Cuento de Adas
Lo malo es que en esta historia no hay varitas mágicas. Y sí manzanas envenenadas
Esta no es una tribuna de análisis poselectoral y tal. Para ser sincera, y dada la sagacidad que se le supone al columnista medio, había pensado en marcarme un tanto extrapolando a las generales los resultados de las municipales en mi urba con una app que ha inventado un vecino ingeniero informático en paro. Pero me salía que en diciembre arrasan los de Somos Aceituneros Altivos, y no quiero tentar a la suerte, no sea que acierte y me expropien el olivo enano del patio del adosado. Mejor dejo los augurios para los demóscopos y os cuento cómo veo yo el ídem.
Érase una vez unos reyes electos con todo el poder y toda la gloria y toda la soberbia del País de Nunca Pasa Nada. Pero hete aquí que un día hubieron de preguntar al pueblo quién era el más listo y el más guapo pasados cuatro años de su aplastante victoria. Fue entonces, al decir la plebe soberana cosa distinta de la que esperaban, cuando se lio parda. La reina madre de la capital del reino, por nombre Esperanza, quedó tan trastornada por la hazaña de una subversiva ancianita llamada Manuela que osó plantarle cara, que trocó en víbora. Reptó para besar a la rana Carmona, mutada en príncipe en 24 horas. Y se dijo dispuesta a tragar con lo que fuera con tal de despojar a la advenediza de su derecho al trono. Porque el sapo le hizo la cobra a la bruja, que si no, a saber qué hubiera nacido de esa unión contra natura.
Mientras, en palacio, el Rey absoluto mirábase al espejo para ver si, como insinuaban los barones airados por la derrota, estaba desnudo de barba para abajo. Y, en una esquina del reino, la verdadera Ada del relato, una Cenicienta convertida en princesa al hallar el zapato de cristal en las urnas de metacrilato, se ganaba el bastón de alcaldesa sin necesidad de ser la más bella ni casarse con nadie. Colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Lo malo es que en esta historia no hay varitas mágicas. Y sí manzanas envenenadas.
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