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Columna
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Pedigrí

“¡Familias, os odio!”, decía André Gide para seducir a los jóvenes. Pues con Pablo Iglesias lo tendría crudo

Fernando Savater

Cuenta Amartya Sen que un fascista hablaba con un campesino italiano tratando de reclutarle para el partido. El buen hombre se excusaba, humilde: “Mire, es que mi padre fue socialista, como mi tío, como mi abuelo… De modo que debo ser socialista yo también”. “¡Qué absurdo! —se indignaba el fascista—. ¿Y si tu padre fuese un ladrón y tu abuelo un asesino, que tendrías que ser tú?”. “¡Entonces sí! —dijo radiante el campesino—, ¡entonces con mucho gusto me afiliaría al partido fascista!”.

También Pablo Iglesias blasona de que su tío abuelo, su abuelo, sus padres, todos fueron socialistas o comunistas y padecieron persecución por ello. De modo que él “lleva la izquierda tatuada en las entrañas con orgullo”, que ya es llevar. Conozco ganadores del Derby con menos pedigrí. En nuestros tiempos de olvido o desdén de los valores familiares es bueno saber que aún hay jóvenes fieles a la tradición. Dijo Josep Pla que en este mundo podrido (el suyo, el nuestro: cualquiera) sólo hay tres cosas de pureza conmovedora: la pasta asciutta, el vino de Riesling y el amor filial. Iglesias tiene este último flanco bien cubierto.

Sin embargo, algo de razón llevaba el reclutador fascista: aceptar la trasmisión genética de la ideología política no carece de riesgos. ¿Diremos que si Pablo hubiese nacido en una familia de radicales islámicos ahora correría alfanje en mano tras los cristianos que se pusieran a su alcance? ¿Entiende ese joven tan prometedor que sus adversarios son todos de estirpe franquista y llevan por tanto el derechismo incorporado de fábrica? ¿Volvemos a la limpieza de sangre y a la hidalguía de cuna, tan españolas?

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