recuerdas con más cariño de tu paso por ese programa?

Todos los eventos, conciertos, Rock in Rio, festivales, Michael Jackson, U2, Madonna, Oasis, Sting, Blur o R.E.M. palidecen ante la amistad conseguida con mi cámara Juanjo Bañó y con Victor Martin, productor que nos acompañó en muchas aventuras. Lo que nos reímos y sufrimos juntos, y la fraternidad que nos ha quedado, es sin duda el mejor recuerdo.

Hay quien dice que los momentos en los que abordabas a Esperanza Aguirre en el programa ayudaron a darle popularidad.

Lo he contado muchas veces: lo peor de mi paso por el programa fue que yo me creí que los políticos eran personas y merecían que me esforzara en sacarles una carcajada que los humanizara. Me empeñé, con surrealismo, en sacarles el corsé de la versión oficial. Me equivoqué. El rostro que han mostrado los políticos en esta legislatura me ha demostrado que estuve equivocado. Pido disculpas.

¿Cómo ves el cambio de ciclo político que estamos viviendo?

Como una oportunidad para que se devuelvan libertades y se acabe con tanto privilegio. Los que están en el poder deben trabajar, escuchar y defender a todos, no sólo a los de su partido o a sus votantes. Democracia para todos. Y lo de las puertas giratorias debe de incluirse en el código penal con urgencia; y luego, hecha esa ley, que cierren el senado. Ya está bien. No podemos seguir manteniendo tantas señorías.

Ahora que en muchos ayuntamientos se están poniendo beligerantes con la tauromaquia, ¿crees que todos los toreros acabarán muertos?

"Si en todo el festival hay un caso más claro de independencia, que levante el dedo."

El otro día fui a Las Ventas a ver a Castella porque a mi chica y a mí nos había gustado su punto zen. Me aburrí. Calculé que la edad media del público debía rondar los sesenta y cinco años. Pensé que, dada la esperanza de vida, a la fiesta le quedan quince años para morir de forma natural. En mi último cumpleaños, vino a casa Alejandro Talavante, y mantuve una conversación mágica con él; conocí a un hombre con un fondo poético y algo trágico. El nombre de mi grupo le encantaba y siempre le había intrigado. Aceptó que le regalase nuestro disco. Me dijo que la edad media de la plaza le daba igual, que la fiesta necesita gente como yo. Supongo que se refería a que la plaza fuera un punto de encuentro de intelectualidad y de gente artística, y que todo el caciquismo y la patriotería buscaran otro espacio para sacar su bandera. Esa fue mi sensación. Me pidió que fuera a verlo torear. Lo haré.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_