Francisco el ecologista

El medio ambiente, el impacto del hombre en éste y su relación con la distribución de la riqueza son asuntos que afectan a todos; por eso es positivo que la Iglesia católica se haya expresado de manera clara e inequívoca a través de la encíclica Laudato si, redactada en su integridad por el Papa. Es bueno también que lo haya hecho —inspirado en Francisco de Asís— alineándose con puntos de vista que comparten la comunidad científica y el sentido común, porque sobran las pruebas de que el calentamiento de la atmósfera es real y que detrás está la acción humana y porque cuidar de la naturaleza es responsabilidad de todos.

Ciertamente, de nada sirve defender el medio ambiente si no existe una preocupación por la gente, especialmente por los más desfavorecidos; en este sentido, Francisco ha presentado un texto que puede ser objeto de un altísimo grado de consenso entre creyentes y no creyentes.

Más polémico es afirmar que cuidar del medio ambiente está relacionado con el aborto, o que el Papa se adentre en cuestiones de ciencia y economía. En ambas materias las generalizaciones son arriesgadas. Una encíclica no es un documento científico ni un ensayo, pero es el mismo Bergoglio el que se interna en esas aguas poco espirituales en su texto. No se trata de que un pontífice no pueda pronunciarse sobre asuntos diversos, pero siempre debe recordar la influencia y el peso de sus palabras. Porque lo difícil no es afirmar, sino rectificar.

Lo importante es la intervención papal —con categoría de encíclica— en un problema colectivo urgente e importante, y el hecho de que se produzca meses antes de la cita de la ONU en París el próximo diciembre. Las posibilidades de que no se logre un buen acuerdo global sobre el clima son elevadas. Por eso, la exigencia de responsabilidades a los políticos y la intervención ecologista de Francisco empujan el debate en la dirección adecuada.